Resucitaron con las botas puestas

Murillo EN ROJIBLANCO

DEPORTES

01 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El general Custer, al frente de su Séptimo de Caballería, murió con sus hombres en la batalla de Little Big Horn frente a las tribus indias en 1876, en una acción suicida al enfrentarse a un ejército muy superior al suyo. Fue un auténtico harakiri, impropio de un estratega de la guerra. Custer mandó a sus hombres a una muerte segura. Lo sabía, pero su egoísmo le pudo. Setién mandó a sus diezmados hombres al infierno de El Sadar, precisamente el día de una especie de juicio final para Osasuna, porque el histórico club navarro vive uno de los momentos más delicados de su rico historial, cuando su clasificación era inferior en un punto al Lugo. Paralelismos de la vida (¡qué coincidencia!), el club lucense se debate hoy en un incierto futuro, más por influencias externas y politiqueras oscurantistas, que por la propia dinámica interna que le viene manteniendo vivo e intenso en la última década.

Con una plantilla diezmada al máximo y sin un once inicial al cien por cien, el Lugo escribió ayer en uno de los escenarios más ilustres de nuestro fútbol una de las páginas más brillantes de su historia reciente. Y lo certificó, primero, en unos 25 minutos iniciales para enmarcar; luego, manteniendo muy alto el espíritu combativo y después, en el segundo período, con los plomos de la retransmisión fundidos más de diez minutos, y la resistencia física casi agotada, bajo mínimos. Fue entonces el turno para Dani Mallo, que anuló a los Nino, Cedrick, etc., en una actuación personal decisiva para llegar con su puerta a cero al final. Incluso con la autoexpulsión de Pavón a principios del segundo período (¿cuándo va a dejar de jugar con fuego?), se llegó al paroxismo del heroísmo lucense. Pero, por una vez, la suerte se acordó del equipo rojiblanco, y Osasuna quiso venderse al enemigo con dos expulsiones más, quedando con nueve hombres frente a los diez de los gallegos. El Lugo alcanzó en este partido cotas insólitas: desde una ambición descomunal colectiva e individual, hasta el temple y la ambición necesarias para no dar nunca por cerrado el partido. Incluso en la segunda parte, cuando Osasuna buscó y remató de todas las formas posibles contra Mallo, el cuadro de Setién siguió renunciando al encierro y cruzó cuando pudo la divisoria para acercarse a Santamaría. Los lucenses resucitaron en El Sadar, poniéndose las botas de tres puntos de oro, diciéndoles a sus directivos que ellos sí profesan la fe que les falta a otros.