«Se hoxe me colle soa sei que me mata, que vai rematar o que iniciou no seu día»

Tamara Montero
tamara montero REDACCIÓN / LA VOZ

LUGO CIUDAD

Carlos Castro

Desde hace algo más de un año, Marta Rodríguez preside la asociación Si, hai saída en Lugo

30 ago 2015 . Actualizado a las 14:25 h.

«Non me lembro de cal foi a primeira malleira, porque houbo tantas e tan seguidas...» De lo que sí se acuerda Marta Rodríguez es de la última. De cuando hace más de 20 años dijo basta. De aquella noche en la que por primera vez su hijo se metió en medio de la paliza y él, la pareja que encontró seis años después de separarse del padre de su hijo, le levantó la mano. «O único que me salvou a vida e polo que estamos tendo esta conversa neste momento é que non puiden evitar que o meu fillo se decatase». La recuerda con entereza. Con valentía. Y sin vergüenza. «Vergoña ten que ter o que me fixo isto». Marta se acuerda de como acabó en el suelo. De como la golpeó. De las patadas. Del terror. Y de su hijo. De su hijo diciéndole a ese hombre que dejase a su madre.

Se acuerda de como lo metió en cama, fingió que su pareja había ganado una vez más -«se reaccionaba, se me revolvía, non o contabamos»- y de como «tiven que compartir cama con quen case me mata». Se acuerda de la mañana siguiente. De cuando cogió a su hijo y se fue al hospital. Del médico joven que la atendió y la animó. Fue el primero que le dijo la verdad: que era una valiente. Se acuerda también del policía que la atendió en comisaría. De como recogió el parte de lesiones con una media sonrisa. Y de como acabó diciéndole que ella era separada y tenía derecho a estar con quien quisiera, pero que lo mejor es que se fuese a casa «e non dese que falar», porque ya era su segunda pareja.

Se acuerda de como su expareja entró por una puerta de comisaría y salió por la otra - «afortunadamente hoxe non é así e a policía fai un gran labor, sobre todo en Lugo, non podo agradecerlle máis o seu traballo ao comisario», puntualiza Marta- y de como una vez libre aporreaba su puerta y llamaba a sus padres primero para suplicar que le retirase la denuncia y después para amenazarla, como ya había hecho muchas veces. Por todo. «Dicíame que ía aparecer morta en calquera sitio». La llamó zorra. Le dijo que se acostaba con cualquiera. Se inventó cartas de su exmarido que supuestamente demostraban que todavía mantenían una relación amorosa y que le daban derecho a actuar como actuaba. «Xa ves, os dous estábamos en Lugo e foi unha separación normal, aínda temos unha relación cordial. Non funcionou e punto. ¿Que necesidade tiña eu de mandarlle cartas?». La acusó mil veces de estar acostándose con hombres por el simple hecho de que la saludaban por la calle. La aisló. «Cando me din conta, non tiña máis relacións», recuerda. Controlaba su forma de vestir. Lo controlaba todo. Y empezaron las palizas «cruentas, pero sempre con moito esmero de que non se notase. Nunca vas levar un golpe na cara. Eu nunca levei nada visible».

Al principio no era así. «Son encantadores de serpes». Era un hombre bueno. Era cariñoso, pasaba tiempo con ella y con su hijo. Su entorno empezó a decirle que no lo dejase escapar. Pero fue a más. Poco a poco empezó a hacerse con el control de su vida. «Ao principio non o interpretaba como control. Todo o tempo para estar xuntos era pouco, estorbáballe toda a miña xente... Foino facendo dun xeito tan sutil que cando me din conta estaba illada. Chegou a ter ata celos do meu fillo. Era algo obsesivo». Lo peor llegó cuando decidieron vivir juntos.

Se acuerda todavía del juicio. De que lo condenaron, pero solo le exigieron el pago de una indemnización, que ella rechazó. «¿Canto custa o sufrimento de meu fillo?» se pregunta aún hoy. Y después de un año y medio de relación, después de palizas, después de anularla como persona, después de todo, él se fue de Lugo. «Eu sigo estigmatizada, porque a xente di 'algo terá, mira esta que xa se separara e agora di que este lle pegaba'». Lo volvió a ver hace un año. «Foi unha sensación extraña». Tan extraña que siguió manteniendo la conversación telefónica que estaba teniendo. «Eu o que teño claro hoxe é que se me colle soa nalgún sitio vai rematar o que iniciou no seu día». Y vive con ese miedo. «Non o ignoro, pero trato de que non me condicione a vida. É algo que aprendín a asumir». Pero reconoce que la experiencia la marcó: «Matoume moitas ilusións. Eu nunca máis fun capaz de vivir en parella e escapo de calquera tipo de control, incluso do dunha amiga algo absorbente».

Ayudar a otras víctimas

El día de la paliza que casi la mata, el de la última, Marta también decidió que iba a montar algo para ayudar a otras mujeres que pasan por lo mismo. Hace poco más de un año nació Si, hai saída, una asociación en la que trabajan dos letrados -hay un tercero a punto de incorporarse- y una psicóloga a tiempo completo más otros dos «de xeito digamos externo». Marta se centra en las labores de acompañamiento y en el tiempo que lleva en marcha la asociación ya han atendido a 50 mujeres. ¿Lo revive? «Si, claro que o revivo, é duro. Pero paga a pena. A primeira usuaria un día díxome, 'crin que me esquecera de rir e estou aprendendo con vós'». Solo eso lo compensa.