Bogdanovich retorna a lo grande

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

Su película «She´s Funny That Way» cuenta con el cameo de Tarantino

30 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El Lido celebró el retorno a la vida creativa de un grande del Nuevo Hollywood como Peter Bogdanovich. Hacía 14 años de su último filme de ficción y un cuarto de siglo sin un éxito en la carrera de quien lo fue todo con The Last Picture Show o ¿Qué me pasa, doctor? Con esta última, rendido homenaje a la comedia clásica americana, tiene mucho en común She's Funny That Way, el enloquecido vodevil de enredos que provocó un entusiasmo colectivo.

La trama, con Owen Wilson como productor de Broadway que practica la filantropía con las prostitutas, revierte el cuento de hadas de Pretty Woman en alta comedia con el toque de los grandes del género. Con cameos como el de su musa y exmujer Cybill Shepherd o el de un Tarantino que, como tantos de nosotros, tiene en Bogdanovich a un mito viviente, She?s Funny That Way anuncia en su vivaz ingenio la posibilidad de su retorno activo a la dirección, si se piensa que el cineasta en el ostracismo solamente tiene 75 años.

Si la bravura de la carcajada la trajo este inmenso Bogdanovich, otras risas, pero estas de hiena, provoca Ulrich Siedl en Im Keller. Siedl es, a cada paso, mejor director y peor persona. Filma a los seres humanos de sus películas como a cucarachas. Su ya legendaria propuesta de desafiar, exhibiendo la cara siniestra y ancestral de Austria como reflejo de la Mitteleuropa, explora en Im Keller literalmente los sótanos de las casas de «gente corriente». Y en ese descenso por las escaleras físicas, y también del inconsciente, asistimos a cuadros, casi pinturas negras, de entrañables músicos de banda que se adornan con esvásticas y cuadros de Hitler; a cazadores que cuentan como comieron milanesas de babuino; a sumisos esclavos y dominatrices que aplastan escrotos. Es la fauna habitual de Seidl, filmada con la frialdad del dibujante de naturalezas muertas, en un ejercicio de cine vívísimo, desafiante, radical.

En 99 hogares, Ramin Bahrani quiere hacer el gran drama americano sobre los desahucios. Pero, aunque su arranque es un plano secuencia trepidante, propio de Michael Mann, que se abre con un suicidio y la aparición de Michael Shannon, buitre que se cierne sobre las casas de los nuevos homeless de la clase media, la película se desinfla muy pronto. Su argumento, con Shannon en rol de mefistofélico depredador y Andrew Garfield como Juan Nadie que no se traga el pacto con el diablo, se puede intuir desde el minuto posterior al poderoso estallido inicial de la película, que se va desvaneciendo hasta la inanidad.