Hospital para curar a los santos en el monasterio de Samos

Xosé Carreira LUGO / LA VOZ

SAMOS

Xosé Carreira

Dos restauradoras se ocupan de prestar atención a las imágenes de dos monjes «enfermas» por el paso del tiempo

20 jul 2016 . Actualizado a las 07:55 h.

Un pequeño recinto, situado a la izquierda de la entrada principal de la pequeña basílica del monasterio de Samos, está convertido desde hace unos meses en sanatorio de santos. Allí van a parar las imágenes que, por el paso del tiempo, presentan algunos achaques. Y de cuidarlas y atenderlas se ocupan dos restauradoras, Andrea Rodríguez Campo y Ana Sánchez. Y estos días tienen faena porque, desde hace algún tiempo están ingresados a su cuidado dos monjes benedictinos que hicieron historia en el monasterio. Por eso llegaron al altar principal, donde se hicieron un hueco, bastante considerable por cierto, porque son tallas de gran tamaño, entre San Julián, unos ángeles y otros personajes ya más terrenales.

Los dos enfermos se llaman Ofilon y Argerico. El primero, cuenta la historia sagrada, estuvo al frente del monasterio por lo menos hasta el año 872 cuando con una hermana y un presbítero llamado Vicente ofrecieron a los santos Julián y Basilisa, todo el conjunto con todos los bienes que le pertenecían y una gran cantidad de libros que trajeron de Córdoba. Este monje fue uno de los promotores de una de las primeras reformas llevadas a cabo en el monasterio, que en los años cincuenta quedó destrozado como consecuencia de un voraz incendio.

El tiempo no pasa en vano para los santos o los monjes aunque estos sean de madera. Ofilon, por ejemplo, perdió mitad de un dedo. Y los planes que tienen las dos restauradoras pasan por hacerle una cirugía que le permita volver a tener su mano derecha en condiciones. Andrea Rodríguez y Ana Sánchez explicaron que la operación no presenta muchos riesgos. Le será colocada una estructura de madera y después una capa de resina en la que irán dando forma a la pieza que han de pintar en color carne posteriormente para que el monje pueda abandonar el sanatorio en perfectas condiciones.

A Ofilon no le sentó demasiado bien la humedad. Los inviernos en el monasterio son duros y estar subido a un pedestal luciendo en el altar principal, desgasta. La imagen presenta algunos daños que han de ser reparados.

Su compañero Argerico está en mejores condiciones. Este llegó a Samos acompañado de su hermana Sarra en tiempos de don Fruela que les concedió sitio en el lugar a cambio de que participaran en la restauración de un monasterio «que fuese capaz de muchos individuos que viviesen en el».

Las restauradoras advierten que han de emplearse a fondo en una limpieza profunda. Para llevarla a cabo hace falta paciencia. Han de utilizar pequeños hisopos con algodón impregnado en una sustancia limpiadora. Andrea y Ana cuentan con dejar a los dos monjes impolutos esta misma semana, que es cuando está previsto que les den el alta.

Dice el refrán que el que va a Sevilla perdió la silla. Y Ofilon y Argerico se quedaron sin el retablo y es posible que no vuelvan al mismo. Allí estuvieron durante mucho tiempo sosteniendo un gran escudo dorado que las restauradoras también prepararon junto a las dos mitras con las que los abades se cubrían sus calvas que, por cierto, ahora serán mejoradas, pero no habrá pelo en la cabeza de estos dos monjes.

Les buscan emplazamiento dentro del templo. Parece que ya están acostumbrados a andar de mudanza a lo largo de la historia. Estaban en el trascoro y luego, con los cambios llevados a cabo, pasaron al retablo principal. Los dos abades restauradores, como así se los conoce en el monasterio, hicieron un gran trabajo por la institución y también por la educación de conocidas personalidades de la época, como fue el caso de Alfonso II, pero de momento no llegaron a ser santos.

La «farmacia» de este hospital de santos está llena de frascos de productos que atacan a la carcoma que, junto a la humedad, según revelaron las dos restauradoras, suele ser la principal enemiga de santos y retablos.

Las dos restauradoras se ocuparon de dejar como un jaspe el retablo principal después de trabajar con el mismo desde el pasado mes de marzo.

Así se hace

Ana Sánchez y Andrea Rodríguez, las dos restauradoras, trabajan con productos reversibles. Es decir, primero los aplican sobre las imágenes y luego los eliminan antes de proceder a la minuciosa limpieza. «Es preciso hacer numerosas pruebas con disolventes porque no todas las suciedades se quitan igual», advirtieron. Cuando faltan elementos de alguna imagen o talla, resulta básico obtener información previa para decidir si se lleva a cabo una restauración total o solo parcial. En el caso de Ofilon, se decidió que vuelva a tener dedo.