El fotógrafo que tuvo que emigrar por culpa del color

Carlos Cortés
carlos cortés MONFORTE / LA VOZ

QUIROGA

Su familia rescata la obra de Carlos Díaz, un autodidacta que retrató con maestría la vida de la Quiroga de hace cincuenta años

11 ene 2016 . Actualizado a las 12:50 h.

A Carlos Díaz Gallego lo convirtió en emigrante la fotografía en color. Suena raro, pero así eran las cosas en la Galicia de principios de los años sesenta. Dejar atrás el blanco y negro requería una inversión en material que no estaba al alcance de cualquiera. Así que Carlos se marchó a Francia, donde hoy es un mecánico jubilado de 88 años que conserva sus viejas máquinas de fotos y que asiste un poco sorprendido a la decisión de su familia de divulgar sus viejas fotos a través de Internet. Lo que han empezado a mostrar revela un fotógrafo con una mirada documental, capaz de retratar toda una época a través de sus protagonistas anónimos.

La afición de Carlos Díaz por la fotografía no fue heredada ni precoz. Hijo del herrero de A Ermida, una parroquia situada en la salida de Quiroga hacia la montaña de O Courel, en cuanto se hizo adulto fue ganándose la vida en diferentes empleos hasta que decidió probar con las fotos en 1958, cuando ya tenía 31 años. Sin escuela, ni maestros. «Aprendí por mí mismo, practicando, aunque también compraba alguna revista de fotografía». Los consejos técnicos se los daban en Estudios Grandío, el establecimiento situado en la calle Doctor Castro, de Lugo, en el que compraba el material y revelaba las fotos antes de que él fuese comprando lo necesario para ocuparse él mismo de ese trabajo.

Empezó por simple afición, pero le gente empezó poco a poco a pedírselas y él pasó a cobrarlas. «Hacía las fotos que me encargaba la gente, por eso la mayoría son retratos», explica. Efectivamente, entre el material que su hija Susana está publicando en su página web abundan los retratos, personales o de grupo.

Nada de estudio

No hay imágenes de estudio, porque no lo tenía. Pero tampoco le hacía demasiada falta. El fondo que utiliza son las calles y caminos de un país que trata de salir del pozo de la posguerra. Fiestas, bodas, incluso algunos entierros, fotografías para carnés de identidad... No hacía falta que se tratase de una ocasión especial. A veces, simplemente se las hacía a gente que estaba trabajando y después se las enseñaba. En caso de que la quisiesen, pagaban por ella. «Generalmente, las compraban todas, eran baratas», explica.

Da la sensación de que siempre intentaba añadir algo que las hace únicas. Como una vez que fue a fotografiar a un niño frente a la puerta de su casa y acabó montando un retrato familiar, con la madre tratando de domar el flequillo del chaval y el que parece ser el abuelo riendo con ganas desde la penumbra de la entrada. Él cuenta que no había preparación previa, que se trataba siempre de fotos espontáneas. «Tomaba a la gente como estaba, eran gente conocida mía y sabían que yo era fotógrafo», asegura. Si se topaba con un grupo interesante, pero no conocía a nadie, simplemente no sacaba fotos.

En el archivo que Carlos ha guardado cuidadosamente todos estos años hay también paisajes y lugares de interés de Quiroga, como el túnel romano de Montefurado o el castillo de Torrenovaes. Eran pedidos hechos por el Ayuntamiento. Trabajaba sobre todo en Quiroga, O Courel y Ribas de Sil, aunque también las sacaba en otros puntos de la provincia, como Sarria.

Después de emigrar, nunca volvió a dedicarse profesionalmente a la fotografía, aunque nunca ha dejado de retratar a su familia. Hasta hace unos años, las revelaba él mismo en un estudio doméstico. De blanco y negro, por supuesto.