Somos extraordinariamente conformistas. Con que de la campaña saliese el compromiso de que quien gobierne respete sus promesas, estaríamos más que satisfechos. Y daríamos por buena la tabarra que nos van a propinar de aquí al día 21.
Porque los que desde hace algún tiempo militamos en el PEC, que es el Partido de Escépticos y Cabreados, nos damos por satisfechos con algo tan elemental como que no nos tomen el pelo. Los que lo tengan. Que es lo que ha venido sucediendo en los últimos meses. Que cada día que pasa nos sentimos más confusos con lo que se hace respecto a lo que se dijo y prometió.
Se ha generalizado un comportamiento peligroso. Digo lo que tengo que decir para ganar las elecciones. Y cuando gobierne, hago lo que me venga en gana, que es lo contrario de lo que dije. Y aquí está una de las causas, que nuestra clase política no quiere ver, de esa desafección y ese malestar generalizado con quienes ocupan nuestras instituciones.
Así que no es mucho pedir. Más bien poca cosa. Lo único, que no nos mientan. Otra vez. Ya dijo el sociólogo francés Gustave Le Bon que uno de los hábitos más peligrosos de los políticos mediocres es prometer lo que saben que no van a cumplir. Lo de mediocres lo dijo él.