Urdangarin, el Pisuerga y la República

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

26 feb 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Que las andanzas financieras de Iñaki Urdangarin -sea cual sea el resultado final del juicio penal en el que está implicado el yerno del monarca- han supuesto un duro golpe para la imagen de nuestra monarquía es tan evidente como que tras la noche viene el día. Negarlo constituiría sencillamente una memez.

Pero eso es una cosa y otra muy distinta entrar al trapo de los que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, quieren valerse de ese escándalo para colar de rondón en la agenda política española un tema -el de la República- que nada tiene con el asunto que hoy estamos debatiendo: si Urdangarin es culpable o inocente y, en todo caso, si desde la Casa del Rey se tomaron, cuando procedía, las prevenciones necesarias para impedir la participación de un individuo sin moral en negocios éticamente inadmisibles, además de presuntamente delictivos.

De hecho, es interesante constatar quién está utilizando la melé con el objetivo de meter con calzador la cuestión de la República, para descubrir así el juego que se esconde detrás de sus proclamas. Por un lado, Izquierda Unida, que, avergonzando la tradición de que procede, se agarra a cualquier pancarta que vea suelta por la calle, sin importarle nada si reivindica el tocino o la velocidad. Por el otro, Esquerra Republicana, que, como todos los partidos independentistas existentes en España, sabe bien que se cobraría una pieza valiosísima si fuese capaz de acabar con la monarquía, pues, mientras esta subsista, la unidad de España tendrá en ella un sólido soporte.

Y es que España no está sobrada, precisamente, de elementos generadores de ese consenso fundamental sin el cual ningún Estado puede pervivir: en Francia hay una profunda identificación con la República unitaria, en Estados Unidos con el presidencialismo federal y en Gran Bretaña con la monarquía parlamentaria. A lo largo de estos treinta últimos años hemos construido en España un sistema democrático que, pese a sus defectos, es incomparablemente mejor que las breves experiencias de esa especie que hemos tenido en el pasado, pero, con la excepción, casi única, de la propia democracia y de la monarquía juancarlista, no hemos logrado crear consensos compartidos por la inmensa mayoría.

Por eso la monarquía ha sido y sigue siendo hoy tan funcional desde el punto de vista de la conservación de muestra unidad política y nuestra unidad territorial. Y, por eso, segar la hierba debajo de los pies de la monarquía ha pasado a ser un objetivo prioritario de los que, desde la extrema derecha o la extrema izquierda, quisieran acabar con la España unida y diversa que garantiza la única Constitución española democrática que ha estado vigente varias décadas.

Tras la declaración judicial de ayer de Urdangarin estamos más cerca de saber cuál ha sido su responsabilidad en unos negocios cuyo aspecto no podría ser peor. Pero, más allá del resultado final de ese proceso, no tendremos porque estar más cerca de la República, salvo que nos volvamos todos locos y decidamos hacer el juego a quienes ven en ella el instrumento para acabar con el único régimen político español que en los dos últimos siglos ha sido capaz de combinar de un modo razonable unidad y diversidad, libertad y seguridad.