El Teatro de los Campos Elíseos cumple cien años

César Wonenburger PARÍS

CULTURA

París celebra el centenario sin la pesada sombra de la crisis que amenaza a la cultura en otros lugares

12 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

París celebra estos días el centenario de uno de sus cinco teatros consagrados a la música, el Teatro de los Campos Elíseos, esa maravilla del art déco, a solo unos pasos de la Torre Eiffel, donde Stravinski estrenó La consagración de la primavera. Y lo hace sin la pesada sombra de esa crisis que amenaza con llevarse por delante en otros lugares -Galicia, por ejemplo- ciclos musicales que parecían muy consolidados. Los franceses aman la cultura y saben protegerla.

En esta temporada «del siglo», por allí acaban de pasar el mismo Georges Prêtre que hace un par de años cautivó a los vigueses o Mariss Jansons, y en los próximos meses lo harán Christian Thielemann, Esa-Peka Salonen (también disfrutado en Vigo) y los ascendentes David Afkham y Andrés Orozco Estrada; batutas de fuste que se unen además al ciclo de grandes voces, con invitados excepcionales como Roberto Alagna, Elina Garanca, Andreas Scholl, Patricia Petibon, Anna Netrebko, Patrizia Ciofi, Leo Nucci y Juan Diego Flórez, entre otros.

Precisamente en el capítulo vocal, el viernes se vivió una auténtica fiesta con la presencia de Joyce DiDonato e Il Complesso Barocco, esta vez bajo la dirección del concertino, Dmitry Sinkovsky, que reemplazaba a Alan Curtis. Se trataba de recrear el éxito del reciente y multipremiado trabajo discográfico de la mezzo de Kansas, Drama Queens, un hermoso paseo a través de algunas de las heroínas más representativas de la ópera barroca, de Poppea a Cleopatra, junto a notables descubrimientos de Giacomelli, Cesti, Porta y Orlandini, muy en la línea de Curtis.

La DiDonato, que en junio cantará La Donna del lago bajo la batuta de Alberto Zedda, compareció con un espectacular vestido rojo que simulaba extraído directamente de la portada de su nuevo cedé. Y fue conquistando, paso a paso, al público con su alternancia de arias lentas y rápidas, absoluta dominadora tanto de la pirotecnia hecha coloratura como de los íntimos recursos expresivos del canto más delicado, a flor de labio, en un tour de force de emociones que finalmente explotaron en larguísimas ovaciones. El público se resistía a dejarla marchar, y ella, triunfante, propició el diálogo en un más que aceptable francés. Presentó cada propina -hasta cinco, de Kaisser a Händel-, se permitió ofrecer entre arias rápidas o lentas y desplegó todo su encanto en un torrente comunicativo que recordaba a otra diva del barroco, la reina absoluta Bartoli.

Fue una velada mágica, como ya solo parece permitido a las grandes capitales de la música.