De cómo la crisis nos devuelve a la aldea

OPINIÓN

18 ago 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

N o quiero hablar de las cuatro anécdotas en las que se refleja la vuelta de un parado urbano a las fincas de su aldea, sino de la extraña inversión de valores que está generando la crisis respecto a los problemas de la globalización, y que hacen que un conflicto tan grave como el que se está formando en el Medio Oriente ocupe la quinta parte de la extensión que le dedicamos al copago farmacéutico, a la paga extra de Navidad o a las vedas del jurel. Es el regreso desde la aldea global, que parecía avanzar de forma irreversible, a la aldea clásica, donde cada cual tiende a arreglar el mundo yendo exclusivamente a lo suyo, y dando por supuesto que nada de lo que ocurre fuera de nuestro horizonte tiene la menor importancia.

Siria e Irán son ahora los lugares en los que se decide el futuro equilibrio del mundo, que, lejos de asentarse sobre una creciente importancia del derecho internacional y de las instituciones encargadas de administrarlo, avanza sobre la fuerza bruta, que, ¡más bruta que nunca!, va añadiendo países súbditos a una entente fáctica y no formalizada de poderosos, y va sumiendo en el desorden político y la miseria material y humana a todos los que, cualquiera que sea el nivel de crítica que merecen sus sistemas y dirigentes, no se someten a este dictado instrumentado en ocurrencias aisladas -recuérdese la salvación de Libia a manos de Sarkozy-, o mediante el apoyo a insurrecciones casi desconocidas que solo nos aportan el debilitamiento de los regímenes díscolos y la situación de k.?o. en la que dejan a sus propios países.

En los últimos ocho años, cuatro países (Pakistán, Afganistán, Irak y Libia) han sido reducidos a una informe miseria material y política. Siria, la quinta pieza, parece que no va a necesitar bombardeos protectores, porque tiene capacidad para autodestruirse. Y la sexta, Irán, ya está en el punto de mira de los misiles de Israel, convertida en profeta ejecutor del orden occidental. Egipto, que llevaba 25 años estabilizado, parece haber iniciado un incierto camino hacia el fundamentalismo. Y toda la península arábiga pende de un frágil hilo que solo se mantiene sobre la base de califas y dictadores de la peor estofa.

Porque la idea del nuevo orden internacional no es evitar las tensiones generadas por el militarismo, la injusticia y la dictadura, sino demostrar en cada momento quién manda y quién debe obedecer. Y por eso vamos a heredar un infierno desconocido en el que el terrorismo puede brotar como las malas hierbas. Pero esto es lo que hacen los políticos al máximo nivel, porque los demás estamos preocupados por la caída del tráfico aeroportuario, por el retraso de la autovía a Berdoias, y por reducir el Parlamento a la mínima expresión. Es la aldea de siempre, que gira sobre sí misma, y que desplaza de las agendas a la aldea global.