Ruinas ilustres en tierras de Serode

carlos rueda / francisco albo MONFORTE / LA VOZ

PANTÓN

Un recorrido de un kilómetro permite conocer un singular e ignorado patrimonio en una parroquia de Pantón

10 may 2018 . Actualizado a las 12:09 h.

La parroquia de San Xulián de Serode, en Pantón, conserva un interesante y desconocido patrimonio arquitectónico y arqueológico. Un sencillo recorrido de poco más de un kilómetro permite conocer varios singulares parajes siguiendo un camino tradicional que unía los lugares de Serode con Tanquián, Vilanova y Espasantes.

El punto de inicio se halla al lado de la iglesia parroquial de Serode, a la izquierda de la carretera que lleva a Vila do Mato. Antes de emprender el recorrido conviene detenerse para visitar diversos elementos de interés. En primer lugar, la propia iglesia de San Xulián, patrono de caminantes y peregrinos. Fue construida en sillería de granito en torno al último cuarto del siglo XVIII y de nave rectangular. Adosada a uno de sus muros está la casa rectoral, en tiempos conocida por Casa de San Xulián. Emparentó con la Casa de Cangas y fue habitada por distinguidas familias, como los Ribadeneira, los Somoza y los Arias. Sobre la puerta y en la fachada norte hay dos escudos, protegidos en su parte superior por una cornisa con molduras a modo de tornalluvias, datados a finales del siglo XVI. Las armas representadas pertenecen a las familias de los Lope de Cangas o Lope de Lemos y a los Somoza. En sus últimos tiempos sirvió como rectoral para los párrocos de Serode, pero actualmente se encuentra en ruinas.

Petroglifos sin catalogar

A pocos metros, en un prado situado frente al templo -el lugar es conocido por A Lama- se encuentra una roca aislada sobre la cual fueron grabados varios petroglifos del tipo conocido como cazoletas o coviñas. El conjunto de grabados supera la docena y algunos de ellos están unidos por trazos lineales, aunque apenas son perceptibles por la extrema erosión que presentan. Este conjunto de petroglifos aún está sin catalogar.

En la misma encrucijada, donde comienza el camino que lleva a Espasantes, se puede ver una interesante muestra de arquitectura popular y religiosa, el peto de ánimas de Serode. Es de los pocos que se conservan en buen estado dentro del término municipal de Pantón.

Iniciamos el recorrido por un camino ancho y bastante hondo en algunos tramos que en tiempos fue una importante vía de comunicación entre varias parroquias. Al cabo de unos seiscientos metros llegamos a la altura de un edificio de considerables dimensiones, rodeado de un espeso bosque de robles. Es la Casa de Casandiño, hoy en ruinas. La construcción, de piedra de cantería bien labrada, impresiona por su notable hechura y su tamaño. Uno de sus dueños fue Benito Somoza, que además tenía en propiedad la Casa de Tanquián. Los vecinos también recuerdan los nombres de otros propietarios, como una tal Presentación, al parecer un personaje de alto abolengo. Poco se sabe de la historia de esta vivienda solariega, aunque según ciertos testimonios debió ser construido para hacer las funciones de hospedaje o casa de postas. Pese a su estado ruinoso, conserva en pie la mayor parte de sus muros y llama la atención por la distribución de algunas de sus dependencias. Como la dedicada a cocina, donde se puede ver un fregadero en piedra y el horno incrustado en uno de sus muros, además de las grandes piezas de granito utilizadas en su construcción.

A la altura de la Casa de Casandiño, el camino se ramifica. El ramal de de la izquierda lleva a Tanquián y Vilanova. El de la derecha conduce a A Quintá -a unos trescientos metros- y continuando hasta Pacios y Espasantes en un kilómetro más de recorrido, empatando a continuación con el camino y la ruta circular de A Curuxeira.

Desde ferreira

Hay que salir la capital del municipio, Ferreira de Pantón, por la carretera que lleva a Frontón y Santo Estevo. En el kilómetro 1,2 debemos tomar un desvío a la izquierda para Briallos y medio kilómetro más adelante otro desvío -también a la izquierda- a la iglesia de Serode, que se halla a unos cien metros de este último cruce