Laureano Tato y el ferrocarril

MERCADOS

El yate Giralda, con el joven monarca a bordo, fondeó en la ría de Ribadeo el 28 de julio de 1904. Poco después, en distendida recepción en el consistorio de la villa, Alfonso XIII habló de los trenes que debían surcar la provincia de Lugo.

28 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Y dijo: «Lo que importa es que se haga el ferrocarril, no solo por la costa, sino por el centro. Es una lástima ver a estos pueblos ansiosos de vida y a estas comarcas fértiles sin comunicaciones fáciles». Dos días más tarde, en San Sebastián, el rey sancionó la primera Ley de Ferrocarriles Secundarios.

Mientras regresa de Ribadeo, Germán Vázquez de Parga, presidente de la Diputación de Lugo, cavila sobre las palabras del rey y las oportunidades que la nueva ley abre a la provincia. Y toma una decisión: encargará un estudio a la Cámara de Comercio, que preside su amigo Laureano Tato Rodríguez, para fijar el trazado de las líneas ferroviarias más adecuadas para promover el desarrollo lucense.

Laureano Tato no disfrutó de vacaciones aquel agosto. Se dedicó a elaborar el informe solicitado, analizar la vida de los obreros lucenses a petición del diario madrileño El Imparcial y regentar su tienda de «géneros del reino y extranjeros». Este establecimiento, ubicado en los soportales de la plaza Maior desde hacía más de diez años, constituía por entonces obligado punto de referencia del comercio lucense. Como antes lo había sido el de su padre, Andrés Tato Paz, emplazado en la calle de San Pedro.

TRAJES, GLOBOS Y HULES

En la tienda de Laureano Tato se despachan, en la última década del siglo XIX, trajes cheviot de caballero a 15 pesetas, corbatas a diez reales y pañuelos de seda a siete pesetas. La oferta, sin embargo, no se limita a prendas de vestir. Comprende un «gran surtido en pañería, paquetería, quincalla y géneros catalanes», y también globos aerostáticos, faroles venecianos para iluminaciones y hules impermeables para camas de enfermos y cunas de niños, «iguales a los que se usan en el Hospital de la Princesa y en todos los de España». Después, paulatinamente, el establecimiento se especializa en ornamentos sagrados y los clérigos engrosan su clientela. Allí adquiere el cabildo de la catedral, en mayo de 1908, las cinco casullas con que Lugo obsequia a Pío X con motivo del jubileo del pontífice.

Pero no fueron sus negocios privados los que auparon a Laureano Tato al pequeño pedestal que le reserva la historia, sino su destacado papel en la fundación de la Cámara de Comercio de Lugo. Fue él quien propuso su creación y quien, contra su voluntad -«rogó que le retirasen su nombramiento por haber sido uno de los iniciadores del proyecto», informaba el diario Eco de Galicia-, ocupó el cargo de secretario desde la constitución de la entidad. La Cámara, con el banquero Ramón Nicolás Soler al frente, inició su andadura el 17 de septiembre de 1893. Once años después, seis meses antes del encargo que le hizo Vázquez de Parga, Laureano Tato deja la secretaría y ocupa la presidencia del organismo.

CUATRO CAMINOS DE HIERRO

La Ley de Ferrocarriles Secundarios de 1904 pretendía impulsar, con la colaboración de los poderes locales y la iniciativa privada, la construcción de una red ferroviaria de 5.000 kilómetros. En ese marco, el informe de la Cámara de Lugo, firmado por Laureano Tato y demás directivos, propone cuatro líneas en la provincia. En total, 294 kilómetros de vía férrea secundaria, complementaria de la red básica. Basta ese solo dato para resaltar la ambición del proyecto: la provincia lucense, con el 1,9 % de la superficie española y el 2,5 % de la población, demandaba el 5,9 % de la red secundaria prevista.

El informe concede la máxima prioridad a la Línea I, que arrancaría en la costa -Foz y Barreiros-, pasaría por Lugo capital y abandonaría la provincia entre Palas de Rei y Monterroso para enlazar con el ferrocarril de Pontevedra a Carril. La justificación de esa vía de comunicación resulta irrefutable. Solventaría una carencia histórica: Lugo era la única provincia marítima de España «que no tiene un puerto de explotación comunicado con la red general de ferrocarriles». Facilitaría el desarrollo pesquero, agropecuario y forestal de las ricas zonas que atraviesa: desde los valles de Lourenzá y Masma hasta la comarca de A Ulloa, donde tiene lugar la feria de Monterroso, «la de mayor importancia entre todas cuantas se hacen en la región gallega». Impulsaría la industria minera, con numerosas explotaciones salpicadas a lo largo del trayecto: minas de hierro, cobre y plomo, yacimientos de piritas arsenicales, canteras de mármol... Y prestaría servicio a unos 120.000 lucenses, habitantes de quince municipios, más de la cuarta parte de la población de la provincia.

La propuesta de la Cámara incluye también dos pequeños tramos -de Goá a Vilalba, y de Monforte hacia Lalín- y, con menor énfasis, una línea ferroviaria por la montaña lucense, desde Viaoudriz a Villafranca del Bierzo, pasando entre A Fonsagrada y O Cádavo y por Cervantes. Reconoce el informe que  esta línea, que tendría una longitud aproximada de 110 kilómetros y empalmaría con el ferrocarril minero Viaoudriz-Ribadeo, «será costosísima, pero dará buen rendimiento al capital que se emplee en su construcción».

EL SUEÑO DE LOS JUSTOS

Fracasó la Ley de Ferrocarriles Secundarios y el informe elaborado por la Cámara de Comercio durmió el sueño de los justos. Su idea estrella, el tren que debería cruzar en diagonal el tórax de la provincia, reapareció de forma intermitente en diversos planes ferroviarios que jamás llegaron a materializarse. Todavía en 1948, la Línea I de Tato -con algunas modificaciones en el trazado-figuraba entre los proyectos prioritarios de las autoridades franquistas.

Laureano Tato falleció en noviembre de 1915. La Idea Moderna recordó, en una nota necrológica, «los méritos que atesoraba» el finado y también los proyectos que «sufrieron la mala suerte del fracaso». Tampoco su céntrico establecimiento vivía sus mejores días, si hacemos caso al citado periódico. El comerciante, al que se le reconocen abolengo, conocimientos y simpatía, «no disfrutó del valor del público, que los lucenses otorgaron a manos llenas a los que de fuera vinieron a establecerse aquí, para corroborar el aforismo de que nadie es profeta en su tierra».