El coche del pueblo y de sus amiguetes

Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA. UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

Se daba por cierto que la revolución de los flujos de información había traído, entre otras muchas ventajas para la marcha de la economía, la de la transparencia. Ahora -pensábamos- es mucho más difícil ocultar comportamientos impresentables, como el engaño, la manipulación o el fraude. 

04 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Y en lo que llevamos de siglo se han multiplicado los casos de falseamiento de datos, de productos, de contabilidad. O sea, todo lo contrario a lo que tan ingenuamente habíamos imaginado.

Recuérdese que en el 2001 se produjo en Estados Unidos el mayúsculo escándalo de la compañía Enron, por entonces una de las mayores empresas energéticas del mundo. En aquel momento, se conoció que Enron hacía sistemáticamente trampas con sus sistemas contables (lo que se ha llamado «contabilidad creativa»). Pero el verdadero problema vino cuando se supo que tales prácticas no eran solo realizadas por esa empresa, sino que al menos otro centenar de grandes corporaciones acudían a ellas de un modo regular. Peor aún, se descubrió que la supervisora de las cuentas -una auditora de nombre infausto a la cual ese episodio se llevó por delante- era tan tramposa como sus supervisados.

Luego vino algo mucho más fácil de recordar, por ser mucho más reciente: la cadena de fraudes bancarios de los últimos años, en los que no solo estuvieron implicados financieros dudosos, como Bernard Madoff, sino también algunos de los principales bancos del mundo, de los cuales se ha demostrado -y buenas sanciones han debido pagar por ello- que generaban productos fraudulentos (¿será necesario recordar las preferentes?) y manipulaban variables clave, como el líbor, para sí mejorar sus cuentas de resultados.

Y ahora nos ha sorprendido la crisis de das Auto, Volkswagen, una de las mayores compañías del contienente. Una crisis que sin duda llega en un momento delicado para la economía europea y el comercio internacional. La forma en que este escándalo repercuta sobre la recuperación del crecimiento en Europa obviamente va a depender de si se extiende o no a otras empresas. Si ocurre lo primero, habrá que contener el aliento. 

Pero es obvio, en todo caso, que varios asuntos trascendentes para el futuro económico podrían salir tocados de este episodio. En primer lugar, la marca Alemania, sobre la que se empiezan a acumular algunas dudas. Segundo, la confianza de los consumidores, quienes en algunos mercados clave -como en el de automóviles supuestamente de gran calidad- ya no saben muy bien a que atenerse. Y tercero, la credibilidad de los reguladores (o al menos algunos de ellos).

Este último punto es especialmente controvertido. Porque lo que ahora empezamos a saber todos, parece que pasaba como un runrún entre los profesionales desde hace tiempo (de hecho, muchos atribuyen su reconocimiento público a la denuncia de algunos competidores norteamericanos). Y si es así, ¿cómo es que los reguladores no hicieron nada? ¿Será que los problemas de emisiones de gases en el fondo importan poco? O sencillamente, ¿habrá aquí alguna conexión inconfesable entre la industria y el regulador? Es decir, ¿no estará detrás uno de esos problemas, nada infrecuentes, de captura del vigilante por parte del vigilado?

Preguntas inquietantes, que remiten a otra más general y si cabe más turbadora: ¿No habrá llegado el más puro y descarnado «capitalismo de amiguetes», ya bien conocido en otros muchos campos, al corazón mismo de la industria europea? Quizá en las próximas semanas o meses tendremos alguna respuesta.