«Non queremos marchar de aquí»

maría cedrón REDACCIÓN/ LA VOZ

SAMOS

Óscar Cela

Los mayores del centro de Samos que corre peligro de cerrar ruegan que no lo clausuren y que no los separen

05 may 2016 . Actualizado a las 12:39 h.

El sol pega duro en Samos. Sentados en un banco, a la sombra del porche de un edificio blanco, ven pasar la vida Bernardino, Emérita y María. Observan el paso acompasado de los peregrinos que cruzan por el Camino Francés que discurre frente a su banco y que es culpable de que en ese concello de 1.425 habitantes del interior de Lugo hasta se hable inglés. La rutina «da rapaza dos chorizos» que tiene una carnicería prácticamente enfrente y de vez en cuando le pinta las uñas gratis a María. El Maserati con matrícula de Francia que acaba de cruzar la carretera... Bernardino no recuerda cuándo él y su madre Emérita dejaron su casa de Lóuzara, en el mismo concello, para trasladarse ahí: «Xa hai tempo que viñemos. Tróuxonos unha sobriña. Estamos ben. Fannos todo as rapazas, dannos a comida, temos o médico cerca e estamos no concello no que temos a casa». Las «rapazas» son seis. Por la tarde está una, por la noche otra. Por las mañanas, dos o tres.

No son los únicos que pasan la sobremesa en el banco. Poco a poco va llegando el resto de los quince inquilinos de la residencia y de las viviendas tuteladas de gestión municipal que hay en el concello, un complejo abierto hace unos diez años donde conviven personas dependientes con otras que son totalmente autónomas.

Manolo sale armado con bastón. Va a pasear para aprovechar el día. Pero aplaza el plan para sumarse a la tertulia. Luego llega Félix. Todos son del concello o de los municipios de alrededor. La mayoría se conocen, «dende pequenos», como dice Félix. Eso fue hace ya mucho tiempo, pero quién no sabe la identidad del vecino en un concello tan pequeño. «Ela e eu-indica señalando a Virtudes- somos do mesmo pobo». Solo han dejado sus casas para trasladarse a la cabecera municipal.

Lugares comunes

Los del súper, los del bar, los del estanco, los de la cantina... son conocidos. De hecho, esos son sus lugares comunes de toda la vida. El hábitat en que continúan moviéndose aunque ya no duerman en sus casas. Ninguno quiere dejar de ver las vistas que les ofrece el banco. No quieren que los saquen de ese centro donde los quince han unido sus soledades para hacer frente a la despoblación del rural y convertirse en una familia. Temen que lo cierren, como ya les habían anunciado desde la dirección. «Non queremos que o pechen porque a saber onde nos mandan. Algúns xa foron para Quiroga ou para O Incio. Non queremos que nos separen», dicen.

La supervivencia del centro, sostenida con fondos municipales que se suman a la aportación de los usuarios que abonan una parte de sus pagas, depende de que la Xunta o la Diputación pongan un grano de arena para poder cubrir los 70.000 euros de coste anuales que tiene la instalación.

La mayor parte de los que conviven en ese centro son gente de campo. Trabajaron la tierra y cuidaron del ganado, como el 85 % de la población de un concello que, pese al Camino, continúa viviendo de la ganadería y la agricultura. No cobran mucho dinero. «Eu cobro 636,88 euros e como quero unha habitación para min pago algo máis 606,88 euros, pero teño que pagar oito de medicamentos ao mes, outros oito para cortar o pelo e logo hai que pagar a luz da casa, a contribución... », dice Félix.

Su historia es común a muchas personas del rural. Sus hermanos tuvieron que irse fuera. Él se quedó con sus padres, peleando en el campo, sacando adelante una explotación de carne. Nunca se casó. Sus padres murieron y quedó solo en la casa. Igual que quedó sola Rosalía porque sus hijos también tuvieron que buscarse las castañas fuera. «Estaba en casa, no podía hacer las cosas sola, el marido murió y vine para aquí. Estoy bien porque ya no podía hacer las cosas», dice. Ella es de las últimas en unirse al grupo que descansa en el banco. Como Leonardo, que dice que ha fumado desde los catorce y no ha dejado el cigarro, o Carlos.

Todos se juntan en el banco. Desde ahí miran a la cámara y gritan: «Non queremos marchar de aquí». Que quede bien claro.