«Aprecio mucho a la gente de los pueblos de Lugo porque es buena y más trabajadora»

La Voz

LUGO

08 abr 2012 . Actualizado a las 07:05 h.

Graham Martin nació en Londres hace 57 años. Con poco más de veinte su madre lo «echó» de casa y se plantó en España. «Yo estudié Empresariales, y cuando empecé a dar clases de inglés en Madrid, no sabía nada, pero tenía una cosa clara: ?Si hay que aprender, se aprende?», destaca. Cansado del Madrid de finales de los setenta, en 1979 conoció Galicia y se asentó en Lugo. «Paré y me gustó. Solo había un supermercado, no había música en la radio...., pero crear un negocio era fácil. Solo tenías que buscar local, pagar la licencia fiscal y andando, no había más papeleo», recuerda. Tres décadas después continúa en la ciudad amurallada, dirigiendo junto a su mujer, que es irlandesa, la academia de idiomas The Greenwich Center. Tienen un hijo de 25 años y una hija de 22.

De los primeros años que pasó en Lugo guarda episodios entrañables porque en aquel tiempo recorrió la provincia dando clases en «grupos escolares a la hora de comer» o en locales que cedían concellos. «Daba la primera clase en Monterroso, la segunda en Antas. Después -añade- volvía a Monterroso, y también iba a Chantada a Taboada, a Portomarín, a A Pontenova... Eran muchos kilómetros, y llegando a casa a las 11 o a las 12 de la noche».

Junto a la estufa de leña

«Aprecio mucho a la gente de los pueblos porque es buena y más trabajadora», indica, antes de comentar una anécdota vivida en la casa de Antas en la que solía comer. «Cobraba 325 pesetas y comías en la cocina, alrededor de la estufa de leña. Había muchos viejos, la mayoría sin dientes..., y yo solo les entendía: ?Me cago en la cona?», recuerda con una sonrisa. «Cuando me preguntaban y les decía que era de Londres, me decían: ?¿Eso está al norte??. También me preguntaban: ?¿Usted es un hombre con estudios, verdad??. Algunos habían trabajado en Inglaterra, eran muy buena gente».

«Entonces era más difícil ganar dinero. La gente miraba más la peseta. Cuando yo empecé las clases costaban 1.800 pesetas al mes y eso era una pasta. Si subías 25 pesetas ya te miraban mal, mientras que en los años boyantes se subían tres euros y nadie decía nada», señala.

En ese sentido, lamenta que la sociedad lucense se haya vuelto más egoísta. «Hay más avaricia. Hemos aprendido mucho de los demás países para mal. Me rompe el corazón pensar que mi hijo se va a tener que marchar de España, el país que a mi me ofreció la oportunidad de crear un pequeño negocio».