El Hotel Continental (II)

MERCADOS

La imagen de la mujer que acude a un hotel de postín, emancipada de la sombra y la cartera del varón, no era frecuente a principios del siglo pasado. Acaso únicamente las princesas, renombradas escritoras o afamadas «vedettes» habían logrado erradicar el inevitable latiguillo -«la distinguida señora de»- que, como un collar de perlas falsas, las etiquetaba al traspasar la puerta del Hotel Continental. En esos casos contados, el servicio se movilizaba, reverencioso, al igual que Julián Mogín, propietario del establecimiento.

26 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En esos casos contados, el servicio se movilizaba, reverencioso, al igual que Julián Mogín, propietario del establecimiento.En septiembre de 1912, Emilia Pardo Bazán -novelista insigne, fan del balneario de Mondariz, mujer de redaños- llega a Vigo y pide habitación en el Hotel Continental. Quiere descansar sus carnes abundantes, baqueteadas por un fatigoso viaje en el tren de la West Railway Galicia Company Limited, o sea, clama la escritora, «la chocolatera indecorosa que lleva este enfático nombre». Para recuperarse del interminable traqueteo de la máquina, que se mueve «a paso de tortuga», nada mejor que pernoctar en la bahía viguesa. La condesa lo advierte en La Ilustración Artística: «Fuera ya de un tren tan sorprendente, se puede dormir en Vigo, y es lo que yo aconsejaría, porque en Vigo existen hoy hoteles de primera, y tengo reciente la grata impresión del Continental, un primor de corfort y de trato a la moderna».

La Pardo Bazán tiene claras las dos condiciones que se requieren para fomentar el turismo: la primera, las comunicaciones; la segunda, los hospedajes. Galicia incumple el primer precepto, porque padece «la arterioesclerosis de las vías de comunicación» y «viajar por aquí en tren es peor que viajar en camello hacia la Meca». En cambio, ya están encendidos los motores para superar el segundo requisito. Lo prueba el balneario de Mondariz de su amigo Enrique Peinador. O la excelencia del Hotel Continental, desde cuyo comedor contempla la mágica bahía de Vigo: «Un arco triunfal cuya curva ciñe amorosamente una tierra paradisíaca».

LA INFANTA, HUÉSPED REAL

Proyectado por el arquitecto Jenaro de la Fuente y construido en la década de 1870, el Continental fue el primer hotel de Vigo digno de tal nombre. Lo regentaban los hermanos Julián y Francisco -Julien y François, en su idioma paterno- Mogín González. Julián, militar de carrera, se lo había comprado, a principios de 1909, al conservero y pionero del ciclismo gallego José Ramón Curbera Fernández. Lo remozó y dos años más tarde, tras liquidar el Gran Hotel de Francia que explotaba en A Coruña, se estableció en la capital olívica.

Y allí recibió, días antes de que comenzasen a tronar los cañones de la Gran Guerra, a la segunda mujer de esta historia: la infanta Isabel de Borbón y Borbón, hermana del rey Alfonso XIII. La Chata, además de ocupar las «suntuosas habitaciones» preparadas al efecto, utilizó el hotel para recibir a las autoridades y al «elemento civil, militar y eclesiástico» de la ciudad. Debió quedar complacida porque, al abandonar el establecimiento el 16 de julio de 1914, le dedicó una fotografía a su propietario: «Para el capitán Julián Mogín, dueño del Hotel Continental».

No era la primera vez que la popular princesa recalaba en el Continental. Ocho veranos antes había ocupado ocho habitaciones en el hotel: además de la suya -hubo que derribar un tabique para hacerla más espaciosa-, otras siete para alojar a su séquito: su dama de honor -la duquesa de Nájera-, su secretario, tres doncellas y dos criados. Antes de su llegada, el secretario había preguntado por el precio del alojamiento, pero Curbera contesta, y así lo recogen los periódicos, «que vaya sin cuidado, que el hotel procuraría que quedase satisfecha». No hubo lugar al libro de reclamaciones.

MATA HARI, EN EL HOTEL

El 3 de junio de 1916, una mujer de cuarenta años, que ya empiezan a mellar su extraordinaria belleza, accede, sofocada y asustada, a la recepción del Hotel Continental. Desde que desembarcó del buque Zeelandia, procedente de Amsterdam, la persigue la sombra amenazante de un pasajero con quien compartió algo más que travesía. Solícitos, dos robustos mozos al servicio de Julián Mogín la escoltan hasta su cuarto, donde la dama se encierra a cal y canto.

El nerviosismo de la diva se había gestado a bordo del barco. Un judío holandés llamado Hodenmaker, que se decía trabajar para el servicio secreto británico, había entrado en su camarote y revuelto sus pertenencias. Furiosa al conocer la profanación del aposento, la mujer aprovechó la hora del té en cubierta para cruzarle la cara al intruso y arrancarle de su boca un hilillo de sangre. Al llegar a puerto, Hodenmaker siguió los pasos de su agresora, tal vez con afán de venganza, hasta la misma puerta del Hotel Continental.  

Desconozco hasta qué punto conocía Mogín la identidad de aquella huésped. No era la primera vez, y aún volvería dos meses antes de ser detenida y ejecutada, que se alojaba en el hotel vigués. Se llamaba Margaretha Geertruida Zelle, holandesa de nacimiento, pero se hizo leyenda con un apodo de origen malayo: Mata-Hari. Bailarina exótica y mujer libertina, desnudó su cuerpo escultural en los cabarés europeos más elegantes, atrajo amantes como moscardones la miel y se jugó la vida, y la perdió, en el billar del espionaje a varias bandas. Espía doble, o triple, si contabilizamos la propuesta rusa que recibió en su última visita al Hotel Continental, proclamó hasta el último momento su inocencia. «¿Una ramera? ¡Sí!, pero una traidora, ¡jamás!», gritó, desesperada, al tribunal francés que la juzgó.

En octubre de 1917, al mismo tiempo que Mata Hari soplaba un beso a los soldados que la fusilaron, Julián Mogín traspasó el Continental a Alberto Magnoni y Juan Marqués. No tardó, sin embargo, en recuperar las riendas del hotel. Y aún tuvo tiempo, en los felices años veinte, a fundar otro emblemático establecimiento, esta vez en Compostela: el Café Quiqui Bar.

En enero de 1929, Mogín preside en Vigo la asamblea regional de hoteles, fondas, restaurantes y cafés de Galicia. Culminó la reunión con un suculento banquete en el Hotel Continental que, según El Pueblo Gallego, «por sí solo bastaría para consagrar una cocina, si esta no fuese la de nuestro buen amigo Julián Mogín, consagrada ya hace tiempo». Mogín, anfitrión de damas célebres e independientes, era por entonces referencia obligada de la hostelería gallega.