Mia Hansen-Love, a ritmo de música electrónica en San Sebastián

José Luis Losa

CULTURA

Juan Herrero| Efe

La directora francesa gusta en el festival con «Edén»

25 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Mia Hansen-Love es uno de los nombres que avalaron la mejora del nivel de la sección oficial de esta 62ª edición del festival de San Sebastián. Su presencia, más habitual en Venecia o Locarno, en la pugna por la Concha de Oro le dio a priori más lustre al cartel de este año. Mucho se había especulado con el apriorismo de que Edén, su nueva película, estaba lejos de las magnitudes emocionales de sus anteriores Le père de mes enfants y Un amour de jeunesse. Pero lo cierto es que la obra de la directora francesa presentada en San Sebastián muestra los bien reconocibles signos de Hansen-Love a la hora de re componer el puzzle de una evolución sentimental, de los vaivenes que pueden llevar del éxtasis a la destrucción.

Es verdad que en Edén el escenario espacio-temporal elegido, que es el del nacimiento y desarrollo de la música garaje y electrónica, cuyo decurso sigue el protagonista central, un DJ entregado a la experimentación politoxicómana y a las monogamias sucesivas, parece suponer una fractura con el intimismo que definía su cine anterior. Pero la banda sonora de Edén, que es el de la evolución de la música en la última década del pasado siglo no debe suponer una perturbación, un ruido que distraiga de la carga de fondo que es sustrato de la película. Y éste no es otro que una nueva educación sentimental, en absoluto alejado de la que se representaba en Un amour de jeunesse. La melodía real de Edén es la manera en la que se abordan las mareas. Y las corrientes de amor y desamor que traen y llevan a su protagonista, el joven Felix De Givry, que unas veces es déspota y otras esclavo de esas relaciones de poder y magnetismo que Mia Hansen-Love sabe manejar con sensibilidad extrema, componen un latido de alta intensidad dramática.

La directora argentina Anahí Berneri ganó ya en este festival un Premio de la Crítica por su anterior película, Adoración. Habitual de este certamen, con Aire libre, Berneri obtuvo nutridos abucheos en el pase de prensa, algo complicado en un festival magnánimo con las propuestas más indefendibles. Es verdad que Aire libre filma de manera bronca y poco agradecida los embistes finales de lo que fueron unos trabajos de amor perdidos: la batalla entre la pareja que formaron Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid, cuyos despojos se sirven en planos de corte brusco, que sajan continuamente la acción. Pero hemos visto en este festival cuando menos media docena de películas mucho más merecedoras de pateo que la fallida pero arriesgada experimentación de Aire libre.

La canadiense Felix et Meira cuenta de manera inconsistente y tópica el enamoramiento de dos seres pertenecientes a dimensiones diferentes: un rico heredero de origen francés y una joven judía jasídica sometida al rigorismo religioso de su marido y su congregación. Generó también descontento. Y, en este caso, el empacho de lugares comunes, secuencias tan alucinógenas como la de amante, con barba postiza, disfrazado de Rabbi Jacob y un happy-ending veneciano, se ganaron a pulso el desagrado de la afición.