Mariví Bilbao, la abuela punki que todos deseamos tener

Oskar L. Belategui COLPISA

CULTURA

Telecinco

La actriz encontró la popularidad en la vejez gracias a la televisión, después de toda una vida dedicada al teatro y a los papeles de reparto en cine

04 abr 2013 . Actualizado a las 01:26 h.

Mariví Bilbao empezó a actuar siendo una niña: para librarse de la clase de Matemáticas con las Teresianas, se apuntaba voluntariamente a confesarse y se inventaba los pecados. En el recreo jugaba a las tabas y a las canicas, pero nunca la dejaban ser la primera porque era muy buena. Durante años también figuró en papeles secundarios en los platós y escenarios. Hasta que, a una edad en la que el común de los mortales se jubila, encontró una popularidad basada en el cariño sincero. El público intuía que su personaje macarra de Aquí no hay quien viva y La que se avecina no estaba muy lejos de la verdadera personalidad de la actriz.Era la abuela punki que todos hubiéramos querido tener.

Mariví murió en su casa del Bilbao que la vio nacer hace 83 años, en paz y rodeada de su familia. El pasado verano colgó la toalla después de llevar memorizando guiones desde los 22. Estaba cansada de levantarse a las cinco de la mañana y grabar hasta las cuatro de la tarde. Y después, aprenderse el capítulo del día siguiente. «Fue dejar de trabajar y al mes y medio ponerse mal», explica su única hija, Elvira. «La ingresamos con pancreatitis aguda y edema pulmonar, pero no volvió bien a casa. La ilusión de su vida era trabajar, y ella veía que su cuerpo no le respondía».

Su sobrina de 19 años Izaskun, en cuyo honor bautizó a la Izaskun Sagastume de La que se avecina, recogía las muestras de cariño en las redes sociales. A su lado, la infanta Cristina no existió en Twitter. «¡Pero qué mona va siempre esta chica!», repetían sus admiradores, la coletilla que Mariví Bilbao improvisó en la serie. «Su personaje no era una abuelita de mecedora y calceta, por eso no nos dábamos cuenta de que era una mujer de 83 años», reflexiona su hija. «Ha vivido como ha querido. Siempre me decía que le hubiera encantando morir en el plató, que me llamaran diciendo: 'Tu madre la ha cascado en la escalera de la comunidad'».

Los guionistas que escribieron para Mariví Bilbao siempre se quedaban cortos: su personalidad era mucho más arrolladora que el personaje. Lo sabían los cortometrajistas que empezaron a reivindicarla en los años 90: Koldo Serra, Borja Cobeaga... En uno de esos cortos, Alumbramiento, de Eduardo Chapero-Jackson, ofrecía una interpretación memorable, sin una sola palabra, solo con los quejidos y ahogos de una mujer con enfisema, la misma enfermedad que sufrió en la vida real su compañera en Aquí no hay quien viva, Emma Penella. El guion le llegó el mismo día en que se murió su hermana Elvira, cuya actitud reconocía que le había marcado. «Estaba deseando que los médicos le dijesen cuándo le iba a llegar la hora, porque se aburría como una guarra», cuenta en el libro que le dedicaron la Filmoteca vasca y el Festival de Huesca.

Bohemia teatral

Mariví Bilbao fue deslenguada y rebelde toda su vida. Renunció a ser una señorita bien de Bilbao, el destino al que le condenaba haber nacido en el seno de una familia burguesa de Deusto. Los Bilbao-Goyoaga eran la tercera generación al frente de un pujante negocio de toldos, que empezó con su bisabuela, una tejedora de redes casada con un marino. Pasear por el Arenal del brazo de un buen partido y dedicarse a sus labores no entraba en los planes de la tercera de seis hermanos.

La díscola alumna del colegio de monjas encontró en el teatro la huida a las matemáticas y el latín. Como no era rubia ni angelical nunca hacía de virgen María, pero a cambio podía meter mano en la escritura de las funciones. Cuando dijo que quería dedicarse a la bohemia teatral su padre le dejó de hablar. Como Bilbao era un pueblo, incluso llegó a cambiarse el nombre en los carteles por el de Ángela Valverde, el primero que salió al abrir las páginas amarillas. Su primer matrimonio a los 24 años no funcionó. Divorciarse en la España de los años 50 era un escándalo, así que tuvo que esperar hasta la muerte de su madre para ser legalmente una mujer separada, «una puta en aquella época».

El gran amor de Mariví Bilbao, su compañero durante décadas, fue el pintor y cronista social Javier Urquijo, fallecido en 2003. «Era un hombre fantástico», contaba a este periódico hace unos meses. «La pena es que se me murió muy pronto... Fue un palo muy grande. Mi primer esposo también falleció y me dio pena, pero no le quise tanto como este. ¡Ni color!». Juntos participaron en los tiempos heróicos de las primeras compañías teatrales vascas, cuando traer a Ionesco, Albee o Pinter era una osadía.

Mariví era feliz actuando detrás de las iglesias en los pueblos. Su inflexión al teatro profesional se produce en el grupo seminal que dirige Luis Iturri, Akelarre. Cuando llegan los 80, aquel animal escénico empieza a ser reclamado por los cineastas vascos. Ya en los 90, la siguiente generación de directores también quisieron su mala leche: Daniel Calparsoro (Salto al vacío, Pasajes, A ciegas), Álex de la Iglesia (La comunidad), Pablo Berger (Torremolinos 73)...

El vuelco trascendental en su vida llegó sin duda con la Marisa de Aquí no hay quien viva, un personaje escrito expresamente para ella. «Cubro tus lexatines y subo la apuesta con cinco valiums», soltaba esta adicta al tabaco, el chinchón y el bingo en la televisiva 'Rue del Percebe' nacida de la mente de José Luis Moreno. El ventrílocuo no logró quitarle el vicio del fumeque, y dejaba dicho que tuviera un paquete de Chesterfield y el Mercedes a su disposición. Mariví Bilbao contemplará hoy socarrona cómo el tanatorio de Bilbao se pone de bote en bote. Llevaba dos meses sin fumar.