Una cooperativa?para poder?pescar

Laura Fernández Palomo. Dikili

MERCADOS

Marineros turcos gestionan la actividad de sus faenas en el pequeño pueblo de Dikili con una sociedad por la que pagan 3.500 euros anuales por diversos usos

22 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando los pescadores de Dikili terminan de faenar en el mar Egeo, reposan su jordana con un té en una de las terrazas del puerto, donde les cuesta la mitad de precio. Antes, colocan parte del pescado recogido en el único puesto del muelle para su venta. Recibirán los beneficios. Conversan, se saludan y tejen sus redes con los utensilios que guardan en el amplio almacén compartido que linda con el café. La estampa se desarrolla con tranquilidad, confianza y brisa marina. No en vano, son compañeros de trabajo, pero también socios y propietarios de esta pequeña marina, desde que en 1994 formaran la cooperativa con la que administran la actividad pesquera de esta localidad turca desde la que se divisa la isla griega de Lesbos. Aunque esta cercanía les haya colocado ahora en el foco internacional, al convertirse en el centro de recepción de los refugiados y migrantes que están siendo deportados tras el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía. No se acostumbran al nuevo trasiego, pero mantienen su cotidianeidad.

Eren Kosar sorbe un té de media tarde mirando su barco. Es el más grande del muelle por el que debe pagar algo más que el resto, pero perfectamente soportables para los 62 cooperativistas que abonan una cuota de 260 euros por ser miembro. Eso les da derecho a descuentos en el café, a la venta de su pescado y a poder amarrar su barco en el muelle por entre 8 y 87 euros, dependiendo del tamaño de la embarcación. «Si no hubiéramos apostado por la cooperativa, esto sería ahora una marina de lujo con costes inasumibles para dejar nuestro barco», asegura Kosar, sobre las complicaciones que tenían antes de lanzarse a gestionar ellos mismos las instalaciones. Por 3.500 euros al año, alquilan el malecón y tres de los edificios que han ido acondicionando a sus necesidades. «Son precios relativamente aceptables para todos. Este es un puerto pequeño, así que da posibilidad a los pescadores de la zona a mantener su actividad», explica el joven Görkem Karaca, que hace tan solo unos meses se incorporó como administrativo a esta pequeña familia. Es de los pocos que no es trabajador del mar, condición sine qua non para ser socio. Él pasa casi todo el tiempo encerrado en las oficinas de la cooperativa, que acoge el edificio de la cafetería, y mira con asombro las cuentas de los beneficios que les reportan y reparten a partes iguales cada año entre todos los miembros.

Kosar es de los más veteranos. Ha ocupado puestos de dirección que eligen cada cuatro años por votación directa. Ahora ya prefiere estar tranquilo, pero habla con orgullo de la creación de esta productiva comunidad. «Antes, todos estos edificios eran privados. El Gobierno nos ofreció facilitarnos las instalaciones, solo si nos conformábamos como cooperativa». Arriesgaron.

No se trata de un experimento. El país, con un pie en Europa y otro en Asia, acumula una tradición. El movimiento cooperativo se empezó a gestar ya en las leyes del Imperio Otomano, que ofrecía fondos de crédito de apoyo a agricultura y sectores rurales. Durante el período de Ataturk emerge el entramado legal de promoción de creación de cooperativas entre 1920 y 1930. La esencia se ha mantenido hasta el punto de que sus diversas constituciones recogen en el articulado el apoyo y la mejora de las cooperativas por parte del Estado como parte de los intereses económicos nacionales.

Las cifras hablan solas. Según un informe del 2013 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en Turquía hay 522 cooperativas de pescadores afiliadas a 14 uniones regionales y una unión central. En total, 84,232 en 26 sectores diferentes. Especialmente comunes en las zonas rurales, en Turquía la cooperativa es considerada una fuerza motriz de la economía social.