Carlos Jiménez: «La obra de Calatrava es un pedestal para un arquitecto»

Javier Armesto Andrés
javier armesto SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

Este costarricense ha sido durante once años jurado del premio Pritzker

14 sep 2012 . Actualizado a las 11:19 h.

Nacido en Costa Rica, Carlos Jiménez lleva 35 años afincado en Houston (EE.UU.), donde tiene su estudio y es catedrático en la escuela de arquitectura de la Rice University. Durante once años ha sido jurado del premio Pritzker. Jiménez, que ayer participó en Santiago en el proyecto Xentes, espazos e lugares, promovido por el Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia, acaba de volver de Cádiz, donde intervino en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.

La Bienal se clausura hoy. ¿Sobre qué ha girado esta edición?

Los debates han sido sobre cómo la arquitectura promueve o engendra la participación del ciudadano. La arquitectura no puede estar ausente de los deseos y aspiraciones del ciudadano. Y la buena arquitectura, en el sentido de sus logros, es aquella que consigue admitir y atraer más público.

Pero eso es la teoría, porque en la práctica tanto el poder político como los arquitectos han hecho una arquitectura muy alejada de las necesidades de la gente.

Eso lo considero una generalización, porque hay muchas arquitecturas de las que ni siquiera somos conscientes. Lo que pasa es que un porcentaje de arquitectura, que es la más visible en los medios y la más discutida, es la que generalmente lleva la cruz al calvario. Pero del 90 % de la arquitectura no se habla y cumple con su trabajo, porque es más de servicio que de estar en las pantallas. Yo veo mucha arquitectura que no me importa saber quién es el arquitecto, porque la buena arquitectura te lo hace sentir.

Se tiene una imagen de que los arquitectos son despilfarradores o ajenos a las necesidades del público y esto es muy dañino, porque la arquitectura está destinada a servir a un público mayor. Hoy por la mañana (por ayer) caminaba por Santiago y me daba cuenta de tantas arquitecturas que pasan desapercibidas, pero que contribuyen de forma exquisita a promover el valor de la arquitectura en la ciudad. Lo que pasa es que cuando hay una crisis siempre se busca un chivo expiatorio, y la arquitectura se ha convertido en el chivo expiatorio favorito. Por ejemplo, en Madrid alguien comentó lo que había costado el aeropuerto, y a mí me emocionó el aeropuerto de Madrid, si vieran los aeropuertos que tenemos en Estados Unidos... Ese aeropuerto exalta al viajero.

Sí, pero si se hubiera hecho un aeropuerto más modesto quizá España no estaría en la situación económica en que se encuentra. Y no me refiero concretamente a la T4 de Barajas, sino a muchas otras obras públicas sin sentido.

Tienes razón, tal vez haya demasiado protagonismo en este aeropuerto, pero aún así su valor se verá más en el tiempo. Pero lo que más me impresionó es la calidad de la construcción. Esa inversión de una sociedad en una infraestructura tiene un valor que no se puede medir de inmediato, tiene que medirse en el tiempo. Hay otras obras que sí tienen que castigarse porque son simplemente de vanidad. Y de esas ha habido muchas, como ese pobre aeropuerto de Castellón, que se quedó solo, con la estatua del alcalde (se refiere al expresidente de la Diputación, Carlos Fabra) que quería construirse un monumento a sí mismo.

La arquitectura latinoamericana siempre se ha distinguido por una faceta más social, y en los últimos años ha surgido gente como el chileno Alejandro Aravena, que se ha preocupado especialmente por el problema de la vivienda. También, la Bienal de Venecia acaba de premiar el proyecto de Urban Think Tank sobre la Torre Confinanza de Caracas, la llamada «favela vertical».

Para mí es estimulante e inspirador ver a Latinoamérica competir con países más avanzados económicamente como España y Portugal, a pesar de sus crisis. Estas arquitecturas están enlazadas por el afán de hacer lo mejor posible con los menores recursos. En la Bienal seleccionamos una obra en Ecuador en medio de un entorno histórico en Quito, en donde la única intervención del arquitecto es crear una sombra dentro de un espacio que no tenía definición. O sea, que usando instrumentos tan esenciales se eleva el valor de la arquitectura hacia la sociedad.

El público y los medios se han interesado en difundir una arquitectura cargada de visualidad, no de sus deberes endémicos a la disciplina. Yo, en mi estudio, nunca hablo de sostenibilidad, de servicio, de cosas sociales, simplemente hablo de lo obvio de la arquitectura, que es apostar siempre por el beneficio de la arquitectura en el tiempo. Yo vivo en una ciudad donde la arquitectura no tiene un valor absoluto, es un producto de mercado. Houston es una ciudad despiadada, capitalista al máximo, y el valor que buscamos es cómo puede ir la arquitectura más allá de esos límites. Eso es un deber esencial del arquitecto, porque la arquitectura no es un espejo para su autor, sino para múltiples públicos que se reflejan en ella. Si perdemos esa perspectiva, la arquitectura se convierte en un elemento más del mercado, que se vende por lo que uno quiera.

La presidenta de la Comunidad de Madrid dijo la semana pasada que había que instaurar la pena de muerte para los arquitectos...

A mí me causó mucha preocupación, me dejó estupefacto que alguien con ese poder público dijera tal ignorancia, no entendiendo lo que es la arquitectura como un instrumento de cultura. Los políticos siempre dicen estupideces porque es parte de su oficio, así como tratan de llevarnos siempre con una zanahoria delante de nuestro olfato. El público tiene un conocimiento de la arquitectura muy superficial y sus políticos, en vez de mostrar un liderazgo, a veces reflejan o rebotan lo creen estar escuchando del público, pero tienen que estar informados, educados, sobre lo que hace un arquitecto y el servicio que promueve.

Su labor como conferenciante le permite recorrer muchas ciudades diferentes de todo el mundo. ¿Vamos hacia un mismo modelo urbano? Espero que no sea el norteamericano.

Yo soy muy crítico con ese futuro que se le vendió al mundo, el de los suburbios. Estados Unidos representa muchas cosas buenas, pero también esa falta de colectivismo, de unión pública, que ha creado esas grandes catástrofes que son los suburbios. Las ciudades son los grandes centros globales de población y nada lo puede parar, entonces nuestra concentración debe ser en la densidad y en utilizar los instrumentos que siempre se han usado en la historia, el contacto, los espacios públicos. Se habla mucho de los espacios públicos virtuales, de Facebook, etc. pero los ciudadanos todavía necesitan espacios donde preservar ese contacto humano tan esencial para el progreso. Incluso Houston está reconstruyéndose a través de estas estrategias, porque el ciudadano se da cuenta de que vivir a dos horas del centro de la ciudad le trae no el sueño americano, sino una pesadilla.

¿Ha sucumbido la ciudad moderna al automóvil? ¿Se ha cumplido la profecía de Wright?

Sí, ha sucumbido por la energía barata. Ocurre lo mismo en Caracas, donde llenar el depósito cuesta dos dólares y todo el mundo se está asfixiando porque está lleno de automóviles. Pero ciudades como Houston van a cambiar por sobrevivir en un mundo con menos recursos. La ciudad del futuro no puede ser una ciudad de fantasía como la de Wright, llena de platillos volantes y helicópteros, eso solo sucede cuando el individualismo se impone al interés colectivo; o la ciudad del cine como Blade Runner, siempre hay muchas ficciones. La realidad de la ciudad es más eficiente, más contundente y más visible. El futuro de la ciudad es la ciudad mediterránea, que tiene escalas, donde puedes hacer todas tus cosas dentro de un entorno, exquisitamente rica de experiencias y actividades. No es la ciudad de la soledad, del suburbanismo, no te deprime, no es un monocultivo. Yo veo la ciudad latinoamericana como entrar en un mercado, mientras que en Estados Unidos solo encuentras naranjas y te mueres de vitamina C: es más bonito estar en el mercado donde puedes disfrutar de muchos sabores, de muchas cosas y se puede improvisar.

¿Qué opina de la arquitectura modular o prefabricada, que se está introduciendo en España como reacción a la crisis: viviendas más baratas, que se pueden montar en pocas horas, el cliente trata con una sola empresa que se encarga de todo: proyecto, construcción, amueblamiento...?

Cuando yo salí de Costa Rica tenía 15 años y había una gran propuesta para hacer esta arquitectura, uno de los partidos del gobierno promovía este tipo de viviendas. Iba al aeropuerto y las veía construir y me atraían; doce años después regresé y todas estaban abandonadas, porque se había apostado por una solución tan inmediata, pensaban que estaban remediando el problema, pero lo estaban extendiendo de una manera cruel, porque esas viviendas tenían muy poca vida. La historia de la arquitectura y la vivienda siempre está en este baile, mira China, donde llegan 5 millones de personas, crean una ciudad y se construye tan rápido que lo que menos importa es cuánto van a durar. Los arquitectos, políticos y urbanistas tenemos que comprometernos sobre cómo se construye. Esas casas exhiben una imagen muy apetecible, pero sabes que en tres años se van a deteriorar. Todos somos culpables de este tipo de ignorancia global.

Usted ha sido jurado del Pritzker. ¿Cómo se decide no ya el ganador, sino los arquitectos que se merecen estar entre los finalistas?

El premio tiene más de 30 años, se ha convertido en el equivalente al Nobel porque tiene como función reconocer lo mejor de la profesión. Solo se da un premio al año y hay muchos arquitectos de gran categoría. Siempre hay un grupo de críticos, personas del arte, cultura, política y está abierto que nominen a quien quieran. El jurado coge ese crisol de nombres y lo comprime a un número, estudia su obra cuidadosamente y trata de visitar las obras. O sea, que hay muchas etapas de aguda discusión para decidir el ganador. A veces se critica porque parece que se concede a unos «sospechosos habituales», pero no es así. Por ejemplo, en el caso de Jorn Utzon entendimos que había habido un salto en el tiempo y tratamos de remediarlo, y en el caso de Glenn Murcutt fue la noticia más feliz porque muchos arquitectos se sintieron reconocidos con su elección.

A veces parece que el Pritzker gira hacia lo sostenible y lo minimal, como en los casos de Murcutt o de Peter Zumthor, y otras vuelve a premiar a representantes de los grandes estudios, como Jean Nouvel o Richard Rogers.

Estoy de acuerdo, puede parecer así. Pero soy partidario de establecer un premio ecuménico, que reconozca los grandes logros de muchos arquitectos. Este año se le concedió a Wang Shu, un arquitecto chino de mucho talento y mucha controversia, porque está construyendo en China de la forma que los chinos no quieren construir. El premio tiene esa capacidad de ilustrar una riqueza muy amplia de la arquitectura, no creo que tenga una tendencia singular de observar solo algunos casos; es una oportunidad de ampliar el conocimiento de la arquitectura, unas veces a través de personas conocidas y otras no tanto. Mendes da Rocha no era conocido en EE.UU., cuando salió la noticia la gente preguntaba este quién es, y eso es muy saludable. Es como en el Nobel de Literatura, que se le da el premio a Vargas Llosa, que era conocido mundialmente, y otro año se le da el premio a una poetisa polaca que es maravillosa.

En España hay la creencia de que se hace muy buena arquitectura, pero solo tenemos un ganador, Rafael Moneo, y de eso ya hace 16 años.

El mundo es muy amplio, aquí hay estupendos arquitectos como Mansilla y Tuñón, Francisco Mangado, Nieto y Sobejano, Navarro Baldeweg... Menciono los que conozco, pero hay gran futuro aquí en la arquitectura y que están a la altura de establecer un vínculo universal, no tanto nacional, con la arquitectura.

¿Nunca le darán el Pritzker a Calatrava? ¿Por qué?

Calatrava, lo digo objetivamente, no creo que se haya desarrollado una curiosidad más amplia de su obra. Tiene dotes artísticas, pero no van más allá de reproducir lo predecible. Cuando ves a Jean Nouvel, su obra sube y baja como una montaña rusa. Yo no puedo decir que no se le vaya a dar el premio, pero espero que él pueda despertar de este ensimismamiento, siempre haciendo las mismas alas, los mismo picos, tiene que haber algo más que reproducir eso. Espero que pueda volver a su origen, donde estaba el gran creador. Estando en la Ciudad de las Artes yo quedé muy decepcionado porque era un pedestal a un arquitecto.

Hábleme de su trabajo como arquitecto. Sus últimos proyectos son dispares: un edificio académico en Houston, una casa en el desierto de Texas, una torre de viviendas sociales en Francia y una obra cultural en Gandía. ¿Qué líneas determinan su arquitectura, cómo es su primer acercamiento a un proyecto?

Tengo un estudio pequeño, cuatro o cinco personas y siempre me he esforzado por mantener ese tamaño porque me interesa un cliente más que un proyecto. Me interesa la posición que un cliente nos trae y nos dice «tenemos un problema estupendo, cómo hacemos una casa en este desierto», o «tenemos otro problema estupendo, cómo hacemos unas viviendas sociales en la periferia de París, que está sufriendo una gran ola de inmigración, cómo resolvemos este problema». Y a mí me encanta ese tipo de desafío. Yo no veo la arquitectura como buscando «un» proyecto, yo siempre ando buscando ese proyecto total que involucra una localidad, la ambición-aspiración de un cliente y la oportunidad de servir de una forma tan generosa que es la arquitectura. El proyecto en Francia ha durado seis años, el del desierto cuatro años y medio, una escuela en Filadelfia casi cinco años, mi estudio lo llevo construyendo 31 años... Toma mucho tiempo. Lo que siempre he hecho es responder a alguien que me toca en la puerta. Es una relación mutua de intercambio y si veo que no va a haber esa química, ese mutuo deseo de utilizar esos instrumentos de la arquitectura para hacer el mejor proyecto, entonces no me interesa y no quiero participar, porque la vida es muy corta y la arquitectura es muy larga. Tienes que escoger.

Ahora hemos terminado un estudio para un fotógrafo en Houston que tenía tan pocos medios, me encantaba el personaje y lo he hecho casi por nada, ¡pero he quedado tan feliz de que pudimos entregarle su sueño! Y mi felicidad viene de esa acción, de la generosidad que está inscrita en la arquitectura. Por eso decía lo de que si la arquitectura se convierte solamente en un pedestal, y eso ya ha acabado afortunadamente por la crisis, porque el narcisismo lleva a la autodestrucción y la ciudad siempre le gana a los arquitectos.

La arquitectura siempre se beneficia de obras especiales, como por ejemplo el CaixaForum de Madrid (de Herzog y De Meuron). Me encanta no tanto el edificio como la idea de crear un icono en la ciudad que todo el mundo responde a él. Me gusta más estar afuera que adentro, me encanta cómo la gente reacciona, se saca fotos, va por la escalera... tal vez lo menos importante es estar en las exposiciones o tal vez lo más importante es estar en el café. Lo más bello del edificio es que tiene tanta generosidad que cualquier público puede encontrar algo que le guste. Hay otros edificios que son tan singulares que solo admiten lo que el arquitecto quiere que hagan, y esos son los edificios que me dejan triste como ciudadano, no solo como arquitecto. Entonces, me gustan esos edificios que a través de su imaginación, a través de su contribución logran beneficiarnos a todos porque dan cabida a todas nuestras necesidades. Y hay edificios que se quedan muy solos, no solo por el paso de la historia sino porque solo decidieron contribuir a un grupo muy pequeño.