«Obabakoak» y «La lluvia amarilla», cosecha del 88

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La novela de Bernardo Atxaga se ha traducido a 26 idiomas.
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Ambos libros se reeditan con documentales para celebrar sus 25 años

11 nov 2019 . Actualizado a las 13:36 h.

En 1988 se publicaron dos libros muy distintos que sorprendieron tanto a los lectores como a sus propios autores, que no se esperaban una respuesta cuyo entusiasmo se ha prolongado hasta hoy. Tanto La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, como Obabakoak, de Bernardo Atxaga, no han dejado de conquistar nuevos públicos y, de alguna forma, se han convertido en títulos simbólicos en la trayectoria de ambos escritores. Para señalar su 25 aniversario, coinciden la aparición de ediciones conmemorativas, acompañadas de sendos documentales: Ainielle, de Eduardo de la Cruz, sobre La lluvia amarilla (Seix Barral), y Lugares vacíos, palabras llenas, de Joseanjel Arbelaitz, sobre Obabakoak (Alfaguara), que también incluye el opúsculo Un lugar llamado Obaba, de Atxaga, y una colección de postales ilustradas por Marta Cárdenas.

Llamazares recuerda que en un panorama dominado por la novela urbana y la resaca de la movida, «el monólogo interior del último habitante de un pueblo abandonado, que aborda la soledad y la muerte, no parecía muy comercial». Así se lo hizo saber, medio en broma, a su editor, Mario Lacruz, en una nota que acompañaba el manuscrito: «No sé si venderemos 500 ejemplares». «Ya veremos», fue la respuesta. No solo los superó con creces, sino que se convirtió en un fenómeno extraliterario, como prueban las numerosas visitas a Ainielle, el pueblo del Pirineo aragonés que inspiró la historia, o que haya niñas bautizadas con este nombre. «Tiempo después, Lacruz me confesó que esperaba lo mismo que yo, que fuese un libro minoritario», evoca Llamazares.

Al otro lado de la pared

Para Atxaga, Obabakoak le confirmó en su decisión de abandonar la economía por la literatura -«ya no soportaba trabajar en un banco»- y lo colocó, como él define, «al otro lado de la pared». Es decir, una gran cantidad de lectores descubrieron que se escribía en euskera y el de Atxaga fue su primer encuentro con esta escena. «Aprendí muchas cosas, en cierto sentido fue como volver a la escuela, a repensar ideas sobre la literatura, lo cual, para los autodidactas, es muy beneficioso», explica. También lo situó frente a la pregunta de por qué escribía en una lengua minoritaria. «Me la deben de haber hecho unas 800.000 veces», ironiza. Y se la siguen formulando: «Existe un 1?%, incluso dentro de la literatura, de gente que piensa, que razona. Pero también un 99?% que vive muy cómoda con sus estereotipos, que son como sillones mentales».

Ambas novelas también abordaban, cada una a su modo, un ámbito, el rural, que la España que se engalanaba para los fastos de 1992 prefería ignorar. «Es una simplicidad propagandística pensar que lo rural y lo urbano son compartimentos estancos, y en el fondo delata un comportamiento clasista», razona Atxaga, quien se confiesa cómodo en ambos mundos y recuerda cómo en un atasco en Madrid el taxista que lo llevaba se desahogó con improperios de inconfundible raíz campesina.

A Llamazares, el tono de La lluvia amarilla se le apareció como una epifanía en boca de María, una mujer enlutada de Ruidelamas, en los Ancares leoneses: «A noite queda para quen es», le escuchó decir, y con esa frase, «la mejor del libro», puso su punto final. «Hay quien cree que La lluvia amarilla es un canto nostálgico por la recuperación de lo rural, cuando se trata de una constatación de un mundo que se extingue, un mundo del que yo vengo pero al que no necesariamente querría regresar», añade el autor.

Obaba y Ainielle han superado gracias a la literatura su anonimato geográfico. El libro de Atxaga se ha traducido a 26 idiomas, casi los mismos que La lluvia amarilla, que ha conocido ediciones en Japón o Egipto, lo que prueba que las buenas historias trascienden fronteras, al margen del número de hablantes de una lengua. Porque, como dice Atxaga, todo depende «del talento con el que se utiliza el lenguaje, donde se concentra el pasado y se actúa». El escritor ha recuperado la estructura de puzle de Obabakoak para el libro en el que trabaja actualmente, Días de Nevada. Llamazares, por su parte, sabe que lo que escriba se comparará con La lluvia amarilla, pero se considera autor de un «continuum, en el que cada título nuevo es una variación del mismo libro».