La «épica de lo íntimo» le vale a Ortuño el Premio Ribera del Duero

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Luca Piergiovanni | EFE

El mexicano gana el premio de relato con «La vaga ambición»

05 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Es posible una épica de lo pequeño y lo íntimo tan aguda y emocionante como la de los grandes relatos heroicos». Este planteamiento literario le ha servido a Antonio Ortuño (Jalisco, 1976) para escribir un libro, La vaga ambición, en un trance tan complicado como el duelo por la muerte de su madre, y también imponerse a los 844 manuscritos que concurrían a la quinta edición del Premio Ribera del Duero, dotado con 50.000 euros y la publicación del libro por Páginas de Espuma.

Si en obras anteriores, el escritor mexicano había explorado temas más sociales e incluso políticos, en La vaga ambición ha buscado su materia prima mucho más cerca. «Yo me crie con mi madre en una casa donde no había televisión, porque era muy pobre, pero había muchos libros prestados. Y mi madre escribía, no para publicar, sino para sí, y así empecé yo también», evocaba ayer Ortuño, quien encontró en la redacción de su libro la reflexión y el sosiego necesarios para sobrellevar el duelo. «Para mí, la escritura es un modo de estar. Es casi lo único que te queda cuando te enfrentas a una situación como esta, y una forma de encontrarle sentido a algo que no lo tenía», escribe.

Con todo, y a pesar del tono elegíaco, los relatos resultantes no cargan las tintas sobre la emoción y el sentimiento, sino que los emparejan al humor. «Es un libro amargo e irónico, de corteza ruda», define Ortuño, quien también sintetiza cómo se puede ver la escritura según se esté del lado del autor o del lector: «La lectura es felicidad para quien lee, pero frustración para quien escribe».

Precisamente de esas frustraciones, y también de las pequeñas miserias y vanidades que tantas veces pueblan el mundo literario, es de las que se nutre el humor y la sátira de La vaga ambición, con una saludable vocación desmitificadora. «Antes de ser autor publicado trabajé como periodista veinte años y presencié muchas veces ese espectáculo triste de la vanidad de los escritores que no tienen nada más, y que tanto incurren en la arrogancia», recuerda. Para ello, se vale de un alter ego, el escritor Arturo Murray -«casado, con hijas, un poco venido a más, medio conocido y que va llegando a los cuarenta»-, que revisa su pasado y presente.

Juegos autobiográficos

Este Murray es deudor de otros alter ego como el Zuckerman de Roth o el Bech de Updike, y Ortuño admite la influencia de los juegos autobiográficos en autores tan dispares como Bulgakov, Waugh o Gerald Durrell. Por este último el escritor mexicano siente una devoción especial, por su sentido del humor, su prosa cristalina y cómo su obra aguanta todas las relecturas que le echen. En concreto, un pasaje de Mi familia y otros animales en el que Durrell evoca a su madre puso en marcha la maquinaria de La vaga ambición. «Quien pierde algo obtiene a cambio una libertad que no tenía, y yo pude escribir algunas cosas que tenía en la garganta sin poder salir», concluye.