Ante ellas se erige el devastador legado de la austeridad: un panorama de desempleo, deuda, desigualdad y pobreza. La mejora de los indicadores macroeconómicos no llega todavía a la economía real
24 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.«Cuando las cosas se ponen serias, hace falta mentir», reconocía hace tiempo el veterano político luxemburgués, Jean Claude Juncker, cuando todavía presidía las reuniones del Eurogrupo en los peores años de la crisis. Ese mismo viejo sabueso que recomendaba mantener en la sombra cualquier movimiento sospechoso para los mercados, azuza hoy a su equipo al frente de la Comisión Europea para que «la luz al final del túnel» o los «brotes verdes» que muchas veces prometieron se conviertan en cifras reales. Entre la esperada recuperación y los ciudadanos sigue habiendo una frontera impermeable que impide percibir en el día a día las tímidas mejoras macroeconómicas que están despertando del coma a la Unión Europea. Puede que tenga mucho que ver en ello el devastador escenario de alto desempleo, deuda y desigualdad social que han dejado tras de sí cinco años de reformas estructurales y recortes ininterrumpidos.
Alemania avanza con marchas cortas
«Alemania solo se atiene a las reglas presupuestarias europeas»
El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, es el máximo defensor de la encorsetada regla fiscal de no gastar más de lo que se ingresa. Ese enfoque bizco y pasivo de las finanzas públicas, defendido con uñas y dientes por la canciller Angela Merkel, les ha valido muchas críticas. Y es que sin endeudamiento es muy difícil que un país pueda emprender proyectos que requieren grandes inversiones a medio o largo plazo. Esa particular visión germana de entender la economía es la que ha debilitado el pulso de sus principales socios comerciales de la eurozona y acabó por afectar al mismísimo motor económico europeo: Alemania. En el 2013, año funesto para el crecimiento, Berlín reconocía que cerraría el año con un crecimiento del PIB del 0,1 %. La maquinaria se había parado. Dos años después aún le cuesta arrancar y se prevé que cierre el año con un modesto crecimiento del 1,9 %. El robusto mercado laboral y las facilidades de financiación están permitiendo al Gobierno abrir un poco la mano en el terreno fiscal y permitirse algunos estímulos que Bruselas lleva solicitando desde hace tiempo, tales como una mayor «inversión pública en infraestructuras, educación e innovación», la liberalización de servicios o revisar «el tratamiento fiscal de los minijobs» para tratar de convertirlos en empleo de mayor calidad.
Holanda, el halcón vuela bajo
«La recuperación?Aún no estamos en allí»
Holanda ha sido durante la crisis el perfecto halcón guardián de la doctrina de austeridad detrás de Alemania. Para un país volcado en el comercio exterior, especialmente dentro de la UE, apretar el cinturón a sus clientes no fue la mejor de las decisiones. Su ministro de Finanzas y también presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, reconoce que el despertar de la economía holandesa es lento y que todavía no se puede hablar muy alto de recuperación después de la caída del PIB en un 1,6 % en el 2012 y un 0,7 % en el 2013. Un auténtico palo para sus exportaciones. Esos años coinciden con la puesta en marcha de reformas estructurales, aumento de impuestos y recortes presupuestarios en el sector público, la sanidad y las pensiones. Precisamente ha sido el giro moderado de la política fiscal a través del aumento de la inversión y el gasto público en el 2014 lo que ha impulsado poco a poco la economía que creció el pasado año un 0,8 %, apoyada por la caída del precio del petróleo, y prevé llegar al 1,6 % al terminar 2015. El desempleo alcanzó su pico el pasado año (7,4 %) y el Ejecutivo se prepara para acometer este año una reforma laboral pendiente. La tímida recuperación del viejo halcón se puede malograr si continúa «el riesgo prolongado de deflación», reconoce el Gobierno en su informe anual financiero.
Finlandia, víctima de su propia medicina
«Sin buscarlo, Finlandia se ha beneficiado enormemente con la crisis. Y al igual que Alemania, hasta ahora no hemos perdido un céntimo»
Tenía razón el responsable de asuntos europeos del Ministerio de Finanzas finlandés, Martii Salmi, cuando reconocía en el 2013 que el mal de unos se convirtió temporalmente en el beneficio de otros. Los países del norte no tuvieron problemas para financiarse durante la crisis. Tipos más bajos que nunca a costa del sur. Pero nada es para siempre y la desgracia de los vecinos meridionales ha acabado por cortar las alas a otro de los halcones de la austeridad que exigía apretar las tuercas a los «derrochadores». Ahora es Bruselas quien ajusta cuentas con Helsinki y le exige que corrija los desequilibrios presupuestarios. El nuevo Gobierno, recién salido de las urnas, deberá acometer recortes para evitar cerrar el año con un 3,3% del déficit, tres décimas por encima de lo que exige la Comisión Europea. La travesía que le espera a Finlandia no será fácil. Mientras el sur despierta, su industria sigue lamiéndose las heridas por la falta de estímulos y la pérdida de competitividad que ha sufrido en los últimos años su industria electrónica y por el aumento del desempleo que alcanzará su pico máximo este año (9,1 %). Se avecinan reformas. La economía encadena tres años consecutivos de recesión con una caída acumulada del PIB del 2,8 %, aunque este año podría volver a crecer un 0,3 % por el ligero impulso de las exportaciones, apoyadas en la depreciación del euro y la bajada de los precios del petróleo. Las sanciones y los problemas de la economía rusa, importante socio comercial, es otro de los frentes que Finlandia tiene abiertos.
España, el coste social de la recuperación
«En algunos países (de la zona euro), las personas que se incorporan al mercado laboral lo hacen con salarios reales de los años 80. Los años 80 del siglo pasado»
No es el diagnóstico de un antisistema o de un sindicalista de pedigrí. Es la radiografía que hizo el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, el pasado 4 de septiembre del 2014. España es uno de esos países que ha cargado el peso de la recuperación sobre los salarios, concretamente sobre los más bajos. La economía, que prevé un alza del PIB del 2,8 % para este año, impulsado por el consumo doméstico, ha ganado competitividad a base de precarizar las condiciones laborales en sucesivas reformas del mercado de trabajo. El resultado se traduce en una tasa de desempleo del 22,4 % prevista para finales de este año, un porcentaje menor que el pico del 26,1 % que se registró en el 2013, pero con una brecha salarial difícil de justificar. Según datos de la escuela de negocios EADA, entre el 2007 y el 2014, los altos cargos directivos experimentaron un aumento del poder adquisitivo del 1,64 % frente a la bajada del 7,83 % en el caso de empleados y cargos intermedios. La destrucción de empleo sufrida durante la crisis, el efecto pernicioso de las reformas y el reparto dispar de la riqueza dibujan a fecha de hoy un panorama de pobreza sin parangón en la UE, situando a España en el pelotón de países donde más se han incrementado las desigualdades económicas, junto a Grecia e Italia. Bruselas apunta a más moderaciones salariales, aunque el Gobierno las descarta en pleno año electoral. La atención está puesta en la deflación (-0,6 %) y el nivel de deuda, que sobrepasará este año el umbral del 100 % del PIB. Son dos riesgos que se subestiman y pueden tener efectos muy perniciosos sobre el crecimiento.
Francia a la deriva
«Nuestro país se ha descolgado desde hace diez años, ha perdido su posición en el mundo»
El presidente francés, François Hollande, reconoce lo que todos los analistas advertían desde hace tiempo. Francia navega a la deriva. Acostumbrada a hacer oídos sordos al pacto de estabilidad presupuestaria, esta vez deberá ajustar su déficit al 3 %, en el 2017. Es la enésima vez que Bruselas le concede más tiempo para emprender medidas estructurales de calado. Durante la crisis asistió impertérrita al incendio de Grecia. Las llamas se extendieron a Portugal y España amenazando también a la economía italiana. Mientras eso ocurría, Francia perdía más y más competitividad. París aplazaba una y otra vez las reformas, a pesar de la mano izquierda con la que ha sido tratado el país galo. Pero el crecimiento anímico que registra desde el 2012 (0,3 %) y las pésimas perspectivas para este año (0,4 %) han obligado al Gobierno a asumir las recetas de Bruselas. Por delante se avecinan curvas para los franceses: Una reforma laboral que promete más «flexibilidad» y recorte del gasto público (especialmente las prestaciones por desempleo). Todo ello en un momento en el que el consumo de los hogares y la inversión están paralizados, la cifra de desempleo alcanzará su pico del 10,3 % este año y las empresas se ahogan por la escasez del crédito. Ojo a la deuda, alcanzará su pico más alto (97 %) en el 2016.
Italia, el enfermo silencioso
«El mundo pide a Europa mayor crecimiento, no austeridad»
Detrás de esta frase se esconde el primer ministro italiano, Mateo Renzi, consciente de que el tiempo de apretar el acelerador de reformas en Italia ha llegado. El italiano está dispuesto, pero exige margen de maniobra para políticas expansivas. Italia ha sido experta en conducir al rebufo de sus socios europeos durante la crisis y esquivar las garras de los mercados y de Bruselas. Primero se abrigó a la sombra de España y después lo hizo detrás de Francia para pedir tiempo muerto y flexibilidad, pero el nuevo descalabro griego no ha podido alejarla de los focos por más tiempo. Italia registra desequilibrios excesivos, encadena dos décadas de atonía económica y tres años de destrucción del PIB consecutivos (un 2,8 % en el 2012, 1,7 % en el 2013 y 0,4 % en el 2014). El desempleo alcanza el 12,7 %, su cifra más alta desde el inicio de la crisis. La falta de competitividad, la desconfianza inversora y el incremento de la morosidad está poniendo contra las cuerdas al Gobierno de Renzi que avanza con reformas graduales mes a mes. Tampoco Italia ha podido escapar a la flexibilidad laboral aunque la ha mitigado con una rebaja fiscal a los empleados. ¿Qué le queda por delante? Privatizaciones, reforma de las Administraciones y reducción de la gigantesca deuda (132,1 %) que amenaza con hacer el camino hacia la recuperación muy difícil.
Irlanda, el milagro celta
«Espero que los sacrificios que se han hecho en los últimos cinco años no hayan sido en vano, que no se desperdicien»
Es el deseo expresado por la directora del FMI, Christine Lagarde, quien no duda en sacar a relucir los éxitos de Irlanda como ejemplo de eficacia de los planes de ajuste de la troika. Su economía creció el año pasado un 4,8 %. El gran milagro, en una Unión Europea creciendo a un escaso 1,4 %, se había obrado. La recuperación, sin embargo, no puede darse por hecha. Este año las perspectivas de crecimiento de Irlanda se han reducido hasta el 3,6 %, la morosidad de los hogares sigue siendo muy alta y la deuda pública (109,7 %) sigue por las nubes. A pesar de ello, nadie duda de los buenos resultados que arrojan las cifras. La reducción de los costes laborales unitarios ha permitido al país ganar competitividad y fortalecer sus exportaciones en los mercados internacionales desde el año 2010. El desempleo se sitúa en el 11,3 %, pero se espera que cierre este año en el 9,6 % para volver a descender en el 2016. ¿La clave? La misma receta de austeridad de alza de impuestos, bajada de salarios públicos y recortes presupuestarios en todo tipo de partidas. ¿El coste? Aumento de la pobreza y la desigualdad.
Portugal, en la cuerda floja
«No hay milagros en la economía»
De esa forma intentó el primer ministro portugués, Passos Coelho, desacreditar el programa de sus rivales socialistas en pleno año electoral. El conservador quiere meterse en el bolsillo los pequeños logros en materia económica que Portugal ha logrado tras pasar su peor recesión en décadas. Desde finales del 2010 el PIB portugués ha ido decreciendo para ascender por primera vez el año pasado (0,9 %). El desempleo ha descendido al 14,1 % y la brecha de pobreza sigue en su nivel más alto desde el inicio de la crisis. Aunque Portugal ya ha salido del programa de rescate, el Ejecutivo sigue aplicando medidas de recorte para mantener el déficit a raya y evitar nuevas reprimendas de Bruselas. Las dificultades se sitúen en la abultada deuda que alcanzó en el 2014 su pico máximo (130,2 %).
Grecia, la bajada a los infiernos
«Grecia ha perdido un 25 % de su PIB en los últimos tres años. Semejante caída no tiene precedentes en tiempos de paz»
Esas fueron las desgarradoras palabras pronunciadas en noviembre del 2012 por el ex primer ministro conservador griego, Antonis Samaras, responsable de la puesta en marcha de buena parte de los planes de recortes impuestos por la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) a cambio de la ayuda europea. Grecia es el símbolo cruel de la crisis. Una mezcla que combina el fracaso de la unión monetaria, la ceguera política, la codicia financiera y la falta de humanidad por parte de quienes gestionaron los programas de reformas. Sumergirse en sus números es asomarse al abismo. A costa de mantener a raya el déficit, las reformas estructurales (privatizaciones, bajadas salariales, despidos en el sector público, reducción del gasto gubernamental) y la crisis se han llevado por delante el 25 % de su economía. El desempleo se encuentra en el 26,5 %, la cifra más alta de toda la UE y Atenas es incapaz de mantener superávit por cuenta corriente. La deuda pública tocará techo a finales de este año con terrorífico 180,2 % del PIB. La troika reconoce su fracaso, pero no cede, al igual que el Eurogrupo. Están poniendo las cosas muy difíciles al actual primer ministro, Alexis Tsipras, que ha visto como el leve repunte del crecimiento en el 2014 (0,8 %) se ha dilapidado en cuatro meses de negociaciones sobre el último desembolso del rescate. Grecia se ha quedado sin liquidez. No se puede esperar recuperación alguna en un país que sigue a la cabeza en desigualdad y cuyo 35,7 % de la población (2013) está en riesgo de exclusión social o pobreza.