La crisis económica abre profundas grietas políticas en toda Europa

MERCADOS

El euroescepticismo del Reino Unido o el portazo de Islandia, la fuerza de la extrema derecha en Suecia y la xenofobia en Francia y el auge de nuevas fuerzas de izquierda en el sur, en Grecia y España, dan cuenta de la erosión de los sistemas políticos europeos

20 mar 2015 . Actualizado a las 22:49 h.

La actual crisis ha abierto enormes grietas en los sistemas políticos del Viejo Continente. Nuevos y emergentes actores retan al statu quo en un proceso que afecta, en distinta media, al norte y al sur de Europa. La situación económica ha puesto en evidencia las carencias y contradicciones de un modelo cuya inestabilidad no solo hay que buscarla en lo ocurrido a partir del 2008, con el terremoto financiero, sino en cómo se diseñó. A lo largo de este año 2015, serán cuatro los países que habrán celebrado elecciones. Syriza ya ha  ganado en Grecia. Podemos y Ciudadanos amenazan la tradicional supremacía del PP y del PSOE en España, y los ciudadanos del Reino Unido y Suecia están llamados también urnas. El euroescepticismo en el primer caso y el auge de la extrema derecha en el segundo condicional la situación. Y a todo eso se añade que Islandia, que ha abanderado su oposición al dogma de la austeridad, acaba de retirar su candidatura para ingresar en la UE.

¿Qué subyace detrás de todo esto? Un creciente malestar social por el creciente desempleo, la precariedad laboral y la devaluación salarial, lo que ha aumentado los niveles de desigualdad social. En mayor o menor medida, este es un problema extensible a todo el continente. Mientras en España y en Grecia el desempleo de los jóvenes está por encima del 50 %, en Suecia, uno de los iconos del modelo escandinavo de bienestar, supera el 20 %. Es decir, dobla el nivel medio de paro del país. 

Sirvan otros datos globales de Europa como ejemplo de la crisis y sus consecuencias. A lo largo de los últimos cinco años, en Europa se han destruido 9,5 millones de puestos de trabajo, hasta elevar la cifra de desempleo en la UE (28 países) hasta los 26 millones de parados. A ello han contribuido, en gran medida, las profundas crisis de España y de Grecia. Este es el factor determinante del auge de la pobreza, que ha alcanzo en la población infantil cotas inimaginables hace años. A esto se añade un nuevo elemento: la mejora de la ocupación, como ilustran los minijobs en Alemania, no está sirviendo como garantía para salir de la pobreza. 

Los datos de Eurostat muestran que el 15,1 % de los trabajadores griegos están por debajo del umbral de la pobreza, proporción que en España se sitúa en el 12, 3 % y en Italia el 11 %, países que acompañan a Grecia en el podio.  Europa es cada vez también un continente más desigual. El 20 % más rico tiene cada vez más ingresos y el 20 % más pobre ha empeorado sus recursos. 

Este debate entre la necesidad de perseverar en el modelo de austeridad aún a costa de la cohesión social ha alcanzado ahora en Grecia su máxima expresión, con el pulso que mantiene el Gobierno de Alexis Tsipras con el Eurogrupo.

El acuerdo para prorrogar el rescate a cambio de un programa de reformas en el país heleno (muchas de las cuales siguen sin presentarse) fue interpretado en gran parte de Europa como una rendición de Syriza ante la UE. Pero algunos economistas, como Paul Krugman, creen que Grecia ha ganado algo importante, y que ha pasado desapercibido: destinar un importe menor del superávit primario (diferencia entre ingresos y gasto del Estado) para resarcir la deuda con los acreedores.

Mientras el Eurogrupo insiste en que sin reformas no habrá más dinero para Grecia, el ministro heleno de Finanzas, Yanis Varoufakis,  ha decretado ya el fin de la troika para el país heleno, toda vez que el nuevo marco de negociaciones se hará de forma colegiada, sin la intervención «colonial» de los hombres de negro.

Nuevas medidas más allá de la austeridad

Gran parte de las esperanzas de un cambio de rumbo en Europa estaban puestas en el pulso que libraban el Gobierno heleno y las autoridades de la UE, pero el Eurogrupo ha mantenido firme el pulso con un país carcomido por la deuda y sin apenas aliento tras duros años de ajuste. Inamovible, se ha mantenido el mensaje hacia el resto de que el cumplimiento con los acreedores es un principio que no debe discutirse. Pero el férreo modelo de Merkel ha evidenciado síntomas de marcado cansancio. Y de airear eso se han encargado otros países, como Francia e Italia, que siempre han defendido la necesidad de impulsar políticas de estímulo.

Algunas cosas han empezado a cambiar ya en la eurozona. El Plan Juncker surge con el objetivo de estimular con 300.000 millones la economía europea. Sería atrayendo a inversores privados a través de un fondo de garantía para un gran crecimiento en escala que genere proyectos y, a cambio, la promesa de que las contribuciones que los Estados  hagan a este fondo no se incluyan en el déficit. A ello hay que sumar el plan de compra masiva de bonos por parte del Banco Central Europeo y un mayor margen de maniobra concedido por Bruselas a países como Bélgica, Italia y Francia. 

La oportunidad

En este escenario, son muchos los que se preguntan por qué no se han dado antes estos pasos que hubieran evitado -como el plan de compra de deuda- la ralentización de la economía europea. Y máxime viendo los resultados que políticas monetarias similares han tenido tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos.

Con el programa del BCE, Mario Draghi busca contener las expectativas de inflación y facilitar la financiación de las empresas con la inyección de 60.000 millones de euros mensuales hasta septiembre del 2016. El plan pasa por adquirir tanto activos públicos como privados.