La bondad de Amancio Ortega

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

28 oct 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Amancio Ortega es un hombre bueno. Ha salido de abajo, de donde brota la humildad y el mérito verdadero, y ha llegado a ser uno de los hombres preponderantes del mundo: con entrega y esfuerzo ilimitado. En mi pueblo, tan diminuto como yo y mi trascendencia, dicen que lo veían hace muchos años ofreciendo batas de casa en algún comercio. Dicen también que era comerciante de tesón y perseverancia. Yo lo admiro, no por ser rico, sino por ser bueno. Y más en estos tiempos grises en los que hablar de bondad parece prohibido. Qué le ha pasado a la humanidad, me pregunto, si la generosidad recibe injurias, imprecaciones y cualquier acción se juzga por quien la ejecuta y no por la acción en sí. Les pongo dos ejemplos, uno de novelista y otro de observador. A Cela lo juzgan por la antipatía que generaban alguna de sus conductas, no por la excelsitud de su obra; a otros sin embargo, de obra mínima, los admiran por sus modos políticamente correctos, o sea, por decir siempre lo que esperan oír sus fieles y devotos. A los que asaltan supermercados en Grecia, de filiación política de extrema derecha, los reprueban; a los que asaltan en España, gentes de la izquierda, los veneran. Kafkiano, incoherente e injusto.

Esta semana Ortega ha donado veinte millones a Cáritas, que es una organización de la Iglesia católica (reitero: Iglesia católica) que se dedica a ayudar a los más necesitados. Todos debíamos aplaudir el gesto de Amancio Ortega, pero no ha sido así. Esos que yo llamo «progres» se han apuntado a un linchamiento moral en la Internet. Lo han hecho los anónimos de siempre, gente muy cobarde, y otros de nombre conocido y reconocido. Qué miserables, digo yo. Y lo digo porque solo la miseria puede caber en el corazón de quien reprueba a un hombre bueno: ese que dona veinte millones para luchar contra la pobreza.

«La confianza en la bondad ajena es testimonio no pequeño de la propia bondad», escribió el venerable Montaigne, a quien procuro leer a menudo. A Montaigne, que habla de los valores verdaderos e inmutables, no lo leen los que calumnian a Amancio Ortega. En este país se practica un cainismo cerval, un odio que nos carcome y debilita. Conviene que regrese el sentido común, la prudencia y el sosiego.

Si yo tuviera cerca a Amancio Ortega, silenciosamente, lo miraría a los ojos. Él, que entiende el lenguaje de la humildad, entendería también que hay palabras que son abrazos. Yo escribo una: gracias. He aquí un hombre bueno.