Viveros de ingenieros para alimentar a la industria

María Cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

DANIEL PORTELA

El Grao de Enxeñería Aeroespacial echó a volar este curso en el campus de Ourense

26 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A Fernando Cid le habría gustado ser médico, pero un día vio en la A-52 un camión que avanzaba a paso lento transportando una de las puertas del tren de aterrizaje del Airbus 340 y empezó a barajar otras alternativas. El sector aeroespacial comenzó a llamarle la atención. Y resultó que aquella pieza se hacía a pocos kilómetros de su casa, en Ourense, y justo ahí, en el campus de la ciudad de As Burgas, comenzó este año el Grao de Enxeñería Aeroespacial de la Universidade de Vigo. Tiene medio centenar de compañeros.

La medicina y la aeronáutica son disciplinas muy distintas, pero en el fondo no hay mucha diferencia entre ellas. La construcción de un avión (solo una pequeña parte de lo que se puede hacer en este campo) requiere una combinación meticulosa de decenas de las piezas que componen el fuselaje, el morro, las alas, la cola o el tren de aterrizaje. Ensamblar un sector como el aeroespacial requiere esa misma precisión quirúrgica. «Galicia tenía investigadores, profesores capaces de transmitir lo que sabían hacer y una industria metalúrgica interesada en consolidar su hueco en el segmento de la aeronáutica. Esta es una titulación para dar respuesta a la industria», indica Arno Formella, profesor de informática del Grupo Aeroespacial de la Universidade de Vigo y ahora director del recién inaugurado grado. Y es que del mismo modo que la construcción de un avión requiere de tornillos capaces de soportar estructuras que pesan más que el viento y que han de navegar durante miles de millas, la comunidad precisaba ingenieros capaces de dar soporte para apuntalar el futuro del sector. El grado es una vía. Otra es el Master de Ingeniería de Estructuras y Materiales Aeroespaciales de la Universidade de A Coruña, donde da clase el grupo del profesor Santiago Hernández en colaboración con profesores del Imperial College de Londres, la ESA y de Airbus. Además, hay un ciclo superior de Mantenimiento de Aeronaves en el CIFP As Mercedes de Lugo.

Fernando Cid se enroló en el proyecto puesto en marcha este año en el campus de Ourense para poner rumbo a su futuro profesional. «El índice de empleabilidad durante el año posterior a terminar los estudios es del 100 % en el caso de las mujeres, y de un 96 % en el de los hombres», dice Arno Formella.

La demanda en el sector es alta porque, al menos de momento, no hay ningún indicador que muestre que esta nave vaya a estrellarse.

«Vi que era un sector que tenía bastante futuro y, además, me daba la alternativa de poder quedarme en Ourense. No lo dudé», dice Fernando. Al igual que Sara Rodríguez, una compañera de aula de Pontedeume, le gustaría trabajar en la gestión del tráfico en un aeropuerto. «Me gustaría ser controladora, pero eso...», dice.

Porque la ingeniería aeroespacial es un territorio tan amplio como el propio espacio. Las películas de astronautas fueron las que engancharon a otro alumno, el zamorano Iván Rivas, a esta ciencia. «El escaso o nulo porcentaje de paro que tiene el sector también es otra de las cosas por las que estoy aquí sentado», dice este joven sentado ante una pizarra llena de cálculos.

Que tiene futuro está claro. Lo corrobora otro ingeniero de A Coruña que trabaja en Inglaterra. Ramón Blanco Maceiras, que desarrolla modelos para propulsar satélites, anima a embarcarse en esta aeronave: «Esta es una industria con una infinita capacidad para crecer. Todo depende de la tecnología». El grado de Ourense está centrado en dos especialidades que son vitales para la industria gallega. La primera es Aeronaves. La segunda Materiales y Equipos Aeroespaciales. No hay nada que no puede acabar convertido en realidad. Basta con entrar en el nuevo e impoluto despacho de Formella. Allí un pequeño satélite de cartón decorado con rayones de bolígrafo azul descansa sobre uno de los aparadores: «Es la primera maqueta del satélite Xatcobeo. Me ayudó a hacerla mi hija, que en el 2008, cuando la construimos, tenía dos años y medio», explica. El Xatcobeo dejó de ser de cartón y entró en órbita. Fue en el 2012.