Recomponer el poder europeo

Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA

MERCADOS

21 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Una vez conocida la decisión británica de salir de la Unión Europea, son muchos los debates que de pronto se han abierto acerca del futuro de esta y de cómo a partir de ese importante hecho pueden reconfigurarse las posiciones de poder en su seno. En términos generales, esos debates avanzan en tres planos. El primero es el que cabe pensar que se hará más visible, pero también el de menor trascendencia a largo plazo. Trata de la necesaria nueva ubicación de algunos organismos comunitarios situados en suelo británico. El más importante es, sin duda, la agencia de servicios financieros, hasta ahora enclavada en la City londinense. La batalla por la nueva sede ya ha empezado, con Fráncfort en situación de clara ventaja sobre otras ciudades europeas. Por interesante que pueda ser esta cuestión, no deja de ser un aspecto particular de algo que dará mucho más que hablar: el casi seguro proceso de deslocalización de servicios financieros desde la plaza londinense hacia otros lugares. Y aquí la pugna entre unos países y otros seguramente se hará muy descarnada.

La segunda cuestión es de un calado muy superior, pues afecta directamente al futuro reparto de poder dentro de la UE. El brexit supone, entre otros cosas, una ruptura de los viejos equilibrios. Es verdad que el Reino Unido nunca ha estado, ni ha querido estar, en el núcleo de la decisión comunitaria, históricamente localizado en el eje francoalemán. Pero en las grandes cuestiones, en torno a las cuales siempre ha existido una tensión entre las posiciones más liberales (defendidas por Alemania) y las, digamos, más intervencionistas (con Francia como principal impulsor), Londres siempre se ha alineado con las primeras. Es verdad que la forma de entender el liberalismo en Alemania y Gran Bretaña es bastante diferente, pero, en cualquier caso, el Gobierno germano debe sentir en estos momentos que ha perdido un aliado de fondo.

¿Quién podría ocupar el vacío que deja el Reino Unido? En principio, este podría ser, sin duda, un gran momento para que España ganara influencia dentro de la Unión en todos los planos. Sin embargo, nada anima a pensar que algo así ocurrirá, dada la atonía general del Gobierno -de los últimos Gobiernos- en esta cuestión. La presencia española en la Comisión Europea -con un único comisario en horas bajas, obligado a dar explicaciones sobre sus propios asuntos a cada rato- es ahora mismo anecdótica. Y la pérdida de todas las batallas para ganar presencia en los grandes órganos -desde el consejo del BCE al Eurogrupo- no induce precisamente a pensar que a corto plazo nos convirtamos en un actor de primer orden en el ámbito comunitario. ¿Será entonces Italia, o quizá Polonia, quien salga vencedor en ese juego? Ninguno de estos países, cada uno por sus propias razones, parece tener grandes cartas para ello en estos momentos, por lo que es muy poco claro como podrá avanzar ese nuevo reparto de poder e influencia.

En último término, la cuestión anterior se irá esclareciendo a medida que empiece a despejarse la tercera y capital cuestión. ¿Cuál es el futuro del proceso de integración, con qué liderazgos y a qué ritmos proseguirá? Lo más probable es que, ahora sí, se consolide la «Europa a dos velocidades», con niveles muy diferentes de integración. Pero también en este punto las incógnitas son muy importantes. Por ejemplo, hay países -como Holanda- que por todos los conceptos debieran estar en el primer y más intenso círculo, y en los que sin embargo se registran importantes retrocesos de la idea europeísta. El principal problema, con todo, es que nadie parece tener muy claro, a día de hoy, cómo hacer para romper los actuales nudos institucionales de la Unión.