Cova Eirós, un hogar paleolítico que a veces se volvió inhabitable

Francisco Albo
francisco albo MONFORTE / LA VOZ

LEMOS

USC

Los pobladores neandertales de la gruta la abandonaron en ciertas épocas

16 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Tras la última campaña de excavaciones arqueológicas en el yacimiento paleolítico de Cova Eirós, en Triacastela, los investigadores barajan diversas hipótesis para explicar las notables diferencias que se detectan en cuanto al comportamiento de los grupos humanos que ocuparon la gruta en distintos períodos del Paleolítico Medio, la época del hombre de Neandertal. Los investigadores identificaron dos poblamientos -datados respectivamente en 84.000 años y 118.000 años- que siguieron unas pautas de ocupación muy diferenciadas.

Los grupos nómadas que vivieron en Cova Eirós en el más antiguo de estos períodos -corresponde al llamado nivel arqueológico 4- parecen haber acampado en la gruta durante períodos más frecuentes y prolongados. Los artefactos líticos que dejaron son mucho más numerosos y en gran parte fueron fabricados dentro de la cueva, como lo indica la presencia de abundantes desechos de talla. En este nivel también hay rastros de hogueras que atestiguan una ocupación intensa.

En cambio, los neandertales que visitaron la caverna unos 34.000 años después lo hicieron durante etapas más cortas y esporádicas. Las piezas arqueológicas de ese período -en el nivel 3 del yacimiento- son mucho más escasas y fueron talladas en otros lugares. En este nivel, además, se descubrieron muchos fósiles de animales que usaron la cueva como cubil cuando no estaba ocupada por humanos, lo que debió de ocurrir con gran frecuencia.

Varias posibles causas

Las causas de esta diferencia de comportamiento pueden ser muy variadas, según explica Xosé Pedro Rodríguez, codirector de las excavaciones. «Un factor muy importante puede estar en los cambios climáticos, que tal vez hicieron que la vegetación y la fauna se volviesen más escasos, con lo que la zona sería menos atractiva para los grupos humanos», apunta el arqueólogo. «La propia cueva pudo volverse más fría y húmeda y menos apta para ocupaciones continuadas», añade. Rodríguez indica además que la gruta se encuentra a unos setecientos metros de altura, muy cerca del límite que alcanzaban las nieves perpetuas en la Era Glacial. «En las épocas más frías, la zona debió de ofrecer unas condiciones de vida muy difíciles», agrega.

Rodríguez dice además que otro factor que pudo alejar a los neandertales de este lugar es la presencia de carnívoros de gran porte -como osos, leones o hienas-, que quizá se volvió más numerosa en ciertas épocas y que hizo que la zona fuese más peligrosa. Los investigadores consideran también que cerca de Cova Eirós puede haber otros parajes aún no conocidos que tal vez fueron habitados por los neandertales cuando la cueva, por el motivo que fuese, no podía acoger grupos humanos. «Lo más probable es que la explicación no esté solo en un factor determinado, sino en varias causas combinadas», concluye Rodríguez.

Los rastros arqueológicos indican formas

de ocupación

muy diferentes

Fósiles, pólenes y estalagmitas para reconstruir los climas prehistóricos

Para reconstruir los cambios climáticos y ambientales que se produjeron durante el Paleolítico en las montañas lucenses y que condicionaron el modo de vida de los neandertales de Cova Eirós, los científicos cuentan con diferentes recursos. Por una parte está el estudio de la microfrauna fósil encontrada en la cueva -animales de pequeño tamaño, como ratones, murciélagos y reptiles-, ya que estas especies son sumamente sensibles a los cambios medioambientales y su presencia o ausencia puede dar importantes pistas sobre las condiciones climáticas de un período determinado. En fechas próximas se dará a conocer un trabajo que uno de los investigadores del proyecto, Iván Rey, ha dedicado en exclusiva a estos fósiles.

Los arqueólogos también esperan obtener importantes informaciones sobre los climas antiguos a través del estudio de los análisis de los depósitos de pólenes fosilizados que se descubrieron en diferentes zonas de las sierras lucenses. Uno de ellos se encuentra en la laguna de Lucenza, en la sierra de O Courel.

Cueva de Arcoia

Otra importante fuente de información está en un registro climático realizado recientemente por científicos del Instituto Univiersitario de Xeoloxía de A Coruña que tomaron como base las estalagmitas de la cueva de Arcoia, situada también en O Courel. Con este análisis se han podido obtener datos de hasta 500.000 años de antigüedad, pero por ahora solo se publicó una pequeña parte de los resultados. «Ese registro puede ser especialmente útil para estas investigaciones, porque procede de una zona geográfica muy próxima a Cova Eirós y contiene datos de alta resolución que permiten conocer las condiciones climáticas del pasado casi año por año», apunta Arturo de Lombera, codirector de las excavaciones de Triacastela.

De Lombera resalta por otro lado la importancia que tienen las grutas de la montaña lucense para obtener información sobre los climas antiguos y determinar la influencia que estos pudieron tener en las poblaciones del Paleolítico. «Los suelos de las cuevas encierran datos muy valiosos que son imposibles de obtener en los yacimientos al aire libre, como los de la depresión de Monforte -explica-, que se encuentran en terrenos de aluvión muy removidos y no conservan restos orgánicos de la misma época que las herramientas líticas, como sucede en Cova Eirós».

Unos cambios que se conocen en otros yacimientos

El hecho de que Cova Eirós fuese ocupada de maneras muy diferentes por los grupos humanos a lo largo de la prehistoria -según indica Xosé Pedro Rodríguez- está muy lejos de ser un caso excepcional en los poblamientos paleolíticos, sino que más bien es la norma. Tampoco es exclusivo de las poblaciones neandertales. En los célebres yacimientos de Atapuerca, donde este arqueólogo trabaja habitualmente desde hace mucho tiempo, también se han podido registrar en un mismo sitio ocupaciones largas y sistemáticas junto con otras mucho más breves y ocasionales, así como períodos intermedios sin ninguna presencia humana. Otro ejemplo bien conocido en este aspecto es el del yacimiento de La Cansaladeta -en Tarragona-, aunque en este caso no se trata de una cueva sino de un abrigo al aire libre.

Rodríguez apunta a este respecto que «lo difícil es establecer a qué se deben estas diferencias en el uso de un mismo lugar a lo largo de los tiempos, porque los motivos pueden ser muy diversos y solo disponemos de una pequeña cantidad de información acerca de lo que ocurrió en esas épocas, aunque cada vez tengamos más datos». Buscar explicaciones para estos cambios en los modos de ocupación, a su juicio, «es una de las preguntas más complicadas que se pueden hacer en arqueología del Paleolítico y también una de las más interesantes».