Frühbeck de Burgos, un Marco Polo en pos de la música eterna

Concha Barrigós MADRID / EFE

CULTURA

Juan Carlos Cárdenas

A sus 80 años, el director de orquesta español más universal, se retira por un deterioro en su ya delicado estado de salud

05 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Rafael Frühbeck de Burgos, el incansable, goza de la misma fama que coetáneos como Maazel o Mehta gracias a una carrera internacional de excelente arquitectura, rigor y «chispa», defendida con tanto tesón como la marca España, que predicó cuando el país musicalmente era solo una entelequia. De verbo brillante y fuerte carácter, el director que más veces se puso al frente de la Orquesta Nacional de España, alrededor de 500, siempre ha presumido de nacionalidad y ha contado complacido el porqué de su apellido a la vez que aprovechado para hacer una defensa cerrada del talento musical español. El maestro se añadió el De Burgos porque al «comisario político» de los años 50 le parecía «muy extranjero y casi sospechoso» lo de Frühbeck Frühbeck, aunque él hubiera nacido en Burgos, donde su padre, un óptico, se había establecido «maravillado» por su clima. Frühbeck, con 110 conciertos al año, ha logrado superar la «edad fatídica» para los directores de los «cuarenta y tantos» -«se mueren muchos de infarto», dice-, y ha gozado desde los 60 de «una nueva juventud» y muchas glorias profesionales, aunque siempre ha pensado que «lo bueno» está por venir porque la música, argumenta, es «eterna e inacabable».

Un vahído en Washington

Este Marco Polo del año 33, con giras de 30.000 kilómetros en un mes, cargado de kilos de partituras, ha sido siempre un prodigio de «impulso vital». No le cansan los viajes sino los aviones y aguantaba conciertos larguísimos sin dar nunca muestras de agotamiento... Hasta el pasado 15 de marzo, cuando sufrió un vahído mientras dirigía a la Sinfónica de Washington, en el Kennedy Center de la capital de EE.UU. Frühbeck empezó a mostrar signos de cansancio a las dos horas, cuando faltaban diez minutos para que concluyera Pini di Roma, de Respighi. Se apoyaba cada vez más en la baranda del podio y pareció que se iba a caer aunque consiguió recuperarse y concluir, ya sentado, la pieza y luego levantarse para recibir una ovación «increíble» del público.

Al regresar a España, se puso en manos de su hija y su hijo, médicos, e ingresó en una clínica de Pamplona, donde continúa hospitalizado a causa del proceso canceroso que lo ha llevado a anunciar, «con gran dolor», su retirada definitiva de los escenarios porque no puede afrontar sus compromisos «de manera óptima».

Temprano intérprete de Haydn y Mozart y entregado a «sus» clásicos, de Beethoven a Bach, de Korsakov a Ravel, pasando por Albéniz, Falla y Turina (que también ha orquestado), lo que le gusta especialmente es el Requiem de Brahms, que dirige «de memoria», porque, según dice, le acerca «sin temor» a la muerte.

Titular desde el 2012 de la Danish National Orchestra, el año pasado grabó con ella, en DVD, todas las sinfonías de Beethoven.