Un año exacto de la desaparición

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La falta del manuscrito cuestionó las medidas de seguridad y disparó todo tipo de teorías

05 jul 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

La desaparición del Códice Calixtino suscitó una reacción de incredulidad que pronto se transformó en una sensación de amarga resignación cuando quedó claro que no se trataba de una simple falta o extravío, sino de un robo. Precisamente hoy se cumple un año de la jornada en la que en la catedral se advirtió que el preciado manuscrito no se hallaba en su lugar habitual. Se trata de una sala especial, localizada en el archivo del templo, protegida por gruesos muros y una pesada puerta metálica, pero sin cámaras de seguridad, al menos entonces. Allí se custodiaba el Códice, guardado dentro de una caja de seguridad, sobre un cojín y bajo un paño bordado. De ese cofre solo salía en ocasiones señaladas -los investigadores utilizan una copia facsímil- y la posesión de una llave de la sala estaba limitada a tres personas, entre ellas el deán y entonces también archivero, José María Díaz, así como el medievalista José Sánchez.

Fue este último quien vio el Códice por última vez, el 30 de junio, por lo que el hurto se llevó a cabo entre esa fecha y el 5 de julio, día en que después de que cuatro personas lo buscasen infructuosamente los responsables catedralicios avisaron a la policía. Los agentes continuaron el registro esa misma noche y durante la jornada siguiente, con el mismo resultado. A estas alturas el rumor de que algo «más o menos grave» había ocurrido estaba más que extendido entre los trabajadores y voluntarios del templo y en las últimas horas del día 6 trascendía la noticia. El jueves, 7 de julio, Galicia desayunaba con la noticia de que tras 800 años dentro de los muros de la catedral, se había esfumado uno de sus más preciados tesoros artísticos.

Repercusión universal

La repercusión fue inmediata, y de alcance, universal. Las primeras reacciones hacían hincapié en los fallos en un sistema de seguridad que no había estado a la altura de la joya que debía proteger. En medios policiales se cuestionó el protocolo de acceso y el grave despiste de que la caja fuerte en la que se guardaba el Códice tuviese puestas las llaves. «Es como tener un coche blindado y dejar las ventanillas bajadas», fue la comparación de un agente.

En los primeros momentos cualquier hipótesis parecía válida, desde un golpe de una mafia especializada en objetos artísticos, un robo por encargo de un coleccionista fetichista -la posibilidad de que se pusiese a la venta era nula- o una acción motivada por una venganza y que tendría como blanco al deán. En su comparecencia del 7 de julio, José María Díaz parecía apuntar en esa dirección, al declararse «víctima de un gran atentado, de un robo y una tremenda ilegalidad».

Lo que no dejaba lugar a dudas era el conocimiento del ladrón del aspecto físico del Códice, su ubicación y el funcionamiento interno de la catedral. Esto reforzaba la teoría de la colaboración interna o una motivación personal. El propio arzobispo pidió en una entrevista en Radio Voz el 12 de julio que quien se hubiese apoderado del Códice pensase en devolverlo. Pero el autor hizo caso omiso, lo que finalmente propició su detención el pasado martes.

doce meses sin el códice