¿Por qué a la gente no le gustan los partidos?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

12 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

El número de españoles que reconocen que sin partidos no puede existir una verdadera democracia es muy mayoritario. Pero, en exacta reproducción de lo que sucede en los demás países europeos, esos mismos españoles sienten gran desconfianza hacia las organizaciones partidistas. ¿Por qué razón?

Primero, porque a los partidos, si se me permite la expresión, les toca siempre bailar con la más fea. Son ellos los que administran el conflicto social y toman constantes posiciones que gustan (o benefician) o disgustan (o perjudican) a los unos o a los otros. Alguien ha de gobernar y esa tarea le toca sobre todo a los partidos.

Pero, con resultar importante esa causa de su descrédito creciente, no es, creo, la más fundamental. No, lo esencial reside en el hecho de que el comportamiento interno de quienes dirigen los partidos -o aspiran a hacerlo- es casi siempre manifiestamente mejorable desde el punto de vista ético o moral. El conflicto interno en las filas socialistas por la composición de la lista coruñesa al que acabamos de asistir ha vuelto a ponerlo de relieve con una claridad devastadora en la crudeza con que enseña las vergüenzas que los partidos tratan de ocultar.

Y es que el conflicto se origina en la decisión del exministro de Justicia de hacer una lista a la medida de su ambición ilimitada, que es la que ha determinado una estrategia finalmente suicida para él. Caamaño, que no piensa en su partido sino solo en sus intereses personales (yo, mi, me, conmigo es su lema de campaña), parte de que Pachi Vázquez perderá las elecciones y prepara un grupo de fieles para ir a por él en cuanto se anuncie una derrota que el dirigente coruñés da por descontada.

Para hacer efectiva esa estrategia, Caamaño ha debido pasarse por el arco del triunfo las decisiones de las asambleas del PSdeG en la provincia coruñesa, dejando fuera de su candidatura a quien había propuesto la ciudad de A Coruña (Fernández Neira), a uno de los diputados más activos en la anterior legislatura (Lage Tuñas) y a un veterano socialista (Méndez Romeu) que llevaba años en el partido cuando Caamaño hacía juegos malabares en otras latitudes muy distintas.

Y todo eso por quien al fin y al cabo es un advenedizo en el PSdeG («un okupa» lo llamó Francisco Vázquez) y por quien solo puede presentar como aval político un resultado desastroso como cabeza de lista socialista en A Coruña en las pasadas elecciones generales.

Es ese espectáculo de desnuda ambición, falta de lealtad y moral de conveniencia el que, repetido una y mil veces, explica que a los ciudadanos no les gusten nada unas instituciones (los partidos) de las que, por otro lado, saben que no es posible prescindir. Pero, mutatis mutandis, el que aceptemos que los impuestos son necesarios no significa que nos guste rascarnos los bolsillos.