Banco de Vigo (I): el robo

MERCADOS

El Banco de Vigo, constituido el 24 de mayo de 1900, duró un cuarto de siglo. Su expansión fue rápida y fructífera su corta existencia. En su haber figura la promoción de industrias y servicios fundamentales de la ciudad olívica.

06 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando la entidad naufragó, en enero de 1925, dejó tras sí una emblemática sede central, once sucursales, importantes activos industriales y una ristra de acreedores. Y también, oculto en algún ignoto rincón, al exempleado que, en 1909, vació la caja y huyó al Caribe a disfrutar del suculento botín. 

Si alguien lo vio entrar y salir repetidas veces del banco, entre las cuatro y las cinco de la tarde del 1 de agosto de 1909, a nadie sorprendió el trasiego: Justo Rojas, dicharachero y amable, era el portero de la entidad. El robo, por lo demás, se ejecutó con limpieza. El conserje se había procurado copias de las llaves de acceso y se limitaba a trasladar el dinero de la caja fuerte al exterior del edificio, donde lo esperaba, mientras comía una sandía, Demetria Rodríguez, la mujer con la que convivía desde hacía dos años. Y así, entre idas y venidas, Justo Rojas trasladó el contenido de la caja del Banco de Vigo a su bolsillo. Afanó exactamente 201.909 pesetas en billetes y 884 monedas de plata corriente. Arrampló también con dos monedas de oro de 20 francos cada una, tres libras esterlinas y un sobre lacrado que contenía 500 pesetas en monedas alfonsinas de oro. Solo dejó, quizá por estimar dificultosa su colocación, efectos y valores.

EL LADRÓN SE ESFUMA

El robo causó sensación en Galicia. Doscientas mil pesetas era una fortuna en la época: los beneficios anuales del Banco de Vigo no alcanzaban esa cifra ni por asomo. Para hacernos una idea: en 1909, el premio gordo de la lotería ascendía a 600.000 pesetas, el extraordinario salario de un minero alcanzaba las 780 pesetas anuales, un automóvil de lujo costaba sobre 5.500 pesetas y un vecino rico de Madrid vendía su espléndida casa de la calle Alcalá, con cinco habitaciones, por cinco mil duros. Pero el botín pudo haber sido mayor, porque los bancos manejaban entonces grandes cantidades de efectivo y el dinero aún no se había transformado en dígitos de ordenador. Solo unos meses antes del desfalco, el Banco de Vigo había embarcado en el vapor Albingia, con destino al Banco Nacional de Cuba, 27 cajas que contenían ochenta mil duros de plata: 400.000 pesetas en total.

Una vez cometido el robo, Justo Rojas se esfuma. La Guardia Civil de Vigo, bajo las órdenes del capitán Martín Garrido, se lanza a la caza del ladrón. El consejo de administración del Banco de Vigo acuerda conceder una recompensa de 5.000 pesetas a quien descubra y delate al autor o autores del saqueo. Todo inútil. Al conserje se lo ha comido la tierra y los agentes del orden comienzan a detener a supuestos cómplices. Durante todo el mes de agosto se practican numerosas detenciones, empezando por Demetria, que permiten a los sabuesos de la Guardia Civil husmear el rastro del portero. El juez de instrucción, apellidado Falcón, recibe entonces una carta de Rojas en la que se declara único autor del robo. Intenta, sin duda, exculpar a su pareja y a quienes le ayudaron en la evasión.

LA FUGA Y LOS CÓMPLICES

Un mes después, Falcón considera prácticamente cerrada la instrucción. Sus pesquisas le permiten identificar a «las personas que intervinieron en la ocultación y fuga» del desleal portero. Conoce igualmente el itinerario seguido por este, una vez desvalijado el banco. Y resume a los periodistas el resultado de sus investigaciones.

Justo Rojas, con el saco de su botín a cuestas, se refugió primeramente en casa de Jesús González Yáñez, jugador profesional, y de su amante Consuelo Díaz Serantes, alias La Gorda. Ambos se convierten en sospechosos al observar el vecindario la «vida de opulencia» que llevaban. Fueron detenidos en Ferrol y trasladados a Vigo. Llegaron esposados: él, elegantemente vestido con un terno de color castaño y sombrero; ella, con saya de color, mantón negro y pañuelo oscuro en la cabeza.

Pero el prófugo, siempre un paso por delante de la ley, ya había levantado el vuelo. Y encuentra un segundo asilo en la casa de Josefa Vila, La Emiliana, dueña de una casa de lenocinio en la Subida al Castillo. Marcha seguidamente al barrio de Valladares, donde halla la hospitalidad del labrador Diego Vila, la tabernera María López y el cochero Antonio Fernández.

Una noche, a las cuatro de la madrugada, se encamina al puerto de Vigo e intenta embarcar en un buque que se dispone a zarpar hacia América. No lo consigue y La Emiliana le facilita cobijo junto a su hermano, Manuel Vila, en Sabarís. Durante su estancia en A Ramallosa, recibe a su novia Demetria, con quien pasa tres días plácidamente, y traza el plan definitivo de fuga.

El 20 de agosto, Justo y Demetria se ponen en marcha. Ella se queda en Vigo, pero él prosigue camino a Vilagarcía. En la localidad arousana, un vecino de Carril, Juan Ferreirós, le consigue pasaje en un vapor uruguayo, el Josefina, que transporta pinos a Cardiff. Justo Rojas desembarca en la capital de Gales: ha conseguido esquivar momentáneamente la persecución, pero su objetivo consiste en alcanzar las costas de América. En octubre se le presenta la oportunidad y se dispone a viajar de polizón en el trasatlántico argentino Chaco, con la connivencia de los tripulantes, en su mayoría gallegos. Eso, al menos, dice la prensa de la época.

UN FINAL DE SAINETE

Casi un año después, en julio de 1910, Justo Rojas escribe un jocoso colofón para esta historia. Remite a Vigo varias cartas y tarjetas postales en las que da noticia de su paradero. Y dirige una de ellas al director del Banco de Vigo, en la que le dice que se encuentra perfectamente y sin novedad, disfrutando ricamente de la mayor parte de los 40.000 duros, en un chalé cercano a la manigua cubana. Todo un corte de mangas transoceánico, antes de que un manto de silencio se abatiese para siempre sobre la figura de Julio Rojas.

El juicio por el robo se celebró en marzo de 1914. Al igual que hoy, tampoco la justicia se mostraba muy ágil entonces. A falta del protagonista, las penas recayeron en quienes propiciaron su huida. Las mayores -tres años, seis meses y 21 días de prisión correccional- correspondieron a La Emiliana, La Gorda, Juan Ferreirós, Jesús González Yáñez y Cándido Hermo. Demetria salió del apuro con dos meses y un día de arresto mayor.

El banco solo recuperó 17.000 pesetas del botín: las 8.000 que Rojas entregó a Jesús González y las 9.000 que recibió La Emiliana por los servicios prestados. Pero las cuentas de la entidad no se resintieron: a esas alturas, soplaba el viento a favor en las velas del Banco de Vigo.