Laura Restrepo: «He ido montando mi galería de pecadores y los junté en este libro»

Rodri García A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

OSWALDO RIVAS | Reuters

La autora colabora en una muestra de la oenegé Médicos sin Fronteras en la sede coruñesa de Afundación

18 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El tríptico de El jardín de las delicias es el telón de fondo de esta «galería de pecadores» que Laura Restrepo (Bogotá, 1950) ha ido conformando a lo largo de su vida y ahora reúne en su último libro, Pecado (Alfaguara). El lienzo está presente desde las primeras líneas: «Ante los ojos de Irina, este famoso Jardín se extiende como un gran teatro del mundo, prodigiosamente onírico. Si el Bosco lo hubiera escrito o filmado, en vez de pintado, el resultado habría sido una guía completa de lo sagrado y lo profano: una comedia divina y humana como las de Dante o Balzac; un evangelio apócrifo; un apocalipsis según Coppola o según San Juan». La escritora acaba de pasarse por Galicia para presentar en Afundación de A Coruña la exposición de Médicos sin Fronteras en la que colabora -Testigos del olvido- y participar en el ciclo Encuentro con escritores que coordina Javier Pintor y se celebra en la UNED.

-Publica el libro cuando hay una exposición del Bosco en Madrid, un documental sobre el artista...

-Salgo en ese documental, pero no lo he visto. Me entrevistaron largo, con el museo vacío, a las siete de la mañana. Había ido muchas veces a ver el tríptico, pero siempre con las cabezas de la gente delante. Y verlo así vacío? ¡Uh!, es imponente. El cuadro tiene una fuerza muy inquietante.

-La novela empieza con uno de los personajes ante el cuadro...

-Las obsesiones de alguna manera están en el aire y todos tenemos antenas donde las captamos. Fui a ver el cuadro de pequeña, me llevaron mis padres. Me acuerdo de estar allí viendo unas cosas de sexo muy inquietantes, unas historias que para una niña eran: '¿Qué están haciendo?'. El cuadro te borra todas las fronteras. Y pienso que tiene un filón infantil muy fuerte. Muchos de los que se muestran ahí como pecados son cosas que un niño haría a escondidas, un filón muy escatológico, como juegos sucios secretos de niños. Y de pronto llegó un momento en el que yo había ido montando mi galería de pecadores a lo largo de la vida y pensé: quiero juntarlos en un libro, quiero hacer un todo armónico con todos estos pecadores.

-¿Y qué tiene que ver el cuadro?

-Necesitaba como un telón de fondo, una gran referencia cultural que fuera como la caja de resonancia. E inmediatamente pensé: El jardín de las delicias.

-¿Ya había escrito del cuadro?

-No, es la primera vez.

-Son varios relatos pero lo plantea como novela, ¿por qué?

-Porque tiene un hilo conductor claro, que es la relación del ser humano con el mal de siempre, visto en distintos escenarios. Me parecía interesante ver cómo son los mismos crímenes en todas partes? Saquemos la palabra crímenes, los mismos dilemas. De hecho, así ha funcionado. Aquí en España, cuando voy a hablar del libro, ya no es como otra vez: esta con su drama latinoamericano [risas].

-Lo de enfrentarse al mal, ¿sigue estando vigente en el día a día?

-No sé por qué había caído en desuso en momentos donde la humanidad está tan urgida de reconstruir ciertas pautas de conducta los unos con los otros. Mira que en un espacio geográfico y cultural como Europa, en donde los dilemas morales parecían resueltos, hace agua por todos lados. Entonces, urge que volvamos a discutir, empezando por reconocer que no tenemos el lenguaje para hacerlo moralmente.

-¿Por qué el título «Pecado»?

-Yo quería ponerle Pecata mundi, como el primer capítulo y el último. Y lo quería porque pecata mundi es el momento en el que pinta el Bosco y cuando hay el gran debate filosófico sobre el pecado. Pero a la editorial no le gustó el latinajo. Pecado es una novela en la que yo no quería juzgar sino presentar y mantenerme alejada de cualquier juicio. Quise traducir pecado a términos laicos. Y resulta que no hay, no hay,...

-¿Rebusca mucho las palabras a la hora de escribir?

-Soy lenta, lentísima. Escribo, vuelvo, corrijo. Necesito que sean como viejas obsesiones para sentir que agarraron cuerpo, que conoces de verdad los personajes. Algunos de estos me los topé hace mucho. A Enma, la descuartizadora, cuando era periodista, hice un reportaje sobre una muchacha que había descuartizado al novio. Siempre me ha estado dando vueltas en la cabeza, y aquí encontró como su expresión literaria. Los motivos por los que la gente incurre en lo que llamamos el mal son muy ocultos.

-Estuvo varias veces en Galicia...

-En Santiago me habían dado uno de los premios más lindos que me han concedido nunca, el San Clemente. El día de la ceremonia empezó la invasión de Irak. Entonces conversamos con los muchachos que estaban en el acto y dijimos: 'Vamos hacerlo bien corto, para poder salir a la plaza'. Me dieron el premio y en diez minutos ya estábamos en la manifestación contra la invasión. Fue un premio inolvidable.

-¿Qué le parecen los elogios que aparecen en los libros?

-No hay libro de nadie que tu agarres que no tenga un superelogio. A nadie se le niega un buen elogio [risas]. Es como los premios. Yo digo: qué drama es que hay más premios que escritores y hay más escritores que lectores...

-Hay un dicho malévolo: si se leyeran unos a otros...

-La industria del libro proliferaría. No hay quien llegue a pedir un autógrafo que no se saque del bolsillo su propio librito y te lo entregue. A ver si le echas una lecturita o dame tu e-mail y te mando el manuscrito. Es parte de la democratización...

-¿Y lee esos libritos...?

-No todos porque no alcanzas. Cuando te llega una cosa deslumbrante, que de vez en cuando pasa, ¡la alegría que llevas! Le cuentas al editor: 'Mira esto y algunos libros hemos logrado publicar'.