El boticario Jovita Labarta

MERCADOS

 Farmacéutico y proveedor del Gran Hospital Real, distribuidor de productos químicos y drogas medicinales, fabricante de chocolates bajo la razón social Labarta Rey Hermanos y propietario de una papelera en Noia. El abanico de intereses comerciales que abarcaba Jovita Labarta Aguín, un boticario noiés establecido en Santiago, lo especificaba el membrete de las cartas que remitía en 1900.

20 mar 2015 . Actualizado a las 22:52 h.

En el siglo XIX, los escritores desgranaban novelas por entregas en los periódicos. Jovita Labarta, folletines para mejorar la cultura y la economía de sus paisanos. El primero de ellos, titulado «Los pájaros, protectores de la agricultura», trataba de desterrar la arraigada creencia de que las aves dañan las cosechas. Publicado en 1872 en La Gacetilla de Santiago, desarrollaba una tesis irrefutable: «En la naturaleza todo está enlazado: la creación es una cadena, cuyos eslabones son igualmente importantes para la estabilidad del Universo». Y tomaba prestada una cita para proclamar una «verdad incontestable»: «El pájaro puede vivir sin el hombre, pero el hombre no puede vivir sin el pájaro».

El segundo folletín versaba sobre la «extracción de la resina de los pinos». Proponía imitar a los campesinos franceses de las Landas de Gascuña, donde «no se ve un solo pino que no tenga su cacharro al pie». La recogida de la resina permitiría fabricar «los betunes necesarios para nuestro consumo», además de «dar ocupación a muchos brazos y pingües rendimientos a los propietarios» de los bosques. Desaprovechar esa riqueza, concluía, resulta tan imperdonable como renunciar a la leche «por no tomarse el trabajo de ordeñar las vacas».

DE NOIA A SANTIAGO

Jovita Labarta pergeñó esos primeros escritos en Noia, tal vez en la rebotica de la familia, pero algunos años después tomó la diligencia de La Unión o de la Ferrocarrilana-24 reales costaba el billete- y marchó a establecerse en Santiago. Conocía bien la ciudad del Apóstol, donde había estudiado la carrera y donde sus familiares regentaban la bien surtida droguería de Labarta Rey Hermanos. En 1979 abre botica propia y es nombrado subdelegado de Farmacia. Poco después asume el papel de suministrador único de medicamentos al Gran Hospital Rea l-el actual Hostal dos Reis Católicos-, centro asistencial de beneficencia que gestionaba la Diputación provincial.

Las ventas del establecimiento de Jovita Labarta crecen como la espuma. Apenas tres años después de la apertura, el gremio de farmacéuticos le impone una cuota de 452 pesetas, indicativo de que sus «utilidades» son más de cuatro veces superiores a las de cualquier botica competidora. La Gaceta de Galicia considera que ese dato «pone de manifiesto el inmenso cuanto merecido favor que alcanzó del público el establecimiento de nuestro amigo». Al tiempo que encomia la «bondad y economía» de los artículos que despacha, el diario asegura que el pueblo compostelano «ha sabido apreciar los indisputables conocimientos que posee» Jovita Labarta.

Tanta publicidad gratuita necesariamente tenía que provocar un sarpullido de celos en los farmacéuticos de la competencia. Y la reacción no se hizo esperar. En carta al mismo diario, el gremio ofrece tres puntualizaciones. En cuanto a la ventas, Jovita Labarta despacha más fármacos simplemente por ser el «abastecedor absoluto de todos los medicamentos destinados al Gran Hospital». En cuanto al «inmenso cuanto merecido favor», no se lo otorgó el público, sino sus colegas, que rechazaron la invitación a convertirse en proveedores del Gran Hospital. Y en cuanto a los «indisputables conocimientos», el pueblo de Santiago «no se los negó a ninguno de los farmacéuticos que ejercen su profesión en esta localidad [...] por lo menos tan dignamente como el señor Jovita Labarta».

EL DECANO Y EL RECTOR

La réplica destila cierta mala leche, como corresponde al carácter de su firmante: Sandalio González Blanco. De origen leonés, a la sazón catedrático de Farmacia y licenciado en Derecho, Sandalio González protagonizaría años después un sonado incidente. Lo cuenta con pelos y señales el libro De Pharmaceutica Scientia. El domingo 4 de diciembre de 1895, Sandalio, decano de Farmacia, arremetió en la Alameda compostelana contra el rector de la Universidad, el doctor Maximino Teijeiro, al grito de «canalla e indecente». Y habría pasado a las manos el irritado catedrático de no interponerse su esposa y sus hijas, una de las cuales utilizó un argumento disuasorio harto convincente: «¡Papá, no te comprometas!». El fogoso decano le reprochaba al rector haber sido excesivamente benevolente, por razones poco éticas, con un estudiante díscolo.

Los suministros al Gran Hospital explican la pujanza inicial de la botica de Jovita Labarta, pero también su ruina. La Diputación paga mal y arrastro. En 1912, el proveedor reclama el dinero adeudado y le ofrece al organismo provincial la compraventa de su farmacia por 30.000 pesetas para ser trasladada al propio centro asistencial. No prospera la oferta del boticario, motivo de polémica en la prensa, y la Diputación crea su propio servicio farmacéutico en el hospital, al tiempo que incluye en su presupuesto de gastos una partida de 25.000 pesetas para abonar al acreedor «parte de lo que se le adeuda». El contrato para el suministro de fármacos, en vigor durante más de tres décadas, queda cancelado, pero Jovita -e incluso sus sucesores- seguirán reclamando durante años el resto de las deudas del Gran Hospital.

VOCACIÓN PEDAGÓGICA

Desconozco si, a esas alturas, aún siguen activas las otras dos industrias de Jovita: la fábrica de papel de Alvariza, que heredó de su padre, el farmacéutico Tomás Labarta, y la fábrica de chocolates que, de hacer caso a Pose Antelo, era la más importante de Santiago en los últimos compases del siglo XIX. Pero Jovita, cuyo sencillo método para detectar la fucsina en los vinos -peligroso colorante que a menudo contiene arsénico- figura en algún manual de química, se dedica en los últimos años de su vida a experimentar nuevas técnicas agrícolas en su finca de Gondelle, en Teo. Utiliza aperos modernos, semillas del extranjero y abonos químicos, en su afán por «demostrar a los cultivadores que es necesario salir del marasmo en que la rutina y falta de recursos los tiene». Su vocación pedagógica, como cuando escribía sobre pájaros o pinos, seguía intacta.

Jovita Labarta Aguín falleció de uremia en diciembre de 1920. Había cumplido los 85 años y los periódicos compostelanos lo calificaron, en su despedida, de «caballeroso y distinguido convecino».