Inventos que derrotan al tiempo

Sara Cabrero
Sara Cabrero REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

ALBERTO ESTÉVEZ

El paraguas, el termómetro o la cremallera nacieron hace más años de los que pensamos y han sido capaces de capear la llegada de las nuevas tecnologías con una facilidad sorprendente; entre los artilugios más longevos que se siguen usando encontramos alguno con firma gallega

01 jul 2018 . Actualizado a las 21:15 h.

Ingeniería punta -y muy sencilla- a prueba del paso del tiempo. Ese es el ingrediente de la fórmula mágica de estos cacharros. Artilugios que han sobrevivido a la llegada de toda clase de revoluciones tecnológicas y que siguen ocupando un lugar privilegiado en nuestras rutinas. Algunos cuentan con más de un siglo y otros pueden presumir de formar parte de las páginas de la historia más lejana. Un puñado de ellos incluso han conseguido derrotar al tiempo sin cambiar ni un ápice su esencia, mientras que otros han sabido adaptarse mejorando materiales o pequeños detalles para seguir conquistando quehaceres por otros tantos años más.

El paraguas y el preservativo son dos de los más ancianos en este compendio de artilugios. El primero, inventado en la antigua Mesopotamia como sombrilla para evitar el intenso sol, fue evolucionando con el paso de los años hasta que en 1852 el manufacturero Samuel Fox patentó el diseño que hoy en día conocemos con varillas de metal. También tienen un recorrido mayor del que muchos piensan los preservativos, que empezaron a ser usados por los egipcios hace 3.000 años.

Aunque tuvo algunos precedentes, el termómetro de mercurio apareció en el año 1714, cuando Daniel Gabriel Fahrenheit creó su primer cacharro para medir la temperatura. Treinta años después, Jean Pierre Christin mejoraba un poco el invento al utilizar los parámetros de cero grados como punto de fusión del agua y cien como punto de ebullición. También sobrevive al paso de los años la cerilla, patentada por el químico sueco John Walker en 1826.

Las mentes más sesudas de nuestro país también dejaron cacharros para la historia. José Valle Armesto, un industrial gallego, abrió en Gijón un taller del que, en 1906, salió el abrelatas que todavía guardamos en la cocina. Aunque ya había algunos inventos parecidos en el mercado, el de Valle permitía abrir latas, botellas o perforar el metal sin dificultad. También tiene sello español el sacacorchos de búho, diseñado en 1932 por el vasco David Olañeta. Pero sin duda uno de los inventos que más ha viajado por el mundo presumiendo del ingenio patrio es la fregona. En 1964, Manuel Jalón Corominas patentó su kit completo de fregona de textil absorbente, escurridor y cubo que tanto ha facilitado las tareas domésticas a varias generaciones.

El eterno bolígrafo Bic está de aniversario. Nacido en 1938, este octogenario invento dio muchas vueltas hasta que fue patentado tal y como lo conocemos. Ladislao José Biro lo ideó mientras veía a unos niños jugando con una pelota y observaba de qué forma la esfera dibujaba un rastro de agua al salir de un charco. De toda esta experiencia se le ocurrió idear una bolita en la punta del bolígrafo que fuera regulando la tinta. En el año 45, un empresario de apellido Bich compró la patente al ver las grandes posibilidades de un cacharro que finalmente le haría millonario. El boli no es el único ingenio con cierta edad que tenemos sobre el escritorio. Los Post It (1973), la goma de borrar (1770) o el clip (1892) son solo un ejemplo de ello.

De la obsesión de un suizo nació en los 40 el velcro. Tras un día de caza con su perro, George de Mestral se quedó sorprendido con la adherencia de las semillas de bardana que se les habían quedado pegadas. Se ofuscó. Decidió observarlas bajo el microscopio para entender qué era lo que hacía que se incrustaran con tanta facilidad y cuando lo comprendió, se puso manos a la obra para tratar de replicarlo en un sistema de cierre con dos cintas. Tan importante como el velcro es la cremallera, nacida en plena Primera Guerra Mundial. Tras varios años buscando combinaciones de broches que permitieran un cierre rápido para las prendas con las que soldados se guardaban del frío, el sueco Gideon Sundback llegó a Canadá para dar con la fórmula de uno de los sistemas más utilizados en el textil.