Premios Goya 2014: Una ceremonia sin un claro favorito

Colpisa

CULTURA

PACO RODRÍGUEZ

«La herida» suena como inesperada triunfadora de la gala de los Goya en un año en el que no hay una película que destaque por encima de las demás

09 feb 2014 . Actualizado a las 23:49 h.

Todo empezó un 12 de noviembre de 1985 en el restaurante O'Pazo, en la calle Reina Mercedes de Madrid. El productor Alfredo Matas se reunió con doce comensales, entre ellos los directores Luis García Berlanga y Carlos Saura, y los actores José Sacristán y Charo López. El acta de aquella mariscada estableció la necesidad de crear una Academia del cine español y unos premios para promocionarlo. Se especuló con la posibilidad de llamarlos Lumière o Buñuel y a punto estuvieron de ser bautizados como Soles. El 16 de marzo de 1987, el teatro Lope de Vega, que hoy disfruta de llenos diarios con El Rey León, se vistió de gala en la primera gala de los premios Goya. Acudieron los Reyes y triunfó El viaje a ninguna parte.

27 años después, los premios Goya han conseguido su objetivo y sirven para publicitar una cinematografía que no siempre cuenta con partidas presupuestarias para publicidad y márketing. El hotel Auditorium acogerá una fiesta que, como ya es tradición, se adivina reivindicativa (La 1, desde las 22.00 horas y hasta rozar presumiblemente la una de la mañana). A falta de un rompetaquillas como Lo imposible, el cine español recaudó el año pasado 50 millones de euros menos que el anterior. Menos entradas, menos rodajes, menos empleo. El anuncio del Gobierno de que está próxima una rebaja del IVA cultural ha sido interpretado por algunos como una manera de apaciguar los ánimos guerreros en los Goya. El ministro Wert no acudirá arguyendo «problemas de agenda». Enrique González Macho ya desveló que no renovará presidencia de la Academia. Tres años después de ocupar el cargo, con su imperio de salas en versión original y su distribuidora finiquitadas, es probable que su discurso al comienzo de la ceremonia sea incendario.

Pullitas y sonrisas

Manel Fuentes, el conductor de la gala de los premios Goya, ha prometido «pullitas y sonrisas» para todos. Mucho humor blanco hará falta para acallar a un sector que sigue esperando la entrada en vigor de una ley que establezca desgravaciones fiscales como en el resto de Europa. El 2013 ha sido un año desastroso en lo industrial pero brillante en lo creativo, con un buen número de realizadores que han saltado al largo sin importarles la falta de dinero o de cauces de exhibición. La Academia, siempre gremial y autocomplaciente, no ha reflejado este «otro» cine español salvo en tres títulos: Stockholm, La plaga y La herida.

Con sus seis candidaturas frente a las once de La gran familia española o las ocho de Caníbal, la ópera prima de Fernando Franco tiene muchos boletos para dar la campanada en los premios Goya repitiendo la hazaña de La soledad en la edición del 2008 al vencer a El orfanato. Marian Álvarez sustenta todos los fotogramas de La herida en la dolorida piel de una mujer aquejada de trastorno límite de personalidad o síndrome borderline, incapaz de relacionarse afectivamente con familiares o amantes. Suyo es el premio Goya a la mejor actriz.

El triunfo de La herida supondría validar esa corriente de cineastas reconocidos en festivales internacionales, que no contarán ya con las condiciones de producción de sus hermanos mayores. Lo más cómodo sería premiar La gran familia española, una especie de puesta al día de las caóticas comedias corales de Berlanga, que ha recaudado 3,1 millones de euros, más del doble que sus cuatro competidoras juntas. Su director, Daniel Sánchez Arévalo, puede presumir de ser uno de los pocos cineastas que ponen de acuerdo a críticos y espectadores. Un autor «amable», sin la carga cinéfila asociada a Manuel Martín Cuenca, que pese a competir en San Sebastián con Caníbal pinchó estrepitosamente en taquilla.

Homenaje a Elías Querejeta

Antonio de la Torre provoca escalofríos como ese sastre granadino metódico y discreto que corta patrones con la misma templanza que filetea la carne de mujeres. El actor malagueño aspira asimismo al premio Goya de reparto por La gran familia española, pero la lógica pide que suba a recogerlo por Caníbal. Su principal competidor, Javier Cámara, comunica sentimientos opuestos como el maestro generoso y luchador de Vivir es fácil con los ojos cerrados, con la que David Trueba aspira a siete premios Goya. Basado en hechos reales, su viaje a la Almería de los años 60 en pos de John Lennon encuentra ecos en el presente en su defensa de la educación, la cultura y el libre albedrío. Una cinta luminosa y emocionante que no debería irse de vacío en el palmarés. A Trueba le han nominado siete veces y siempre se ha ido de vacío. A Cámara en cinco y también sin éxito.

La quinta película en liza, 15 años y un día, fue elegida por los mismos académicos que votan los premios Goya para representarnos en los Oscar.

No llegó a la criba final. Gracia Querejeta vivirá una noche especial cuando su padre Elías aparezca en el vídeo de homenaje a los talentos fallecidos en el último año. Quién sabe si la sombra del productor vasco empujará a 15 años y un día hasta el triunfo -ya ganó el Festival de Málaga- a pesar de ser uno de los títulos más flojos de su directora, siempre a vueltas con los conflictos familiares y la incomunicación entre padres e hijos.

Los premios Goya de la incertidumbre tendrán al menos una certeza. Pedro Almodóvar, desairado por la única nominación al mejor vestuario, no es probable que desfile por la alfombra roja. Las diez candidaturas de Las brujas de Zugarramurdi -casi todas en apartados técnicos- tampoco lograrán que veamos a su director, Álex de la Iglesia, sobre el escenario recogiendo un premio. El bilbaíno sí que sonreirá feliz desde el patio de butacas cuando su bruja favorita, Terele Pávez, levante el premio Goya de actriz secundaria que tiene cantado. Y si Carlos Bardem hace lo propio como mejor actor de reparto por su entrenador de boxeo en Alacrán enamorado -un fracasado rebosante de dignidad-, el discurso político de los Goya estará asegurado para desesperación del productor de la gala, Emilio Pina: «¿Por qué no hacen esas reivindicaciones en el Santiago Bernabéu?»