Alemparte y la fundición en Carril (I)

MERCADOS

Carril, villa subsumida hoy en el Concello de Vilagarcía, constituía una dinamo económica. Su puerto se codeaba con los de A Coruña y Vigo: era la puerta al mar de la floreciente burguesía compostelana. 

03 mar 2015 . Actualizado a las 12:28 h.

Su estación recibió el primer tren que arañó la piel de Galicia: una placenta férrea que la unía a Santiago. Su industria heredó la experiencia pionera de Sargadelos y sus potes invadieron las lareiras campesinas. Los fabricaban dos fundiciones: la primera la impulsó Luis de la Riva; la segunda la fundó Antonio Alemparte.

En agosto de 1881, Antonio Alemparte observa, en la plaza compostelana de Cervantes, un establecimiento cuyo letrero indica: «Sucursal de la Fábrica de Fundición de Carril». A su vuelta a la villa arousana, donde reside, el empresario escribe a los periódicos: «Como en este puerto hay, además de la fábrica de mi propiedad, otra cuyos dueños desconozco y como en el rótulo de dicha sucursal no dice de cual sea, cumple a mi deber, para conocimiento del comercio y del público en general, manifestar que ese depósito no pertenece a mi fábrica, ignorando si es de la otra».

Días después, «la otra» responde. Agradece irónicamente la aclaración y advierte que la sucursal pertenece a «la Fábrica de Fundición de Carril, establecida en el año 1848, que debe conocer bien el señor Alemparte por haber aprendido prácticamente en ella la profesión a que hoy se dedica».

¿Desconocía Alemparte la identidad de sus rivales? Cuesta creerlo, pero resulta posible. Años atrás trabajó en aquella fábrica, pero desde entonces se produjeron repetidos cambios de accionistas y de razón social. La vieja fundición está ahora en manos británicas. En el momento del sutil intercambio de dardos, figura como dueña Janet Bliyth Rowlinson, heredera de su tía y suegra Hannah Rowlinson. Pero la propiedad de Janet Blyth está en entredicho: la fábrica ha sido embargada y muy pronto el acreedor, el también inglés Philip Eduard Sewell Wright, enviará a su hijo a Carril para ejecutar la hipoteca. Quizás Alemparte conoce esos entresijos societarios y por eso dice que no sabe a quién pertenece realmente la fundición.

EL TRIÁNGULO DE METAL

El rifirrafe supone un punto de inflexión entre las dos principales industrias metalúrgicas de Carril. La primera, impulsada por Luis de la Riva, inicia ya su declive, aunque perdurará, bajo el nombre de San Jaime en su tramo final, hasta 1907. La segunda, puesta en marcha por Antonio Alemparte, toma el testigo, engulle las instalaciones de la primera y su vida se prolonga hasta los años sesenta del siglo pasado. Ambas iniciativas se inscriben en el triángulo Santiago-Sargadelos-Carril -un cuadrilátero, si le añadimos la decisiva aportación británica- descrito por la profesora María del Carmen Vázquez Vaamonde, cuya tesis doctoral sobre la metalurgia gallega contemporánea sirve de base a esta historia.

El vértice compostelano del triángulo nos remite a la figura de Luis de la Riva Barros. Hijo de un riojano afincado en Santiago que administraba los bienes del Cabildo y regentaba una casa de comercio, Luis de la Riva y otros cinco socios constituyeron, en 1848, dos sociedades. La primera de ellas arrienda las factorías de metal y loza de Sargadelos. La segunda pone en marcha la Fábrica de Hierro Colado del Carril y, como la lucense, inicia la producción de potes, ollas, calderas, sartenes, balaustres, tuberías, rejas y otras piezas metálicas. Las relaciones entre Sargadelos y Carril se estrechan y técnicos y obreros cualificados de las reales fábricas fundadas por Raimundo Ibáñez marchan a la villa arousana para desarrollar el nuevo proyecto. Algunos son británicos, como el escocés John Newport. Otros, gallegos, como el moldero Agustín Alemparte, a quien acompañan hacia la ría de Arousa su esposa y su hijo Antonio.

Los Alemparte, procedentes de la parroquia de Vilaestrofe, a dos kilómetros escasos de Sargadelos, se establecen en Carril. Antonio trabaja con su padre en la nueva fundición, se casa a los diecinueve años -octubre de 1862- con  Esclavitud Vieites Castromán y marcha a Vigo, probablemente como operario de los talleres La Industriosa fundados por Sanjurjo Badía. Y en 1875 regresa definitivamente a Carril para establecer en la villa su propia industria.

UNA VIUDA INGLESA

Muchos meandros había superado para entonces la primera fundición de Carril. Un período de parálisis al cumplirse los ocho años de vigencia de la sociedad promotora. Varias recomposiciones del accionariado. El fallecimiento de Luis de la Riva en 1868. El arrendamiento de la factoría al inglés Robert Fletcher Compton. Y finalmente, antes de que fraguase el proyecto de Alemparte, la compra de la compañía por la inglesa Hannah Rowlinson Cropper. Esta operación de compraventa, formalizada en 1877, se cerró entre el Cabildo compostelano, titular de los derechos sobre la fábrica por viejas deudas contraídas por la familia De la Riva, y Hannah Rowlinson, viuda de 68 años y residente en Iria Flavia, quien pagó un millón de reales por las instalaciones.

Poco después irrumpió la competencia local. La compañía de capital inglés, que venía disputando el mercado gallego a la fundición ourensana de Malingre o la viguesa de Sanjurjo, tuvo que afrontar también la competencia a pie de puerta de Antonio Alemparte. Pero la sangre no llegó al río. Después de las escaramuzas iniciales, como la registrada a raíz de la sucursal en Santiago, las dos compañías firman el armisticio. En 1885, George William Halpin y Antonio Alemparte, «con el propósito de protegerse recíprocamente», deciden repartirse a partes iguales la producción de «potes, potas y fiolleras» para surtir el mercado. Alemparte ya trata de igual a igual a la empresa donde aprendió el oficio. Solo es el comienzo, porque el sorpasso no tardará en producirse.