«Din que o tremor fixo un furado polo que entra unha vaca. Eu non o vin»

La Voz

LUGO

ÓSCAR CELA

21 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En Guilfrei, a pocos metros del alto da Albela, donde se situó el epicentro sísmico del terremoto de 5,1, perdura veinte años después una leyenda. Nadie ha podido corroborar que en la montaña, de la que dicen que salía humo poco después del gran movimiento telúrico de 1997, se hubiera hecho una brecha que daba acceso a un túnel. Sin embargo, hablan de él con naturalidad. «Din -señaló una vecina- que polo furado entraba unha vaca e saía polo outro, pero eu non o vin nunca, nin sei de ninguén que o vira».

La sacudida no abriría el foso, pero sí derribó la pared de una casa con su morador dentro. Ramón, de la casa de la casa de Valcarce, vivía solo con unas vacas. Fue rescatado por el hijo de Asunción Díaz Sánchez, que años después acogió a ese hombre en su casa hasta que falleció hace unas semanas. La casa semiderruida fue tirada hace unos cinco años para evitar posibles desgracias.

Asunción Díaz, que no se cree que hayan pasado veinte años desde entonces, recuerda que aquella noche la despertó un estruendo fortísimo. Seguidamente el suelo de la habitación empezó a moverse. Su reacción, al igual que la de la mayor parte de su convecinos, fue salir al exterior.

«A miña cama baqueteaba contra o armario. Do medo que collín saín fora cunha faldiña. Non me parei a vestirme», explicó. «Foron momentos de apuro e collín medo. Non sei moi ben a razón pola que corrín para abaixo. Si se abrira a terra, con marchar non ía amañar nada».

En Guilfrei Eulogio Arias recuerda que la tierra se movía de tal forma que tuvo que sentarse en el suelo cuando se dirigía a la mañana siguiente a una finca porque sentía vértigo. Él y su mujer Angelita Álvarez durmieron en el coche cinco noches seguidas.

Todavía conservan en su memoria la imagen de muchos convecinos que, como ellos, salieron al exterior con lo puesto -pijamas y ropa interior en la mayoría de los casos- y que después tenían miedo de volver a entrar a sus casas a buscar más ropa para taparse.

Su hijo José Luis, que regenta un taller en Guilfrei, vivía entonces en Andalucía y se enteró de lo ocurrido cuando se lo contaron sus padres. Su socio. Julio López Argiz, que tenía entonces 30 años recuerda que salió con su familia. «Fómonos para a cortiña e pasamos a noite alí. Acostumar non te acostumas nunca os terremotos. Cando os sentes sempre te asustas, aínda que non queiras».