Gorgorito añora a los niños gallegos

Nacho Mirás Fole

CULTURA

N. Mirás

Desde 1955, los títeres de Maese Villarejo fueron imprescindibles en ciudades como Vigo o Ferrol. Aunque los programadores culturales lo desterraron en los 80, el héroe de la estaca está vivo y deseando volver

03 feb 2013 . Actualizado a las 13:11 h.

Si fue usted el típico niño de los años de Cuéntame; si pasó su infancia de entonces en Vigo, Cangas, Bueu, Pontevedra, Ourense o Ferrol, entonces esta página le va a tocar la fibra sensible. Haga memoria. Una tarde de verano en Castrelos. O en el parque municipal de Ferrol. Al calor, miles de enanos acampan en el graderío. Mientras no empieza la función, la megafonía lanza mensajes comerciales enlatados: «La Pitusa, la mejor gaseosa, la más digestiva, ligera y gustosa». «¡Parisién y patatillas!», ofrece el vendedor de barquillos, apodado O Conga. Allá abajo, en el escenario, un teatro de marionetas mantiene el telón cerrado. Por fin, tras una espera que se hace interminable como la maldita digestión antes de bañarse en la playa, se oye la voz aflautada de un niño: «¡Parabá, parabá, parabá parabá...!». ¡Es Gorgorito! La hora siguiente es una aventura en la que los buenos resuelven a estacazos una trama en la que la maldad está encarnada por la bruja Ciriaca o el ogro Dientes Largos. Detrás de aquellas funciones artesanas se encontraba la compañía madrileña de títeres de Maese Villarejo, formada por Juan Díaz Gómez de la Serna -primo carnal del autor de las famosas greguerías- y por su mujer, Pepita Quintero. Ellos manejaban, escribían, ponían las voces, fabricaban los muñecos... lo hacían todo. Su teatro era artesano y, sobre todo, participativo. Explica Guillermo Gil en su libro Los títeres de Maese Villarejo que los niños «eran parte del espectáculo y tenían que ayudar a Gorgorito con sus indicaciones. Avisaban al héroe de las intenciones de la malvada bruja, le informaban de la exacta ubicación del ogro y, así, juntos, conseguían vencer a estacazos a los malísimos».

Algo ocurrió en los años 80 para que, de ser imprescindibles en la programación de los veranos de numerosas localidades gallegas, los títeres de Maese Villarejo desaparecieran por completo. «Por una parte -cuenta Juan Díaz Quintero, hijo de Maese Villarejo y actual director de la compañía junto con su hermana Mónica- llegó la promoción de las lenguas autonómicas. Y eso supuso que, automáticamente, dejaron de contratar a mi padre en zonas en las que había lengua autóctona. Nos pasó en Galicia, pero también en Cataluña o en el País Vasco; nos propusieron traducir las historias al gallego, pero no nos vimos capaces». Y pasó algo más: algunos opinadores de salón acusaron de violentos a unos títeres que, desde los años 40, habían hecho de su cachiporra la esencia misma del espectáculo, los mismos censores que no dudaban en aplaudir películas de guerra o en regalar a sus hijos metralletas de pega. Gorgorito se replegó. Pero sobrevivió, y con mucha fuerza, en comunidades como Canarias, Extremadura, La Rioja o Navarra. Los herederos de Juan Díaz Gómez de la Serna -siempre con Pepita Quintero por detrás- reflotaron la compañía hace doce años y, desde entonces, no han dejado de girar, fieles a su esencia. En las pasadas Navidades, Maese Villarejo colgó el cartel de completo todos los días que estuvo en el Baluarte de Pamplona. Y los niños de hoy, como los de ayer, siguen vibrando con las aventuras de este superhéroe de cartón que resuelve la vida a estacazos. «¡Claro que nos gustaría volver a Galicia, mi primer mes de vida lo cumplí en Vigo!», añora Mónica. Juan recuerda los baños en Bueu o en el arenal de Samil antes de que se lo comiera el hormigón.

Niños de cuarenta y tantos, cantemos pues con Gorgorito aquella tonadilla que todavía hoy pone el colofón a las funciones: «El cuento se ha acabado, los buenos han vencido, si a todos ha gustado, gritad fuerte conmigo. Té, té, té, té, chocolate y café!».