El rey: tanta humillación como grandeza

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Que levante la mano quien se haya imaginado a un rey pidiendo una cámara de televisión para decir a su pueblo: «Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir». Es la escena política más emocionante que este cronista ha visto en su vida después de aquella en que se veía a Adolfo Suárez dejando el sillón vacío tras anunciar su dimisión. Pero también es la confesión más aleccionadora de cuantas ha presenciado. Para dar ese paso, el rey Juan Carlos tiene que haberse sentido muy tocado, muy herido por la opinión ciudadana. Tiene que haber sentido lo que hemos sentido casi todos: que un lamentable error ponía en entredicho sus 37 años de histórico servicio a este país.

He escrito el adjetivo emocionante, y quiero decir por qué: porque don Juan Carlos era ayer un enfermo que salía de una operación quirúrgica. Era un hombre de 74 años apoyado en dos muletas camino de su casa. Y era un hombre que confesaba en público su pecado. En once palabras, de las cuales seis son monosílabos. Y la emoción estaba en su rostro, en su voz quebrada, en la decisión que le había llevado a pedir disculpas. Ayer don Juan Carlos no era el hombre que reinaba. Era el hombre que obedecía. Se habían cambiado los papeles. El pueblo le exigía que pidiera disculpas, y el monarca bajó su cabeza ante el mandato popular y obedeció. Esto es un hecho histórico. Esto es el dibujo perfecto de una monarquía constitucional.

Pero he escrito también la palabra aleccionadora. Lo que queda después de este episodio es que un simple mal paso, un error, una frivolidad o como le queramos llamar, es capaz de echar por tierra un prestigio trabajado y acumulado durante tantos años. Es capaz de deteriorar la imagen de más valor de un país. Es capaz nada menos que de alentar a quienes defienden un cambio de régimen. Es capaz de sugerir que debe abdicar el jefe del Estado bajo cuyo mandato España disfrutó de libertad, se consolidó como una democracia y alcanzó un nivel de bienestar nunca visto. Y ese jefe de Estado tiene que bajar su coronada cabeza y confesar su equivocación.

Supongo que muchos españoles, yo el primero, aceptamos y agradecemos la petición de disculpas. Faltaría más. Es un gesto que tiene tanta grandeza como humillación. Personalmente doy por cerrado el caso. Repito que en esos platos que representan la balanza de la justicia pesan, tienen que pesar, infinitamente más los servicios que el error. Añado que mal pueblo seríamos si por una equivocación humana echáramos por tierra todo el patrimonio de honor que hay en la figura del rey. Y atención, servidores públicos: este pueblo ensalza cuando tiene que ensalzar, humilla cuando tiene que humillar y siempre, siempre, obliga a rectificar.