Erri de Luca: «No me gusta utilizar la palabra naturaleza, la hemos contaminado»

Beatriz Pérez BARCELONA / E. LA VOZ

CULTURA

Jaime Abascal

El escritor italiano publica en español toda su poesía y tres relatos agrupados en «Historia de Irene»

22 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace un año que Erri de Luca (Nápoles, 1950) fue absuelto en el juicio en el que se le acusaba de apología al sabotaje de las obras del tren de alta velocidad entre Turín y Lyon. El pasado nunca se deja del todo atrás: De Luca participó en el movimiento del 68, fue miembro del grupo comunista Lotta Continua y, durante la guerra de los Balcanes, conductor de vehículos de apoyo humanitario. Este escritor, una de las voces más importantes de la literatura italiana, trabajó la mayor parte de su vida como albañil y camionero. Seix Barral acaba de publicar Solo ida, un volumen en edición bilingüe en el que reúne toda su poesía. Y, junto a esta obra, otra más: Historia de Irene, un conjunto de tres relatos sobre la memoria y el olvido.

-A usted no le publicaron su primer libro hasta los 40 años.

-Toda la vida me he sentido en compañía de muchas historias dentro de mí. Cuando llegué a los 40 años, por casualidad, me publicaron un primer libro. Seguí trabajando como obrero durante siete años más.

-Su activismo político lo introdujo en libros como «El contrario de uno». ¿Es la literatura un buen medio para denunciar?

-No. La literatura sirve para darte compañía y, de vez en cuando, algunas historias pueden tener efectos colaterales. Pero creo que cuando la literatura quiere demostrar un punto de vista determinado no funciona. Mi compromiso no es escribir historias que sirvan a la sociedad, sino que yo soy un ciudadano que asume un compromiso relacionado con mi ciudad: es diferente. Como escritor cuento historias que conozco, pero sin querer demostrar nada.

-Las mujeres tienen una especial presencia en su obra. ¿Por qué?

-Por un sentimiento de inferioridad. Para mí, la figura femenina es más fuerte que la masculina y todas mis historias muestran esta inferioridad. Hubo un momento en mi vida en que me di cuenta de que no era celoso y no me explicaba por qué. Luego entendí que me siento insuficiente como para pretender ser exclusivo para una mujer. No puedo entender que una mujer me dé su exclusividad, por eso acepto que tenga varios amores simultáneos.

-Y el recuerdo que guarda de Nápoles cuando era niño está ahí.

-Nápoles es mi origen, yo soy completamente napolitano. El napolitano fue mi idioma materno y todo lo que ocurría en Nápoles conformó mi sistema nervioso. Nápoles tiene la misma velocidad que la vida. Sin embargo, uno siempre va un paso por detrás de la vida: los acontecimientos siempre nos sobrepasan.

-Por cierto, dice usted que no se considera un escritor italiano, sino un escritor en italiano.

-Eso es. Soy un escritor en italiano porque quise escribir en italiano, que no es mi idioma materno. Yo, cuando hablo conmigo mismo, cuando me peleo conmigo mismo, lo hago en napolitano. En cambio, el italiano es el idioma donde yo quise habitar: soy residente del vocabulario italiano. Nunca correré el riesgo de que me exilien porque siempre voy a vivir dentro del diccionario italiano.

-A la vista del lugar que ocupa en sus obras, ¿qué significa para usted la naturaleza?

-No me gusta utilizar la palabra naturaleza, la hemos contaminado. Yo ahora lo llamo medio ambiente. Así, la montaña es ese medio ambiente en el que mi cuerpo es solo una partícula de polvo dentro de la inmensidad. Y esta es la justa medida de mi lugar en la Tierra. En cambio, cuando estamos en una ciudad como Barcelona, los humanos somos mayoría y pisoteamos el medio ambiente. En la montaña somos una minoría minúscula: esta es la verdad de lo que somos. La montaña es un lugar libre, no hay propiedad privada.

-La Biblia lo ha acompañado a lo largo de su vida; de hecho, usted tradujo muchos de sus pasajes. Explíquele al lector ateo qué puede encontrar en la Biblia.

-Yo tampoco soy creyente, pero me llamó la atención que en esta historia la divinidad decide manifestarse con la palabra. «Dijo» es el verbo más frecuente en el Antiguo Testamento. Más allá del verbo «hacer» o «crear», está el verbo «decir». Es el verbo que hace que el mundo acontezca. La divinidad dice que se hará la luz. Si no lo dice, no ocurre. «Decir» es la palabra que enciende la luz: la palabra es presentada como acto creativo indispensable.

-Lo empujó a escribir poesía el escuchar en un gramófono un disco de poemas de García Lorca que tenía su padre. ¿Cómo fue ese acercamiento?

-Fue a través de la escucha. Antes de leer los versos de Lorca, yo los escuchaba. Y para mí la escucha es algo más grande que la lectura: es el árbol maestro del conocimiento. Las historias que yo oía a través de las paredes me empujaban a imaginar, a crear la representación dentro de mí.

-¿Cómo nace «Historia de Irene»?

-Como un cuento mediterráneo. Más que mitológico, es una fábula. Un cuento que mezcla niños, mar, delfines… Se me ocurrió en las islas griegas, donde voy a nadar en verano. Un día me rozó un delfín mientras nadaba. Cuando llegué a tierra, tuve fantasías a partir de ese encuentro.

-Siempre ha estado vinculado al activismo político. ¿Sigue siendo posible la revolución?

-La palabra revolución está totalmente vinculada al siglo XX, que se expresó políticamente con las revoluciones. Ese siglo y esa juventud se movía toda junta en la faz de la Tierra. Yo ya no pertenezco a esa comunidad, ahora soy un ciudadano individual. Se acabó la palabra «revolución», ya no la puedo usar. Como en un partido de fútbol, siento que yo estoy en la prórroga. Porque soy del otro siglo.

-El año pasado usted fue a juicio por instigar al sabotaje de las obras del tren de alta velocidad en el valle de Susa.

-Yo no instigaba, solo constataba la necesidad del sabotaje. Yo fui obrero y hacía huelga, me cruzaba de brazos y no trabajaba, y eso era sabotear la producción pero no significaba romper la maquinaria. Cuando me inculparon por esa palabra [sabotaje], la empecé a usar constantemente porque no podían censurar mis palabras. El juicio duró dos años y al final la sentencia me absolvió al entender que ese juicio no hubiese tenido ni que empezar.