Ambiciosa y fantástica «Autómata»

josé luis losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Antonio Banderas presentó ayer «Autómata» en el festival de Donosti.
Antonio Banderas presentó ayer «Autómata» en el festival de Donosti. rafa rivas < / span>afp< / span>

Antonio Banderas produce y protagoniza esta película

22 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

La reciente muerte de James Gandolfini me produjo la impresión de la doble pérdida, la afectiva por el actor al que has seguido en un largo ciclo y la creativa porque, como en el caso de Seymour Hoffman, desaparecía un actor del cual cabía esperar una continuidad fecunda. Gandolfini revivió ayer en su plenitud en la Kursaal a través del último filme que rodó, un medido, oscuro y estimulante ejercicio de cine negro de reserva.

Es verdad que en The Drop, que dirige Michäel Roskam, Gandolfini es pieza secundaria del prodigioso engranaje argumental que crea el maestro Dennis Lehane, capaz de enhebrar los caminos que separan el bien del mal, la crueldad de la inocencia, sin fronteras definidas, de manera que la atmósfera de ese tenso Brooklyn que The Drop crea y mantiene de principio a fin, con economía de efectismos que se mueve en una zona gris donde se agazapan un grupo de criaturas frágiles, personajes vulnerables. Y en ese territorio que emocionalmente recuerda al del mejor James Gray, el soberbio guion de Lehane juega con las naturalezas ocultas, con los seres nobles que un día tuvieron que mancharse de sangre ­excepcional Tom Hardy- o con las mujeres cuyos desgarros y ternuras se compadecen en la extraordinaria Noomi Rapace.

Sobre ese sutilísimo equilibrio, alejado de cualquier maniqueísmo, se eleva la excelencia de The Drop, la cual, como todas las genuinas obras de la serie negra más depurada, late con el pulso de seres llevados por la ambición, por la supervivencia, por una mezcla de ambas, y consigue que nos identfiquemos con los personajes que habitan en el claroscuro y que nos hacen ver que más allá solo está la penumbra.

Tras la muestra de ejemplaridad en su género que nos ofrece el belga Michäel Roskam (conviene repescar el filme que lo puso en el mundo, la brutal y poética Bullhead), Gabe Ibáñez acomete en Autómata una ambiciosa incursión del cine español en el género fantástico. Su película, elogiable por la convicción con la que compite industrialmente con un presupuesto medio frente al coloso hollywoodiense, transita con respeto por las veredas reverenciales de los androides y las ovejas eléctricas, de la rebelión maquinista, de los replicantes sublevados. Y su apuesta por humanizar ese submundo de robots espartaquistas complotados con Antonio Banderas, la encamina Ibáñez, con poderosa impronta personal, hacia un desierto blanco con resonancias de western.