Reformas, ¿qué reformas?

Venancio Salcines. Profesor de la UDC

MERCADOS

23 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hasta el FMI dice que vamos bien. ¿Cómo llevarle la contraria con lo cenizo que acostumbra a ser? Y la verdad es que no están descaminados, España evoluciona bien, lo cual no quiere decir que lo esté, solamente que los signos vitales de hoy son mejores que los de ayer. Que hemos hecho las reformas oportunas, afirma, y por ello, hoy estamos como estamos. Y como nunca he tenido simpatía por este organismo, al llegar a este punto, me dije, basta ¿Qué reformas? Este país ha cambiado su estructura económica por mortalidad, y punto. ¿Por qué las empresas que han salido con vida y algo oxigenadas son aquellas con capacidad de vender en los mercados exteriores? Y, como los demás lo han visto, ahora nadie en el sector industrial quiere caminar alegremente sin un departamento de internacional. Es decir, el sector empresarial español ha mudado de piel al son de un único ritmo, compuesto por Darwin, y que versiona al mayor de sus éxitos, la evolución de las especies. En paralelo, las familias que se lo han podido permitir han ahorrado, y mucho. Estamos en máximos históricos, pero a otro ritmo musical, el que marca el miedo. En la medida en que este desaparece, el ahorro se transforma en consumo, el cual a su vez activa las actividades económicas sujetas al mercado doméstico, como el comercio. Si incorporamos un tercer elemento, el desastre humano y social de una buena parte de las naciones árabes, ya tenemos el por qué de nuestra burbuja turística.

Estos son las tres grandes imágenes que sobresalen en nuestra economía, internacionalización por fallecimiento de la demanda interna, récords históricos de riqueza financiera que mutan en consumo familiar y burbuja turística. Si entendemos estos procesos ya estamos capacitados para explicarle qué está pasando en España a nuestro primo de Argentina, y por favor, no le diga nada de reformas públicas, no vaya a ser que crean que haciendo caso al FMI van a poder salir de su crisis económica.

Me preocupa que la sociedad compre el discurso de que hemos salido gracias a una fuerte agenda reformista. Y es que creérselo implica dos riesgos, el primero, poner a mínimos las reformas pendientes, el segundo, entrar en una espiral alocada de gasto público.

España tiene pendiente una batería de medidas legislativas, desde cambiar la Ley Electoral hasta rediseñar nuestra educación superior, pero, en el plano puramente económico, las que se inicien han de ir encaminadas tanto a una mayor eficiencia en el gasto público como, por ejemplo, la reducción drástica del número de ayuntamientos, como a un nuevo marco tributario que estimule la inversión empresarial y favorezca las rentas del trabajo. Esta nueva fiscalidad ha de ir vinculada a una mayor imposición al consumo. En esto último, y sin que sirva de precedente, sí comparto la tesis del FMI de fortalecer la capacidad recaudatoria del IVA. Puestos a gravar es preferible hacerlo sobre el consumo que sobre la generación de riqueza.

Adicionalmente, ha de realizarse una reforma administrativa que elimine el principio de que todos los que nos relacionamos con la administración somos ladrones, vagos y maleantes, es decir, que reduzca drásticamente la burocracia, en especial a la que se somete al sector empresarial. Y, por otro lado, hay que cambiar el principio muy español, de que el suelo es un instrumento de especulación para el que lo posee. El Estado, a través del Sepes, debe entender que el suelo industrial es un factor de producción para el que lo usa y, por tanto, lo que toca es crearlo para transferirlo a precios de coste o incluso en pérdidas. Más nos cuesta asfaltar pistas de aeropuertos vacíos o rescatar autopistas, y ya ve. En fin, si algo queda, son reformas por hacer.