Quizás uno de los grandes cuentos chinos, nunca mejor dicho, sea el de que la globalización traerá cosas buenas para los ciudadanos. En contra de lo que pronosticaban Francis Fukuyama, Dani Rodrik y otros intelectuales que ahora reculan en sus análisis, las virtudes de la globalización en su actual configuración están provocando en las sociedades occidentales el declive de las clases medias y su progresivo empobrecimiento. La globalización, con el auge de las economías emergentes, empezó afectando a los salarios de la clase baja de los países desarrollados y ahora se ha extendido a los empleos y estipendios de la clase media.
Olvidándonos del sentido común, se dijo que el cierre de fábricas y su traslado (deslocalización) a países emergentes sin leyes laborales ni normas ambientales equiparables a las nuestras mejoraría nuestro bienestar porque los adquiriríamos a precios baratos. Sin embargo, nadie explicó qué se haría con esos trabajadores que al cerrar las fábricas engordaban las listas del paro. ¿Reconversión?, ¿qué reconversión? Más tarde se trasladó la producción de otros productos y servicios que ya no fueron los de consumo, y la consecuencia está siendo más paro, salarios más bajos, menos consumo, menos reparto y creación de riqueza, más déficit fiscal para mantener el Estado de bienestar y, al final, más deuda y más empobrecimiento general y particular. ¿Hasta cuándo habrá que seguir bajando los salarios y destruyendo los alcances sociales construidos desde el final de la II Guerra Mundial para competir con China, la India, Corea, Vietnam, Brasil y en poco tiempo numerosos países africanos? ¿Qué futuro espera a nuestros hijos y nietos cuando los primeros consuman el patrimonio de sus padres y a los segundos no les quede nada?
Fukuyama ha escrito en Foreign Affairs que «la forma actual del capitalismo globalizado está erosionando la base social de la clase media sobre la que reposa la democracia liberal», dando entrada al autoritarismo, cuando no al modelo chino de dictadura política y capitalismo gerencial, y Rodrik plantea ya abiertamente sus dudas sobre las virtudes de la globalización en su actual conformación.
La guerra de clases está llegando a Estados Unidos, según George Soros, y las protestas sociales que surgen en Occidente no son proletarias sino, a juicio del filósofo esloveno Slavoj Zizek, «protestas contra la amenaza de convertirse en proletarios». ¿Durante cuánto tiempo más tendremos que mantener las fronteras abiertas y sin aranceles y hasta dónde habremos de empobrecernos para competir con quienes tienen sistemas y leyes antagónicos a los nuestros? ¿Aguantará la sociedad occidental?