El desánimo

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

07 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando se apaguen las luces de las Navidades y enero inicie la subida de una cuesta que durará todo un año, el espejismo buenista de deseos salutíferos dejará paso al desánimo colectivo que está arraigando profundamente en la sociedad española. Volvemos a donde solíamos, nos creímos nuevos ricos, nos engañaron conscientemente, nos asomamos a una ventana desde donde se divisaba el paraíso, pero solo era un decorado de cartón piedra que duró una década, después nos dieron con la regleta de los mercados en los nudillos, nos castigaron contra la pared, y una legión de parados se fue multiplicando a lo largo y ancho de todo el país.

Agoreros de toda suerte y pelaje anunciaron la ruina y sus intensidades, el calibre de la desolación y su dimensión temporal. El feliz 2012 se nos aparece como un año baldío en donde la crisis económica seguirá galopando sobre nuestro desánimo.

El látigo fiscal incumplió todas las promesas reiteradas del nuevo Gobierno, y los ministros son portavoces de infaustas nuevas, heraldos negros de catástrofes por venir. ¿En qué nos equivocamos? Y otra vez sobre las espaldas de la apaleada clase media recae el castigo. Nos penalizan por errores ajenos, por aeropuertos sin aviones, por circuitos de fórmula uno, por panteones culturales como el Gaiás, por la flota de Audis autonómicos, por la orgía autonómica y sus derroches, por las miles de razones del desánimo.

Y mientras, desmantelamos lo único que nos redime y dignifica, nuestro aparato cultural. Las columnas del templo del idioma, de los idiomas que como nuestra vieja y entrañable lengua gallega, sufre la amputación de su consellería siguiendo, a la pailana moda, el modelo del Gobierno central, y suprimiendo la responsabilidad pública de mantener la Dirección General del Libro y las Bibliotecas.

Los mercados no entienden del inmenso capital de los pueblos, su cultura. Y todo este desastre compartido sucede cuando desaparece un símbolo que a lo largo de un siglo batalló por rehabilitar una idea de Galicia, concebida desde el empeño intelectual. La orla de luto que festonea el cierre de esta columna es una esquela de papel que grita honor y gloria a Díaz Pardo, a la memoria de Isaac, uno de los nuestros. Y tuvo que ser ahora cuando el desánimo empaña nuestra mirada todavía increíblemente sorprendida.