Ribas, el publicista de Massó

MERCADOS

La cumbre del arte publicitario en España la coronó un gallego: Federico Ribas. El profesor Raúl Eguizábal no tiene dudas al respecto: «Con su estilo moderno, sensual y distinguido, dibujó una página de oro de la publicidad española». Los seductores anuncios de la Perfumería Gal lo certifican.

06 abr 2015 . Actualizado a las 08:54 h.

El «dibujante irrepetible», vigués de nacimiento, curtido en la emigración y la bohemia, se enamoró del Bueu que giraba en la órbita de los Massó y subrayó con su lápiz las excelencias de la conserva gallega.

Massó Hermanos, la conservera gallega cuyas sardines espagnoles iniciaron en el siglo XIX la invasión de Francia bajo la marca Le Drapeau, se propone consolidar sus posiciones en el país vecino. La Gran Guerra, que sembró de luto los campos de Europa y de pingües beneficios a la industria de Bueu, ha quedado atrás y el mercado, en los felices años veinte, hay que conquistarlo mediante la persuasión. Gaspar Massó lo sabe y no duda en utilizar el arma más eficaz a su alcance: el arte de su amigo Federico Ribas, con quien comparte tertulia y francachelas en los veranos de Beluso.

Humor para seducir

A diferencia de las sugestivas siluetas femeninas, sutilmente eróticas, que pueblan los dibujos para la casa Gal, Ribas propone a Massó la viñeta humorística como dispositivo de seducción del consumidor galo. Las sardinas Massó satisfacen los paladares más exigentes -contèntent le gourmet plus exigeant-, incluidas las papilas gustativas de la pareja burguesa que aguarda con impaciencia el manjar, y están al alcance de todos los bolsillos: pour toutes les bourses. Ni siquiera los camareros y el botones que desfilan con sus ofrendas hacia el altar gastronómico pueden resistir la tentación de engullir, subrepticiamente, algún delicioso y aceitado ejemplar.

No será el único trabajo que realice para Massó. Catálogos de productos, carteles, lienzos de motivos pesqueros y diversos anuncios en revistas y periódicos atestiguan la estrecha colaboración entre el artista genial y la empresa puntera. Su esposa francesa, la Giorgina que suscitaba murmullos admirativos en el Bueu de la época, le servía de modelo en algunas de esas obras.

En la vida de Federico Ribas hay cuatro ciudades y la villa de Bueu. El Vigo natal donde en 1908, cumplidos los dieciocho años, embarca clandestinamente para evitar la llamada a filas. Tiempo después, ya con las mieles del éxito en el paladar, recordará su salida entre las Cíes «picudas, bruñidas [...] Y todos apilados allá, en cubierta; las mujeres, llorando; los hombres, con la cabeza gacha».

El Buenos Aires de acogida, donde pasa ocho meses pintando el mismo reclamo por vallas y paredes: la figura de un escocés descorchando una botella de whisky. «¡Me pinté más de tres mil escoceses de aquellos!». Pero después llega el reconocimiento, especialmente por sus viñetas en Caras y caretas, donde brillan otros dos caricaturistas gallegos: José María Cao y Juan Carlos Alonso.

El París de 1912, donde dilapida en un par de noches sus ahorros americanos, rápidamente repuestos al acceder a la dirección artística de la revista Mundial, que dirigía el poeta Rubén Darío. «A mí me ha perseguido siempre la suerte», decía. Incluía en el aserto el descubrimiento de Giorgina, a quien el médico le aconsejaba un lugar con pinares para restablecer su quebrantada salud: «Y yo pensé entonces en mi tierra. Allí te pondrás buena, le decía... Mira, es así, y le dibujaba los paisajes de allá, de Bueu, de Vigo...».

El Madrid de los años veinte, compartido por continuas escapadas a Bueu, donde lo aguarda el triunfo definitivo. Allí se convierte en el dibujante más cotizado de España, aquel que, según la revista Buen Humor, «pinta unas señoras ligeras de cascos y de ropa, y las pinta con tanta picardía que dan ganas de comérselas; el que dibuja  unos carteles anunciando jabón y los dibuja con una simpatía que casi dan ganas de lavarse». «Las damas para Ribas no tienen secretos -añadía la publicación-; el arte del dibujo, tampoco».

Bueu, fin de etapa

El ombligo del mundo, sin embargo, se hallaba en Bueu. Se lo explicaba en 1928 al periodista Ángel Lázaro: «Allí tengo una casita y un pequeño cacharro de gasolina para rodar por aquellas carreteras». Allí, las playas donde Federico moldea sirenas en la arena y los pinares que devuelven el color de la salud a Giorgina. Allí, los saraos veraniegos de Beluso, donde se dan cita intelectuales y artistas. Y allí, los reencuentros entre Federico Ribas y Gaspar Massó, quienes comparten apellido catalán y una similar filosofía sobre la esencia del gallego. «El gallego -decía el dibujante- es algo así como el pino: no se quiebra, pero se deja mecer por el viento».

El levantamiento militar de 1936 pilló a Federico Ribas en Bueu. Allí estaban también la pintora Maruja Mallo y su compañero Alberto Fernández Mezquita. Los tres lograron huir al extranjero. Peor suerte corrió otro de los contertulios: el poeta Johan Carballeira, alcalde de Bueu, fue fusilado. Por segunda vez en su vida, «el artista publicitario por definición» embarcó clandestinamente con rumbo a Buenos Aires. Regresaría en 1949, pero solo para echarse a morir.