Galicia necesita estadísticas turísticas para crecer

Cristóbal Ramírez

MERCADOS

Juan Salgado

Alejada del modelo de sol y playa, la comunidad debe resolver el tipo de turismo que quiere ofrecer y organizar su demanda. El Camino de Santiago y las Rías Baixas siguen siendo los principales reclamos

05 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Corría el año 1867 cuando en las actas capitulares compostelanas se recogía que el día del Apóstol, 25 de julio, se habían congregado en la catedral cuatro decenas de peregrinos, y se aclaraba que eran locos, mendigos o perseguidos por la Justicia. Aparte de la situación económica y la calidad moral de cada uno, el número de peregrinos que obtuvieron la compostela años más tarde ascendió a 68, cantidad equivalente a la anterior, con el detalle no menor de que el almanaque indicaba que Galicia vivía en 1970, la dictadura estaba en pie y España era un país subdesarrollado, triste y reprimido. Nada que ver con el hecho de que en el 2014 acogiera a 237.886 peregrinos y que estos días el Obradoiro se encuentre cerca de la saturación, estado que ya alcanzaron los albergues del Camino Francés entre O Cebreiro y el monte do Gozo.

El cambio político empezó en 1975. El económico, con la entrada en la Unión Europea en 1986. Y desde ahí, los años dorados. Algunos números iniciales no dejan lugar a dudas: en 1998 Galicia ofrecía 63.281 plazas en alojamientos turísticos reglados, y el año pasado era el doble: 128.646. O, por seguir poniendo ejemplos, en 1959 un matrimonio francés escandalizaba a los gallegos de bien por Miño adelante porque el hombre iba en pantalón corto, provocando chanzas y un soterrado repudio. En 1994, en plena resaca del primer Xacobeo, 268.282 extranjeros se llegaron a este fin del mundo, y solo dos decenios después esa cifra se convirtió en 966.078. Y decenas de miles de ellos, en pantalón corto. El día y la noche.

Pero no hay muchas cifras. El gran trabajo estadístico de Galicia está por hacer, y ya no digamos los estudios comparativos. ¿Qué se vendía el comienzo de la Transición política desde el punto de vista turístico? El Santiago eterno, que no tenía nada que ver con las peregrinaciones y sí con las llegadas en masa en autobuses o trenes «para ganar el jubileo», y las Rías Baixas, con el imborrable cartel -la modernidad los llamaba póste- de Combarro y sus hórreos emergiendo del mar. Se trataba de un turismo de veraneo, concepto que está en la actualidad de capa caída: la fidelidad al enclave que existía antes, en un gran tanto por ciento implicando residir en la aldea costera durante todo el verano, ha sido sustituido por el viaje de una semana, bien dando vueltas al país en cuestión, bien en un lugar concreto donde sin parar se llevan a cabo excursiones. Es el tipo de turismo que se daba, por ejemplo, en A Coruña. O en Vilagarcía. O en Chanteiro-Ares («ya empiezan a llegar los veraneantes»).

La copia del modelo de sol y playa fue, para bien o para mal, la que generó a comienzos de los años 90 del siglo pasado un producto en sí mismo como es Sanxenxo, sin duda alguna uno de los enclaves de éxito cuantitativo hoy en día y que se ha ganado una imagen de elitista -en ambos sentidos- al acoger a personajes de la política. En ese escenario, la competencia inicial fue con Baiona, que ha quedado relegado, pero sin duda en un claro segundo lugar. De una manera simbólica, Sanxenxo ha ocupado el lugar que históricamente ocupaba el balneario de Mondariz, el cual también tenía entre sus huéspedes a ilustres prebostes varios. El problema es que todos los estudiosos coinciden en que el modelo se está agotando. Desde luego, ni Sanxenxo, ni Baiona, ni A Illa de Arousa van a entrar en simbólico default, pero sí deberán adecuar su oferta a las nuevas tendencias. Es lo que tienen los modelos cuantitativos: atraen a mucha gente pero, si el modelo se deteriora, se quedan sin nadie en un plazo breve.

Las nuevas tendencias en el mundo del turismo, producto de un giro en la demanda y a su vez retroalimentada esta por las modas, pasaron por un hecho fundamental en España: la inauguración del Guggenheim en Bilbao, rodeado desde el principio de una aureola de admiración que rozaba en ocasiones el misticismo.

En esa línea, sin presumir una dinámica causa-efecto ni una continuidad cronológica, A Coruña tomaba la delantera al resto de la comunidad e inauguraba la Casa de las Ciencias, la Domus y el Aquarium Finisterrae, y más recientemente el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, buscando también bucear en un nicho de turismo hasta entonces no explorado. Un segmento que está pendiente de un estudio profundo: en Bilbao funciona aunque con más o menos ocultos problemas de rentabilidad económica, pero su equivalente en Valencia es, simplemente, un desastre. 

En aquellos años en los que España reencontraba la democracia el turismo de congresos no existía. El lugar para desarrollar un encuentro de profesionales se seleccionaba por su nombre propio, y luego se buscaban las instalaciones. Ese otro nicho de negocio hizo que las autoridades locales invirtieran razonablemente la ecuación: inventariaron las infraestructuras y salieron a ofrecerlas a colectivos que organizaban encuentros nacionales o internacionales. ¿Números? Faltan estadísticas.

Pero sí hay algo en lo que Galicia es ejemplo a seguir para el resto de España: la recuperación y potenciación del fenómeno jacobeo, que cristalizó en el Xacobeo 93, un bum que dio paso al éxito que se explica, sobre todo, porque la Administración gallega lo consolida e insiste buscando el rédito turístico aunque sin duda la principal característica del Camino de Santiago no tiene nada que ver con el sector, grata consecuencia este de aquella.

«Si hubiese una base estadística clara sabríamos por dónde ir. Por donde planificar en turismo, ver sus debilidades y sus fortalezas, y poder intervenir desde el poder político». Punto final con palabras de un profesor universitario gallego especializado en turismo.