Una imagen única y minúscula del primitivo palacio condal de Monforte

Francisco Albo
francisco albo MONFORTE / LA VOZ

LEMOS

CEDIDA

El historiador Enrique Iglesias planteó hace quince años una hipótesis singular sobre el pasado local

21 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace ahora quince años se estaba llevando a cabo la transformación de los edificios del convento benedictino y el palacio condal de San Vicente do Pino en el actual Parador de Monforte, que no fue inaugurado hasta el 2003. Coincidiendo con las obras, la revista Cuadernos de Estudios Gallegos publicó en el 2001 un estudio del historiador Ernesto Iglesias Almeida -cronista oficial de Tui- que ofrece una singular observación sobre la antigua residencia condal. El autor del trabajo, titulado Las fortificaciones monfortinas, opina que es muy posible que un grabado con un retrato del séptimo conde de Lemos -cuyo original se conserva en la Biblioteca Nacional- contenga el único dibujo conocido que representa el aspecto del primitivo palacio, destruido en gran parte por un incendio en 1672 y posteriormente reconstruido.

En los tres lustros transcurridos desde entonces, la hipótesis planteada por Iglesias no ha tenido mucha difusión, aunque el parador se fue convirtiendo mientras tanto en un importante referente turístico. La efigie del conde Pedro Fernández de Castro a la que se refiere el investigador fue dibujada por el artista valenciano José Maea e impresa por el grabador Nicolás Besançon en 1791, y forma parte de una colección titulada Retratos de españoles ilustres. La edificación que se ve en el grabado cuenta con una torre, lo que hace suponer a Iglesias que puede tratarse de una imagen verídica de la primitiva residencia de los condes y no de una representación idealizada o imaginaria.

En las obras de restauración del palacio que se llevaban a cabo cuando se publicó el estudio de Iglesias -según indica él mismo-, se descubrieron unas «cimentaciones de unos fuertes muros, como de una torre». Estos vestigios constructivos fueron puestos al descubierto e integrados en un jardín que se habilitó junto al edificio del palacio al ser creado el parador.

Orígenes en el siglo XV

Los orígenes del palacio, según apunta el mismo autor, se remontan a la primera mitad del siglo XV. La destrucción y la reconstrucción que sufrió dos centurias después provocaron grandes transformaciones, pero el edificio conservó numerosos vestigios de la estructura original. La puerta que sigue sirviendo hoy como entrada principal -construida en mármol de O Incio y coronada por dos escudos- es sin duda uno de los elementos antiguos que no se perdieron.

Otros elementos que formaron parte de la construcción primitiva, en cambio, pudieron ser reaprovechados en otros edificios. A juicio de Ernesto Iglesias, eso fue lo que sucedió probablemente con otros dos escudos que se encuentran hoy a la entrada del convento de Santa Clara, fundado por la condesa Catalina de la Cerda en el siglo XVII. Estas piezas, según el historiador, debieron de hallarse anteriormente en el palacio.

Una reconstrucción parcial a la que siguió un largo período de abandono y ruina

Tras la destrucción parcial del palacio de Monforte en el incendio de 1672, la reedificación tardó varios años en llevarse a cabo. Los condes encargaron esta labor a su mayordomo, que en mayo de 1685 estableció un contrato con el maestro de arquitectura Pedro de la Vega -vecino del coto de Sober- para reconstruir la parte arruinada del edificio. Según este documento, el reconstructor cobraría 6.600 reales por la tarea y se comprometía a tenerla acabada en septiembre del mismo año.

En esa época, hacía ya mucho tiempo que los Castro no tenían su residencia habitual en Monforte. La reconstrucción se llevó a cabo cuando el título estaba en manos del undécimo conde, Ginés Fernando Ruiz de Castro -tenía entonces 19 años- y de su madre, la condesa viuda Ana Francisca de Borja y Doria. Ambos vivían entonces en Madrid y unos años antes habían residido en Perú, donde el décimo conde-muerto precisamente en 1672- ejerció como virrey.

Relación lejana

En los dos siglos siguientes, la relación de los condes de Lemos con Monforte y con el palacio de San Vicente se volvió aún más tenue, al pasar el título a la casa de Alba. El edificio fue cayendo en un estado de abandono y ruina del que no se recuperaría hasta la creación del parador. La torre del homenaje y la muralla de la fortaleza corrieron una suerte parecida y esta última todavía está a la espera de una rehabilitación integral.

Valiosas obras de arte perdidas y un documento lingüístico de gran valor que se salvó del fuego

El incendio que sufrió el palacio condal de Monforte en el siglo XVII no solo alteró fuertemente su estructura y le dio un aspecto muy diferente del que tuvo en su primera época. El fuego quemó además un gran número de valiosas obras de arte y una buena parte de los archivos de la casa de los Castro, que con toda seguridad contendría documentos de gran importancia histórica.

Por lo que respecta al patrimonio artístico, los escritores monfortinos Germán Vázquez y Manuel Hermida Balado -basándose en documentos conservados en los archivos de la casa de Alba- señalan que en el incendio se destruyeron obras originales de Rafael, El Greco, Tiziano, Brueghel, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y Paolo Veronese, entre otros artistas menos conocidos. También se perdió una importante colección de tapices y colgaduras, así como numerosos muebles, alfombras, porcelanas, joyas y objetos ornamentales.

Traslado a Madrid

Entre los materiales que se salvaron del incendio figura un documento histórico de excepcional interés, el llamado Foro do bo burgo de Caldelas. Junto con otros pergaminos y papeles guardados en el palacio, fue trasladado a Madrid e incorporado más tarde al archivo de la casa de Alba, donde se conserva en la acutalidad. Su valor consiste en ser el documento original escrito en gallego y en Galicia más antiguo que se conoce hasta ahora. Fue otorgado en Allariz en 1228 por el rey Alfonso IX. Tuvo que pasar mucho tiempo para que se reconociese su singularidad, ya que fue descubierto e identificado en el 2005 por el filólogo, académico y profesor universitario Henrique Monteagudo.