De todas las noticias sorprendentes que nos ha deparado la precampaña para las próximas elecciones autonómicas la más insólita ha sido, sin duda, la de la concurrencia de Mario Conde a los comicios. Y no solo por la circunstancia de que resulta impensable la imagen del exbanquero sentado en los escaños de O Hórreo aun en el caso poco probable, por fortuna, de que obtuviera los votos para ello, sino además, y sobre todo, por el hecho, pasmoso ciertamente, de que un hombre con su vergonzosa biografía pretenda presentarse como la cara genuina del regeneracionismo.
Conde sabe de Galicia que Tui está en la provincia de Pontevedra y poco más, de lo que cabe deducir su nulo grado de interés por el futuro de nuestra comunidad, solo otro trampolín, en realidad, para practicar la actividad en la que el exconvicto se ha convertido tras su salida de prisión en maestro consumado: mostrar su desprecio por un mundo que se habría ensañado con él para acabar con su carrera.
Pero, sea, nadie puede impedir a Conde presentarse a los comicios, aunque Galicia no le importe ni un pimiento. Lo ofensivo para los electores -gente cumplidora de la ley en su inmensa mayoría- es que un sujeto que ha pasado varios años en la cárcel tras haber sido condenado a muchos años de prisión por la comisión de gravísimos delitos económicos (estafa, falsedad en documento mercantil, apropiación indebida) pretenda convencernos de que la regeneración de España y su política llegará de la mano de quien tiene en su biografía una hazaña memorable: haber dejado en el banco que presidía un agujero de 450.000 millones de pesetas.
Aunque he escuchado a Mario Conde pocas veces en esos debates en los que practica el viejo oficio de la charlatanería, pues mi capacidad de masoquismo es limitada, no hay más que leer el llamado Manifiesto Programático del supuesto partido que lidera para constatar que el banquero que se llevó cientos de millones de pesetas de Banesto se presenta como una especie de moderno Joaquín Costa (el regeneracionista español que publicó en 1901 la obra Oligarquía y caciquismo) con críticas a diestro y a siniestro (partidos, instituciones, sindicatos, poderes del Estado) y la intención evidente de meter su caña de pescar en el río revuelto de un creciente y explicable descontento popular.
Triste sería que los votantes se dejasen engañar por este degeneracionista con careta de regeneracionista y no viesen con claridad que Conde representa a la perfección los vicios que dice combatir: la España del pelotazo, el dinero fácil y la vulneración de la ley que nos ha llevado, en no pequeña medida, a la crisis del copón que ahora sufrimos debido a la inmoralidad de los muchos Mario Conde que, repartidos por la geografía nacional, contribuyeron a dejar el país hecho unos zorros.