Laureano Tato y los obreros lucenses

MERCADOS

Comerciante de tejidos especializado en ornamentos sagrados. Vocal del comité demócrata-monárquico de Lugo. Fundador, primer secretario y, más tarde, presidente de la Cámara de Comercio.

21 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No parece el perfil de un agitador ni de persona especialmente sensibilizada con las penurias de las familias obreras. Sin embargo, Laureano Tato Rodríguez describió en 1904 las estrecheces de los asalariados lucenses con tinta no menos dramática que la utilizada por Pablo Iglesias y Francisco Largo Caballero.

En agosto de 1904, El Imparcial, diario madrileño fundado por el gallego Eduardo Gasset -abuelo del filósofo Ortega y Gasset-, se propuso auscultar «la vida del obrero español». El primer invitado a efectuar un diagnóstico fue Pablo Iglesias. El ferrolano dibujó las míseras condiciones en que se desarrollaba la lucha por la subsistencia de los trabajadores madrileños: salarios insuficientes para garantizar su manutención, interminables jornadas laborales combinadas con períodos sin trabajo, enfermedades endémicas «de clase»...

Días después del fundador del PSOE y la UGT, ocupa la tribuna del diario un escayolista -estuquista, en lenguaje de la época- que acabaría ocupando un hueco relevante en la historia de España: Francisco Largo Caballero. Y a su lado, casi triplicando el espacio reservado para el sindicalista, Laureano Tato explica la angustiosa situación -«de lo más precaria que se conoce»- de los obreros lucenses. Si en verano encuentran trabajo, indica el presidente de la Cámara de Comercio, en los meses de invierno tienen que apelar «a la caridad de las asociaciones benéficas». ¿La causa?: Lugo es una provincia «donde la industria es completamente desconocida».

CRISIS DE SUBSISTENCIAS

Estrujados entre los magros salarios y la creciente carestía de los alimentos, los obreros de Lugo, «sometidos a un régimen de hambre», no pueden sostenerse «ni reponer las fuerzas perdidas durante el día». No pueden vivir decentemente, sobre todo si encabezan familias con cinco o más miembros, habituales en la época. Y acaban siendo presas fáciles de la tuberculosis, el raquitismo y la escrófula, además de sufrir alteraciones del aparato digestivo «por la mala calidad de los alimentos y de bebidas económicas que el obrero utiliza como alimentación».

Advierte Laureano Tato que los precios de los alimentos de primera necesidad, especialmente «los más indispensables en este país», se triplicaron en diez años en Lugo. El quintal de patatas -46 kilos, aproximadamente- pasó de 2,50 a 7,50 pesetas. Y la fanega de centeno, cuyo precio no superaba las 11 pesetas un decenio antes, se cotiza ahora a 18 o 20. Los jornales, por el contrario, son raquíticos y se mantienen estancados. Un cantero cobra de 1,75 a 2 pesetas por día de trabajo. Un carpintero, de 2 a 2,50 pesetas. Un peón, menos de la mitad. En la misma fecha, el estucador Largo Caballero percibía en Madrid 4 pesetas al día.

Acerca de las viviendas en que se alojan los obreros lucenses, afirma Laureano Tato que «no existe una sola que reúna las condiciones de salubridad e higiene tan necesarias para la vida». Su alquiler, sin embargo, supone una dentellada letal en los magros ingresos de la familia: entre 175 y 250 pesetas anuales.

REMEDIOS PALIATIVOS

El presidente de la Cámara no se limita a describir el estado paupérrimo de la clase obrera. Propone también dos remedios paliativos: el desarrollo de la industria minera, con el fin de proporcionar empleo a los desocupados, y la construcción de barriadas obreras, para facilitarles casas dignas en propiedad. Cree Laureano Tato que la riqueza que atesora el subsuelo de la provincia «bastaría para sostener una población obrera y con buenos jornales mucho mayor que la que sostienen todas las industrias juntas de la región gallega». La explotación de esos recursos evitaría «que la emigración alcance proporciones aterradoras». Anualmente, denuncia el comerciante, salen de la provincia 35.000 emigrantes: «la mayoría marcha al azar, muchos para morir en los establecimientos benéficos que tienen nuestros compatriotas en las repúblicas americanas».

En el momento en que El Imparcial publica esas líneas, la minería lucense se encuentra en estado de ebullición. Además de múltiples yacimientos esparcidos por la provincia, a comienzos del siglo XX comienza la explotación a gran escala, por las compañías Vivero Iron Ore y la Sociedad Minera de Villaodrid, del mineral de hierro de Viveiro y Vilaoudriz. La fiebre minera engendra sueños de futura prosperidad. Y la apuesta de Tato, al igual que su empeño en promover vías férreas entre los yacimientos mineros y los puertos de embarque, refleja esa ilusión colectiva.

A la par que el desarrollo minero, Tato expone su propuesta para levantar viviendas obreras. Calcula que la construcción de cada casa costará 3.000 pesetas y el trabajador accederá a su propiedad tras abonar, durante 16 años, una cuota de 250 pesetas anuales. El plan trata de conciliar los intereses de los promotores y de los obreros. Los primeros percibirán por su capital, durante el período de amortización, réditos superiores al 5 %, además de ventajas fiscales como la exención del tributo de utilidades. Los segundos, además de trabajar en la construcción de su propia vivienda, dispondrán de casa propia tras satisfacer dieciséis cuotas anuales apenas superiores a lo que pagan de alquiler. El obrero obtendrá más holgura económica. En palabras del presidente cameral, quedará «redimido de una de las atenciones que pesan hoy sobre él y su familia».

LA HUELLA DE LAS IDEAS

Las ideas de Laureano Tato no fructificaron. La fiebre minera se disipó durante la Guerra del 14. El proyecto de barrios obreros solo obtuvo eco a partir de 1911, con la promulgación de la Ley de Casas Baratas. Las líneas de ferrocarril que propuso la Cámara de Comercio que presidía -materia prima de la próxima historia- nunca se construyeron. Tampoco sus negocios privados, fundamentalmente su tienda de tejidos ubicada en la plaza Maior, coronaron la cumbre del éxito. Y desde 1915, año de su muerte, el tiempo comenzaría a difuminar sus huellas.