Como cobayas entretenidos

OPINIÓN

01 mar 2017 . Actualizado a las 18:33 h.

No sé si es una percepción general, pero tengo la impresión de que en el juego político que practica el Gobierno los ciudadanos somos una especie de cobayas en los que se experimentan variados fármacos informativos. No se trata de laudables iniciativas de la investigación, que implican mucho tiempo e innumerables intentos en la búsqueda de la curación de una enfermedad y que, después de suficientes pruebas en animales, se trasladan a los seres humanos con la debida seguridad de que no causarán daños previsibles. Aquí no. Se trata de píldoras de breve caducidad que se suministran a la opinión pública para ver cómo reacciona y, en el mejor de los casos, para entretenerla desviando la atención de lo importante y desagradable para el Gobierno y la imagen cada vez menos risueña de su presidente. Se corresponde a una manera de gobernar, por desgracia bastante generalizada, con base en la vaporosa solidez de los sondeos que devoran convicciones. Se produce un curioso retorcimiento de actitudes. En lugar de conocer qué piensan en realidad quienes nos representan o dicen gobernar se procura, no tanto saber lo que piensan los ciudadanos, como confundirlos para que terminen pensando lo que aquellos quieren o, más sencillo, para que no piensen. Las técnicas, en la línea de la publicidad, han progresado mucho. Lo que podría explicarse como una contradicción entre miembros del mismo Gobierno o de un mismo partido, como improvisación, según repite el líder de la oposición, responde más bien a una enmarañada táctica desorientadora y de entretenimiento de la sociedad, merecedora de mayor respeto. Ocurre en cuestiones centrales, como las medidas de carácter económico y social para afrontar la crisis, que se pega a la piel a pesar de la interpretación optimista de algún dato macroeconómico. El leve bronceado estival observado en el espejito mágico se estropea con la incómoda sorpresa de nuevos sarpullidos. Entre tanto, se avanza y se retira que habrá subida de impuestos o se limita a los ricos o a los que más tienen según el auditorio. La reforma de las pensiones, que no debería ser un tema unilateral y urgentísimo, es un guadiana que aparece y desaparece y vuelve a aparecer con regatos diferentes. Sucedió lo mismo con la rebaja de las retribuciones de los funcionarios y en tantos otros asuntos que son de dominio público. No es necesario comprobar que todas las manzanas caen para descubrir la ley de la gravedad. Con esa manera de proceder se intenta encubrir las contradicciones de una línea sinuosa de gobernar que no responde a convicciones, si correspondían a las manifestaciones con las que el presidente del Gobierno buscaba el apoyo de la izquierda. Son ahora imperativos internacionales que se asumen como el parvenu que quiere ser admitido en el club de los tradicionalmente poderosos y debe obtener de ellos la palmada en la espalda que le armase simbólicamente como hombre de Estado. ¿No habrá otro modo más ilusionante de hacer política?